La ciudad de la melancolía

La ciudad de la melancolía

Ha cambiado mucho esta ciudad cercana pero distante. Apenas logro reconocerla entre tanto hormigón, escaparates y personas apresuradas. Alzo la mirada y trato de recordar qué había antes allí; antes de que emergiera el edificio que ahora se asienta sobre los cimientos del pasado.

Del ayer tierra mojada y olor a hierba segada; carreras de perros y de niños pegados a una pelota. Del ayer entusiasmo neto contemplar la ría y a sus moradores oteando desde la distancia ¿por qué no? A las gaviotas sobrevolando los barcos que entran al puerto. ¿Dónde y en qué punto se ha perdido el eslabón del ayer?

Me es imposible distinguir lo hecho de lo que no ha sido bien hecho. Cualquier monumento levantado en honor a la modernidad o al bienestar, mal entendidos en cualquier caso, deberían hacernos pensar…

            Carreteras por aquí y por allá, locura en estas épocas modernas que nos ha tocado vivir. Un enorme río interminable de carrocerías en lugar de agua y de bocinas clamando derecho de paso en lugar del rumor agradable de los remansos. Hemos perdido mucho con el avance del tiempo y tristemente ni siquiera nos damos cuenta. ¡Ni nos importa! Pues ni un rato pensamos en ello al ser presas de una vorágine insaciable.

Y mira que he pateado la ciudad de cabo a rabo. Cada rincón me desplegaba sus secretos, hasta los menos confesables; cada callejuela que subía o bajaba me contaba su historia que también eran las historias de miles de gentes.

Actualmente desconozco esos rincones descabezados, abandonados al quedar la mayoría en el casco viejo. Las callejuelas han mudado a grandes avenidas, los comercios de cercanía llevan desaparecidos una eternidad por culpa del empuje de las grandes superficies. ¿Y las personas? Sin tiempo para otra cosa que no sea llevar pegados los celulares a sus manos…

            Me quieren vender el eslogan de que la ciudad es para personas como tú y como yo. Se la humaniza porque hay que hacerlo, inculcándonos dónde vivir y qué hacer con el tiempo, aunque no seamos conscientes de tan sutil manipulación.

Yo contemplo aterrado amasijos de modernidad perfectamente calculados para hacinar a seres humanos cuan presos detrás de barrotes de hierro. Reos de una sociedad consumista llena de soberbia.

No me avergüenza reconocerlo, yo vengo de un pueblo. Aquí paz y después gloria. El tic-tac del reloj allá marca otro compás. Vivimos felices con poca cosa  porque lo inmaterial no es accesible no pudiendo, además, echar de menos aquello que jamás disfrutarás.

Nuestros hijos crecen aprendidos en el valor atesorado al abrigo de una vida lenta y degustada a sorbos cortos. Ya tendrán tiempo a ser devorados por el progreso, abandonando la libre libertad por la esclavista esclavitud.

Lo veo y no puedo creerlo, no quiero, no deseo creerlo. Me siento extraño en mi propia ciudad; un paria sin patria, alguien que en un momento dado ha hecho un salto en el tiempo para caer de morros contra la realidad…

            A pesar de caminar las calles no las percibo como mías porque no son las de siempre. Todo es tan diferente que me hace sentir extraño; como si fuese otro hombre en mi cuerpo pero sin sacrificar la parte emocional. Es complejo de explicar con palabras empero sencillo de comprender para el señor que ha usurpado mi cuerpo. Éste me discute mas no lo entiendo porque mi yo humilde lucha contra sus ataques modernos e hirientes. El ayer contra el hoy… ¿Quién perderá?

Cuanto más me veo mayor desaliento. Respiración zarandeada, impávido gesto ¿Adónde ha ido el sentido común? ¿Tanto ha sido necesario cambiar para adaptarse? ¿En qué lugar de las remembranzas quedan las expectativas de que nada cambie a peor?...

De seguir a este ritmo de desatino ¿dónde terminaremos? Es en sí mismo un total sinsentido al que nadie pone freno. No quiero ir de la mano del progreso si con ello debo renunciar a mis valores axiomáticos. No deseo avanzar en un aspecto retrocediendo ante terceros ni dejarme por el camino necesidades esenciales e irrenunciables. Hágase de la vida y de sus evocaciones trayectos libres y dichosos…

            Las personas han cambiado en la misma proporción que lo hace el propio cambio. Se han vuelto irascibles, solitarias y atormentadas. Tal vez sea el peaje a pagar por tanta alma vendida al metro cuadrado. Ya sea en las afueras o en el centro recuérdalo «tanto tengo tanto valgo, nada tengo nada valgo».

Sociedad desalmada atrincherada en esta y cualquier urbe todas igual de desalmadas. De la mano no verás caminar juntas humanidad, progreso y respeto pues son agua y aceite. Avancemos cara nuestra propia deshumanización convertidos en robots inclementes sin ética ni moral ¡qué más da!

¡Me regreso al campo! A mi aldea querida donde aún perduran valores no escritos hechos ley. Es allá donde las personas valemos por quiénes somos y no por lo que tenemos. Sí señor, allá hablamos al atardecer a tenor de la cosecha del maíz o del viejo asno que ya no puede hacer girar el rodillo en la era…

De lo nuestro coméis en la ciudad pero sin echar callos en las manos ni doblar el espinazo. Nosotros los que olemos a tierra, a sudor veraniego y a estiércol.

Juntos en torno a una mesa de bodegón donde van cayendo golpecitos en la espalda. Pasa tu primero; risotadas, mejillas sonrojadas, pieles tostadas, arrugas del tiempo y aroma a vino casero…

            Existir lentamente disfrutando del valle, la cañada o el peñascal. Al canto del gallo, al pavoneo del pavo y al primer ladrillo de la camada de perros pastores. Mi tiempo aquí vale mucho más que la suma del monstruo hecho de cemento y metal.

Apreciemos lo auténtico, valoremos cuanto tenemos aunque sea escueto. ¡De verdad que sí! Si te apuntas habrás echado vida a los años y no años a la vida.

Y cuando nos alcance la vejez, sentados al sol sobre una roca, tendremos certeza de que no ha sido una vida perdida sino plácidamente gozada. Siempre al calor del fuego lento pues es como mejor saben las cosas.




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