La Chica Nueva

CAPÍTULO 29

De repente, a lo lejos, divisé a Katherine, mi suegra.
Me hizo un gesto con la mano para que me acercara.

—¿Cómo estás, cariño? No te quise molestar, sé que estabas en clases —me dijo, mientras me abrazaba por la espalda para encaminarme hacia Sebastián.

—No es molestia —le sonreí—. Estuve todo el día preocupada por Sebas. ¿Cómo salió todo? ¿Está bien? —Sabía que mi nerviosismo se notaba, porque me dio unos golpecitos en la espalda para calmarme.

Paramos frente a una puerta. Arriba, en un pequeño cuadrado, pude distinguir el número 61. Tomé la manilla de la puerta, moviéndola con la mano temblorosa, cuando oí a Katherine decir:

—Entra, querida. Comprueba tú misma cómo está.

Empujé la puerta y lo vi. Sebastián estaba recostado en la camilla, descansando. Nuestros ojos se encontraron. Me acerqué para saludarlo. Él hizo el intento de incorporarse, pero con un leve gesto le indiqué que no hacía falta.

Me aproximé a su lado, tomé una silla que estaba junto a la ventana y la acomodé cerca de la camilla. Me senté. Lo observé en silencio: se veía un poco ojeroso y pálido, pero aun así conservaba esa presencia que siempre lo acompañaba. Me regaló esa sonrisa tan característica suya y yo se la devolví.

—¿Te sientes mejor? Estuve muy preocupada por ti hoy.

—Mi Charlie, fuiste lo primero que pasó por mi cabeza apenas desperté de la anestesia y lo último que pensé antes de dormirme, producto de ella.

Me estremecí en mi asiento ante sus palabras. Cada vez me resultaba más difícil esconder lo que él provocaba en mí, lo que iba despertando con cada caricia o muestra de afecto suya. Pero no me importaba, no quería seguir resistiéndome a lo que Sebas se estaba volviendo para mí: mi primer amor.

Tomé su mano en respuesta a sus palabras. Con la otra acaricié su mejilla. Lo tenía tan cerca, que podía ver sus venas marcarse en la sien. Miré sus ojos... A pesar del cansancio, me miraban ilusionados. Le sonreí.

—No has salido de mi cabeza desde la última vez que te vi, cariño. No te imaginas las ganas que tenía de verte —bajé la vista con algo de vergüenza, cuando sus labios se juntaron con los míos en un cálido y suave beso.

Lo deseaba. Por Dios, que lo deseaba. Sus abrazos, sus besos, sus palabras llenas de amor... Sebas tenía la capacidad mágica de alegrar completamente mi día con solo pensarlo. Qué decir de verlo sonreír: me mataba y revivía al mismo tiempo.

Nos separamos para respirar. Posó su mano en mi cabello y lo acarició mientras nos mirábamos embobados.

—Quiero llevarte a la fiesta del pueblo, te va a encantar. Hay bailes, juegos típicos, mucha comida de gente local. La pasaremos muy bien —hablaba sin parar, con una sonrisa en los labios y una mirada lejana pero feliz.

—Recién saliendo de la operación y ya pensando en salir, Sebas... Debes tener reposo aún —no quería sonar mandona o como una madre, pero al parecer no era consciente de que la recuperación no sería rápida.

—Lo sé, lo sé. Pero aún faltan tres semanas. Ahí ya podré caminar bien y llevarte. Hay tantas cosas que mostrarte, te va a encantar. Y podemos hacer un picnic, si quieres. Bueno, no sé si te gusta... Quizás elevar una cometa, o lo que sea de tu gus...

Lo interrumpí poniendo mi mano en su frente. Y sí, todo ese parloteo era producto de la fiebre.

—Estás ardiendo. Pediré ayuda.

Presioné el botón de S.O.S y esperé que llegara la enfermera, quien al escucharme fue en busca de medicina. Sebas no me quitaba los ojos de encima.

—Tú me pones así -dudé un poco a qué se estaba refiriendo específicamente Sebastián—. Me tienes delirando de amor.

No pude evitar soltar una risa burlona. Pero es que siempre estaba haciéndome bromas; esta vez no sería la excepción, y sumándole la temperatura, no podía confiar mucho en lo que estaba escuchando.

Lo abracé y acaricié su cabello. Era suave y brillaba como oro. El movimiento de mis dedos hizo salir su aroma: un exquisito olor a vainilla.

Nos quedamos así hasta que volvió a aparecer la enfermera y le dio el medicamento.

—Esto te ayudará a bajar la fiebre y a relajarte. Puede provocarte sueño, así que aprovecha de descansar -dijo, dándose media vuelta antes de salir de la habitación.

—¿Te irás? —me miró con preocupación.

—Por supuesto que no. Me quedaré contigo hasta que termine la visita.

—Ah, casi lo olvido. Traje un libro para que te entretengas. No sé si ya lo has leído o si sea de tu gusto, pero es de mis favoritos: Anne la de Tejas Verdes —dije, apoyándolo en la mesita de noche.

Lo vi sonreírme.

—Gracias, mi Charlie. La verdad nunca lo he leído, solo he visto las adaptaciones de TV. Pero estoy seguro de que me va a encantar. Aprovechando que el medicamento me está relajando, ¿te molestaría leerme? Es que tu voz suave es agradable de oír.

Asentí y me acomodé para leerle. Aunque me daba un poco de vergüenza, no era algo que me desagradara. Solía leerles cuentos a mis primos más pequeños, así que no era algo nuevo para mí y, la verdad, lo disfrutaba bastante.

Con cada capítulo, Sebas se iba acomodando en la camilla. Comentaba lo que le iba pareciendo la historia y me hacía preguntas. Sin duda era un oyente muy pregunton, pero se lo permití; después de todo, él era el enfermo.

Iba en el capítulo diez cuando Sebastián cerró del todo los ojos. Seguí leyendo para no interrumpir su trance.
Luego de un rato, ya estaba completamente dormido. Así que acomodé nuevamente el libro en la mesita y lo arropé.
Me incliné para besar su frente antes de irme.

Ya había pasado la hora de visita. A mí me pareció tan corto el tiempo... pero no podía hacer nada para quedarme más.
Así que, sin más, salí de la habitación.

Pasé por el hall central y vi a Kathy conversando con el médico, así que no quise interrumpir y me dirigí a la parada de buses, afuera del hospital.
Me sentía más tranquila al saber que Sebas estaba bien, mucho mejor de lo que esperaba. Y me daba paz pensar que cualquier dificultad podría ser tratada con rapidez.




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