La chica virgen #1

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El plan

A veces la inteligencia de la nueva generación es subestimada, se los trata como si fueran inferiores por ser adolescentes con problemas minúsculos, mas si subestimaban a los alumnos de mi instituto estaban completamente en lo correcto. Ellos eran unos seres despreciables con poco coeficiente intelectual, por no decir coeficiente intelectual nulo, y con un serio problema de personalidad. No tenían identidad propia y a lo que les gustaba dedicarse era a humillar a todo aquel al que calificaran como diferente en un estúpido blog escolar. El cual no tenía derecho a ser llamado como tal, era mas una especie de revista de chismes que difamaba a personas que no lo merecían. Desde antes de que en ese lugar me nombraran me parecía una real pérdida de tiempo y una falta de respeto a todo aquel que soportaba comentarios soeces de una persona realmente patética que no hacía mas que esconderse tras el anonimato. Pero esa tonta persona tenía el poder de controlar a las masas y esas masas eran malvadas si así lo querían. La semana que prosiguió a la noticia fue un caos total, entre cartas de burla y carteles en mi espalda con la palabra "virgen" no veía la hora de explotar diciendo mil y un barbaridades, hasta ganas de usar la fuerza física para golpearlos me daban. Pero no podía hacer eso ya que si en el remoto caso de que llegaran a atraparme haciéndolo hubiera sido una sanción segura, y yo no estaba dispuesta a arriesgarme a arruinar mi intachable comportamiento por una horda de inadaptados a los cuales no les cabía en la cabeza que ser virgen no era un pecado. Aunque realmente se estaba volviendo muy tedioso soportar todo lo que me hacían, solamente quería terminar mi último año en paz pero al parecer eso era lo último que tendría. A menos que hiciera algo al respecto.

Fue entonces, cuando transitaba esos días oscuros, cuando pensé en que nunca fui una chica romántica y cursi que esperaba que su primera vez fuese con alguien especial, por lo tanto si quería librarme de toda esa tensión y molestia tenía que dejar de ser virgen con alguien. Me pasé un buen tiempo pensando en cómo hacerlo y llegue a una conclusión que podría devolverme mi tranquilidad, busque entre los expedientes escolares y médicos a una cierta cantidad de muchachos que cumplieran con ciertas cualidades esenciales, me aseguré de armar una lista con los que fueran lo suficientemente higiénicos y de fácil acceso para pedir el favor más vergonzoso pero necesario: uno de ellos debía quitarme lo virgen.

Eso. Solo eso podía ser la llave de mi liberación social. Si todo salía como lo tenía fríamente calculado todo lo que restaba de mi último año en el Instituto McKenvey sería total y completamente normal.

En cierta forma no lo creía realmente difícil, es decir, la mayoría de chicos en mi lista eran empollones que probablemente pensaban que serían vírgenes hasta los cuarenta, y yo no era exactamente fea. Si bien mi falta de pechos era un tema, mis chiquitas tenían su encanto.

El plan estaba trazado, tan solo tenía que ponerlo en marcha. Por primera vez iba a faltar a una clase, aunque no era una clase realmente sino una hora de tutoría con una profesora que iba a dar una lección de "educación sexual". Vaya coincidencia ¿Verdad? Si no supiera que esa clase había estado programada desde hacía semanas atrás hubiera pensado que la habían puesto a propósito.

Cuando el timbre del final receso sonó tomé valentía y me quedé fuera de los salones, cuando todo el gentío desapareció de mi vista emprendí camino hacia el salón de clases de mi primera opción.

Mike Gordon: Inteligente, sin antecedentes médicos de gravedad. Dieciocho años recién cumplidos y con una inteligencia bastante notable, era el presidente de su clase y también el encargado del taller de literatura.

Había averiguado que el profesor Marshall Gallagher iba a faltar esa mañana, por lo tanto los alumnos a los que les debía dar clase tenían hora libre. Esa clase era de mi muchacho. Lo único que esperaba era que fuera realmente un empollón y estuviera en su salón de clases terminando tareas, ya que eso hacían algunos de mi propia clase y no puedo negar que yo también de vez en cuando, y que no fuera de esos inteligentes por naturaleza que se tomaban descansos cada vez que podían. El Instituto era lo suficientemente inmenso como para perderte si no lo conocías y buscar a alguien era como buscar una aguja en un pajar.

Cerré los ojos mientras mi dedo medio se plegaba sobre el dedo índice rogando que se encontrara allí, comencé a dar pasos pequeños y lentos hacía el gran ventanal del salón al que me dirigía. Una vez que supuse haber llegado frente al ventanal completamente, mis parpados comenzaron a ascender dejando mis ojos expuestos, sonreí triunfante cuando lo vi sentado en el fondo del aula con su computadora y múltiples hojas desparramadas por su pupitre.

Sin tocar la puerta entré al lugar haciendo ruido apropósito para que él notara mi presencia allí.—Mike Gordon ¿Verdad? —pregunté para corroborar la identidad del chico, había escuchado que con ese chico no había que andar con rodeos, aunque después de pronunciar mis palabras me pregunté interiormente si no había sido en extremo descortés que no lo haya saludado, y, lo mas importante, si eso no afectaría mi plan en cuestión.

—Así es —su voz no era exactamente como esperaba que fuera, la imaginaba débil o nasal, en cambio era rasposa y varonil... sexy— ¿Necesitas algo Becky Torne? —agregó y no me sorprendió en absoluto que supiera mi identidad. Gracias a la "gran noticia" todos parecían conocerme.

—La verdad es que sí.

Si mi respuesta lo sorprendió, no se notó. Vamos Becky no te acobardes ahora, todo sea por un fin de curso pacífico.

 




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