Pero había un problema que ninguno desconocía.
Si Cubito intentaba subir solo, su frío congelaría la flor y esta se marchitaría.
Si Llamita lo intentaba por su cuenta, su calor la quemaría y nada quedaría.
La montaña parecía recordarles constantemente que había un equilibrio que respetar.
Un día, ambos levantaron la mirada al mismo tiempo y se encontraron a lo lejos. Cubito pensó que Llamita era demasiado brillante para él. Llamita pensó que Cubito era demasiado frío para ella. Pero los dos querían lo mismo: llegar juntos a la flor que los iluminaba desde la cima.
Así que, con un poco de miedo pero mucha esperanza, comenzaron a avanzar. Cada paso que daba Cubito era acompañado por la luz cálida de Llamita, que evitaba que se derritiera. Cada salto de Llamita estaba protegido por la frescura de Cubito, que impedía que se consumiera demasiado rápido.