La chica virgen #1

5

Christian

Mis ojos recorrieron el cuerpo del muchacho que estaba frente a mí, preguntándome qué demonios hacía Christian Darrell en mi casa ese día o mas bien qué hacía en mi establo, tenerlo revoloteando por la casa no era algo extraño.

-¿Qué haces aquí? -pregunté con aspereza, el no me agradaba y no iba a fingir nada cuando mis sentimientos estaban claros, él era un demonio con carita de ángel.

-Hola Torne, también es un gusto verte -su tono divertido no pasó desapercibido.

-¿Qué haces aquí? -reitere con mucho menos paciencia.

Sus ojos volaron hacia arriba antes de contestar-Tu padre me dijo que viniera a ayudarlo con las caballerizas, bueno, se lo dijo a mi padre y él me lo dijo.

-¿Y por qué no me lo pidió a mí? -cuestioné extrañada.

-Oh, ese es el plus del favor que le hago a Bob, tú y yo trabajaremos juntos -contesta con una sonrisa petulante, la mueca de desagrado ante la idea de pasar con él toda la tarde no tardó en acompañarme. Debían estar de broma ¿Qué había hecho yo para merecer tal castigo?

La madre de Christian y mi madre eran muy buenas amigas, esa amistad me había traído a Alina a mi vida y era algo que agradecía muchísimo, pero también me había traído a su tonto hermano mellizo.

Christian: Engreído e insufrible, con un humor poco tolerable.

En el instituto se encargaba de molestarme como ningún otro, había llegado a tener a sus malditas groupies molestándome como pulgas en el culo, y gracias a mi nueva información divulgada sus voces agudas eran algo difícil de ignorar, estaban por todos lados las malditas.

Salí de mi estupefacción cuando lo vi ir hacia un caballo-¿Qué haces? Sal de mi casa, yo puedo sola -dije rápidamente.

-Eh, tranquila -dijo levantando las manos en señal de paz-, yo solo le estoy haciendo un favor a tu padre ¿Si? -y parecía tan sincero que si no lo hubiera conocido tan bien como lo hacía le habría creído cada palabra.

-Ajam, ya -chasqueé mi lengua- y yo soy Maddona.

-Oh. Dios. mío ¡Estoy frente a Maddona! -chilló con falsa emoción y una voz fingida tan aguda que le encontré un parecido con su hermana. Achiqué mis ojos en su dirección.

-Vete -dicté con sequedad.

-Oblígame -Me desafío regalándome una sonrisa pícara de labios cerrados.

Él lo sabía. Sabía que no podía echarlo cuando era mi padre quién lo había llevado allí para trabajar, él iba a castigarme si lo llegaba a hacer. Comencé a lamentarme el no ser tan persuasiva como para obligarlo a irse por su propia voluntad.

-Te odio.

Ante mi derrota él sonrió y pude imaginarme sus dientes con un destello brillante, como en las caricaturas.

Christian 1 Becky 0

Luego de pasar toda la tarde con el insufrible de Christian entré a mi casa para tomar algo fresco, sentía mi boca tan seca que el desierto de Sahara podía hacerse pasar por un río si los comparaba. Limpiar los establos y peinar a los caballos no era un trabajo fácil, de alguna forma -una muy secreta y escondida en el fondo de mi ser- agradecí que él me hubiera ayudado.

Lo observé mientras entraba a la cocina pasando una mano por su frente y no podía negar que se veía muy bien todo sudado y con la camiseta pegada a su cuerpo, me dije que si no fuera tan idiota quizá sería un buen partido, pero lo era y el peor de todos.

-Bec -dijo de repente, mientras se servía un vaso de limonada de la jarra que yo ya me estaba por acabar.

-¿Quep? -pregunté remarcando la letra P.

Repase mí labio superior con mi lengua para quitar el exceso de jugo que se encontraba justo sobre él, no quería un bigote de limonada.

-No, nada -se acobardo bajando la mirada a su vaso.

-Dilo -exigí.

Entonces vi una de sus odiosas sonrisas asomarse y me arrepentí de incitarlo a hablar.

-Revisa tu habitación, cuando puedas.

Sabía que nada bueno podía venir de aquel conjunto de palabras por lo que entrecerré mis ojos hacia él, ¿Qué había hecho? Esa frase había sido mi martirio por tanto tiempo, pensé que me había librado de ella por completo pero al parecer Christian no maduraba nunca.

-¿Qué hiciste ahora? ¿Volviste a esconder la comida del cerdo en mi armario? -no podía disimular mi sobresalto.

-Nada de eso, Bec -Él seguía sonriendo y eso me inquietaba. La incertidumbre me invadía pero no iba a sucumbir ante su provocación. El quería que yo enloqueciera y corriera a ver su 'sorpresita', pero no le iba a dar el gusto. Iba a demostrarle que aunque él fuera un inmaduro, yo tenía la suficiente madurez como para tomarme las cosas con calma y aunque intentaba no parecer ansiosa o quizá nerviosa por lo que me esperaba en mi habitación por dentro me moría de ganas de correr como desquiciada para descubrir el misterio.

Podía ser cualquier cosa, incluyendo la opción de que no hubiera nada. Como a Christian le gustaba hacerme pasar nervios aprovechaba cada ocasión que se le presentaba para lograrlo.

Tomamos limonada, yo bajo su intensa mirada, luchando por ser racional y él sonriendo divertido. Entendí que mi decisión de tomarme las cosas con calma, no le molestaba ni un poco pero al menos no le daba el placer de saber que me afectaban sus bromitas de mal gusto.

Luego de un rato me enteré que la madre de Christian había ido con él a mi casa e incluso habían estado allí una hora antes de que me lo cruzara. La señora Darrell era una dulzura, siempre era bueno verla, aunque ese día solo pensaba en que debía irse con su hijo lo antes posible, por acto de misericordia de Dios mi deseo se cumplió. Nunca fui tan efusiva al despedir a alguien y eso Christian no lo pasó por alto, me regaló una sonrisa seguida de un guiño antes de salir por la puerta principal de mi casa, pero mi mente estaba tan sacudida que solo pude reaccionar una vez que él ya había la cerrado.

Subí a mi habitación lo mas rápido que me permitieron mis piernas preparada para revolver por completo mi habitación en busca de quién sabe qué cosa que había dejado Christian, pero la sorpresa fue grande cuando no tuve que hacer esfuerzo alguno para notar algo nuevo. Una hoja azulada se encontraba doblada sobre mi cama junto a una ¿Flor? Ese maldito había arrancado una maleza por el camino y la había puesto sobre mi cama, estaba segura, porque no había posibilidades de que esa cosa espantosa fuera una flor. Corrí la maleza tirándola al suelo y procedí a tomar el papel, en cuanto leí su contenido me puse de todos colores y sentí mis mejillas ardiendo como nunca. Mi pulso cardíaco subió y bajo como una montaña rusa.




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