La Ciudad Del Silencio

XIII. Melisande Vitteri

El grupo caminaba por el sendero que llevaba a la Casa del Silencio.
El cielo estaba cubierto de nubes bajas, y la luz de la luna apenas lograba penetrar la neblina que envolvía el bosque.
El aire estaba frío, y cada crujido de las ramas secas bajo sus pies parecía un susurro de advertencia del eco.

—Tenemos cinco fragmentos —dijo Amara, sosteniendo con cuidado el relicario de Celandine—.
Los pendientes de Althea, el collar de Isolde, el anillo de Eveline, y ahora este fragmento. Cinco de doce.
—Cinco objetos, cinco recuerdos —agregó Isabel—. Y la medianoche se acerca. Cada minuto que pasa el eco se fortalece.

Leonardo frunció el ceño, observando el camino que se perdía entre la niebla.
—Si seguimos así, podremos reunirlos todos. Pero aún no sabemos la ubicación de los fragmentos restantes.
—Ni la forma exacta de integrarlos —dijo Elias—. Cada guardiana ha dejado sus pistas, pero algunas son crípticas… y peligrosas.

Amara asintió, sus dedos apretando los fragmentos con fuerza.
—Cada fragmento tiene su propia voluntad —susurró—. Y siento que cuanto más avanzamos, más nos conecta con el último ritual.

Mientras hablaban, un viento cálido pero etéreo comenzó a rodearlos.
La niebla se arremolinó frente a ellos y, de repente, una figura se materializó entre la luz plateada de la luna: una mujer envuelta en un resplandor azul pálido, con ojos que reflejaban siglos de sacrificio y dolor.

—Duodécima… —dijo la mujer con una voz que parecía surgir del viento mismo—. Duodécima guardiana…
Amara dio un paso adelante, reconociéndola de inmediato.
—¿Quién…?
—Soy Melisande Vitteri, la sexta guardiana —respondió la figura—. He venido a guiarte hacia tu fragmento.

Isabel se adelantó, con sorpresa.
—¡Otra más! ¿Cómo…?
—Cada guardiana aparece cuando su fragmento está cerca de ser liberado —explicó Melisande—. Y vuestro avance ha activado mi memoria.

La luz azul de Melisande tocó el relicario de Celandine, y un hilo de energía pareció conectar los fragmentos en manos de Amara con la figura espectral.
—Si quieres encontrar mi fragmento —continuó Melisande—, debes comprender lo que apacigua al eco: la memoria y el sacrificio, no la fuerza ni la lucha directa.

Amara asintió, sintiendo cómo la presencia de la guardiana fortalecía la energía que ya sentía fluir entre los cinco fragmentos.
—Lo entiendo —dijo—. Cada guardiana ha dejado su enseñanza, y ahora cada fragmento se conecta con el ritual final.

Melisande levantó la mano y señaló hacia un sendero cubierto de raíces y neblina.
—Allí está mi fragmento. Pero está protegido por el eco mismo.
—Entonces vamos —dijo Amara, respirando hondo—. Ya no hay vuelta atrás.

El grupo se preparó, sosteniendo cada fragmento con cuidado, mientras la medianoche se acercaba, y la Casa del Silencio aparecía entre la niebla como un corazón oscuro que latía con anticipación.

La sexta guardiana se unía a ellos,
y cada fragmento liberado aumentaba el poder de la duodécima guardiana.
La noche prometía enfrentamientos, recuerdos y revelaciones,
mientras la batalla por el eco estaba a punto de intensificarse.

El sendero señalado por Melisande parecía conducir hacia un claro entre los árboles, pero algo en el aire hizo que Isabel se detuviera bruscamente.
—¡Alto! —gritó, extendiendo las manos para detener al grupo—.
—¿Qué pasa? —preguntó Amara, confundida.

Isabel respiró hondo y señaló hacia un terreno irregular, cubierto de niebla y rocas rotas.
—Ese camino… no es seguro. Es una vieja mina, sellada hace décadas.
—¿Una mina? —repitió Leonardo, curioso—. Pero Melisande dijo que ahí estaba su fragmento.

—Sí —dijo Isabel, con tono grave—. Pero esa mina fue clausurada por los tóxicos que emanaban del subsuelo. Muchos que entraron nunca regresaron.
—Desaparecieron —confirmó Elias—. Historias que nadie pudo verificar… hasta que desaparecieron ellos también.
—No podemos arriesgarnos —continuó Isabel—. Los peligros no son solo físicos: los gases, los derrumbes… y el eco mismo puede aprovechar cualquier error.
—Pero si ese es el fragmento de Melisande, necesitamos ir —dijo Amara, sintiendo la urgencia del ritual—.

Isabel negó con la cabeza.
—Hay otra forma. No debemos exponernos a morir o desaparecer como tantos antes que intentaron entrar.
—Entonces… ¿qué hacemos? —preguntó Leonardo, preocupado.

—Esperaremos —dijo Isabel, con determinación—.
—Debemos estudiar el lugar desde afuera, analizar los accesos y ver si existe un método seguro para liberar el fragmento sin caer en la trampa de la mina.
—Sí —asintió Amara—. Nadie debe ir solo. Y si algo sucede, el fragmento podría perderse para siempre.

Melisande, flotando suavemente entre ellos, asintió.
—Tu prudencia es sabia, duodécima. La fuerza no basta para enfrentar al eco.
—La astucia también —agregó Isabel—. Hay quienes pensaron que podían atravesar el peligro sin preparación… y jamás regresaron.

El grupo se detuvo, rodeado de la neblina que cubría la mina abandonada, sintiendo el peso de la advertencia.
—Entonces estudiaremos la mina desde fuera —dijo Amara—. Y cuando sepamos cómo avanzar, liberaremos el fragmento de manera segura.
—Exactamente —respondió Isabel—. Primero la precaución, luego la acción.

Mientras la medianoche se acercaba y la Casa del Silencio se perfilaba entre la bruma, el grupo comprendió que cada decisión podía significar la diferencia entre liberar un fragmento o perderlo para siempre.

La mina permanecía silenciosa y letal,
guardando secretos de aquellos que se atrevieron a desafiarla,
y la sexta guardiana los observaba, paciente,
mientras la duodécima se preparaba para el siguiente desafío.



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En el texto hay: paranormal, terror, suspenso

Editado: 10.10.2025

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