Mientras subían, algo hermoso ocurrió.
El camino que antes parecía imposible comenzó a transformarse. El hielo se volvía rocío tibio. El fuego se volvía luz suave. Y allí donde sus energías chocaban, aparecían pequeñas flores nuevas, como si la montaña les sonriera.
Cuando por fin llegaron a la cima, la gran flor los esperaba. Cubito y Llamita se acercaron juntos, y en cuanto estuvieron lado a lado, la flor brilló más que nunca. Sus pétalos se abrieron, liberando un resplandor que envolvió a ambos y transformó su entorno.
En ese instante, la flor no se congeló ni se quemó. Al contrario, creció y se convirtió en un árbol hermoso, con hojas que parecían mitad hielo y mitad fuego. Y debajo de ese árbol, se formó un pequeño espacio perfecto para ambos: tibio para Cubito, fresco para Llamita, equilibrado para los dos.
Desde ese día, Cubito y Llamita aprendieron que las diferencias no siempre separan. A veces, si uno avanza con cuidado, paciencia y compañía, pueden crear juntos un lugar donde ambos puedan florecer sin hacerse daño.
Y así, en la montaña más alta del valle, nació el árbol del equilibrio, recordándoles a todos que cuando dos corazones caminan juntos, nada es imposible.