La Ciudad Del Silencio

V. El origen

Isabel bajó la voz, como si las paredes del local pudieran escucharla.
—Para entender la Casa del Silencio, deben conocer a quien lo inició todo: tu tatarabuelo, Malachai Vassenti.

Amara frunció el ceño.
—Malachai… nunca escuché su nombre en la familia.

—Eso es porque nadie hablaba de él —continuó Isabel—. Era un hombre carismático y temido, estudioso de lo oculto y los secretos antiguos. Quería poder… pero no cualquier poder. Quería doblegar la memoria y la voluntad humana. Y para lograrlo, hizo un pacto con algo que nadie podía nombrar, algo que habitaba más allá de la razón y el tiempo.

Leonardo se inclinó hacia la mesa, fascinado y aterrorizado a la vez.
—¿Un demonio? —preguntó, casi en un susurro.

—Algo peor —replicó Isabel—. No era un ser de este mundo ni del otro. Era un eco ancestral, un fragmento de consciencia que existía en las paredes, en los objetos, en la memoria de los vivos y los muertos. Malachai lo invocó, ofreciéndole su sangre y la de su familia en un pacto sellado con rituales de noche y sacrificios de luna nueva.

Amara sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral.
—¿Y la Casa? —preguntó—. ¿Cómo surgió de eso?

—La Casa del Silencio no existía antes —explicó Isabel—. Malachai escogió una mansión en el centro de Calavéria y, con su pacto, transformó la casa en un receptáculo del eco. Cada pared, cada piso, cada objeto absorbió su sangre, su intención y su pacto con la oscuridad. La Casa se volvió consciente, hambrienta, capaz de aprender y de recordar todo lo que ocurría en ella.

—Por eso los desaparecidos, por eso los pactos incompletos de mi abuela —dijo Amara, comprendiendo de golpe—. La Casa del Silencio se alimenta de la memoria y la voluntad de mi familia.

—Exacto —dijo Isabel—. Malachai no solo quiso poder, sino eternidad y control. Quiso que la Casa siguiera creciendo, que cada generación de su linaje fortaleciera el eco. Cada muerte, cada miedo, cada recuerdo no resuelto fue un ladrillo más en la construcción de algo que no tiene límites ni moral.

Gabriel se apoyó en la mesa, con la mirada fija en Amara.
—Y eso significa que la Casa no solo reclama tu linaje, Amara. Cada vez que alguien cruza su umbral sin conocer sus secretos, añade fragmentos de memoria que la hacen más fuerte. La Casa aprendió a convertir a los vivos en custodios involuntarios, y a usar sus miedos para manipular la realidad dentro de sus paredes.

Amara tragó saliva.
—Entonces, todo esto… la Noche de los Muertos, los ecos, mi reflejo… —susurró—. Es la consecuencia de un pacto que ocurrió hace siglos, y que mi tatarabuelo hizo para inmortalizar su poder.

—Sí —dijo Isabel—. Tu abuela comprendió esto y trató de contenerlo. Selló rituales, hizo pactos incompletos, ofreció parte de su memoria y voluntad para retrasar lo inevitable. Pero el eco ya era más fuerte. La Casa tenía hambre, y espera. Siempre espera.

Leonardo bajó la voz, con los ojos fijos en el medallón de Amara.
—Y ahora eres tú la heredera de ese pacto, aunque ni siquiera naciste para eso. La Casa te observa desde antes de tu nacimiento, midiendo cada miedo, cada pensamiento, cada recuerdo.

Amara sintió el peso de siglos sobre sus hombros.
—Entonces… mi lucha no es solo contra la Casa… es contra lo que mi tatarabuelo desató. Contra un eco que ha crecido con la sangre y la memoria de toda mi familia.

Isabel asintió solemnemente:
—Exacto. Y por eso esta Noche de los Muertos es crucial. Es cuando la Casa se fortalece más, cuando los ecos buscan consolidarse en los vivos. Si quieres sobrevivir y proteger a quienes aún viven en Calavéria, debes aprender a enfrentarte al eco con voluntad y memoria, sin dejar que te consuma.

Gabriel tomó la mano de Amara con firmeza.
—Con la memoria del pueblo, los rituales de tu abuela y nuestra voluntad combinada, tenemos una oportunidad de enfrentarlo. Pero debes estar preparada: la Casa no conoce la compasión, solo reconoce la fuerza.

Amara asintió, comprendiendo que su destino ya no era solo suyo: la historia de la Casa del Silencio, el pacto de Lorenzo y las memorias de generaciones enteras dependían de lo que haría esa noche.

La tarde en Calavéria se volvió más oscura, como si la ciudad misma comprendiera que algo ancestral, perverso y hambriento estaba a punto de despertar.

El local estaba tranquilo, aunque el aroma de pan recién horneado y dulces de la Noche de los Muertos se mezclaba con un leve olor a ceniza y humedad, como si la propia memoria de la casa se filtrara hasta allí.
Amara, Gabriel y Leonardo seguían sentados frente a Isabel, revisando diarios antiguos y relatos de vecinos, pero algo no encajaba.

—Si todo comenzó con Malachai —dijo Amara, con el ceño fruncido—, y él murió hace décadas… ¿por qué la Casa sigue reclamando memorias? ¿Por qué cada generación sigue marcada, como si su pacto nunca se rompiera?

Isabel bajó la mirada, sus dedos jugando con la taza de té.
—Porque… el pacto nunca terminó —susurró—. Malachai no solo ofreció su sangre y voluntad. Encontró la manera de atar su eco a la casa, fragmentando su conciencia y dejándola atrapada en cada ladrillo, en cada pared, en cada objeto. Murió físicamente, sí… pero su voluntad, su hambre, nunca se extinguió.

Leonardo tragó saliva.
—Entonces la Casa… no solo reclama memorias de nuestra familia, sino que mantiene vivo el eco de Malachai, usando cada miedo, cada recuerdo y cada muerte para fortalecerse.

—Exacto —dijo Isabel—. La Casa del Silencio se volvió un receptáculo de vida y muerte, una extensión de su propia conciencia. Y cada ritual que tu abuela realizaba, cada pacto incompleto, no era para liberar a la Casa… sino para contener al tatarabuelo, aunque solo fuera parcialmente.



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En el texto hay: paranormal, terror, suspenso

Editado: 10.10.2025

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