El grupo comenzaba a regresar por el bosque, los fragmentos de Selene y Seraphina asegurados en manos de Amara. La neblina se espesaba a su alrededor, y la luz de los fragmentos iluminaba débilmente el sendero.
De repente, Amara sintió un pulso conocido, cálido y a la vez cargado de misterio.
Se detuvo, y su respiración se volvió contenida.
—¿Amara? —preguntó Elias, percibiendo su pausa—. ¿Qué pasa?
Amara no respondió. Frente a ella, entre la neblina, apareció una figura familiar, difusa pero inconfundible: su abuela, Elaria Vitteri, la décima guardiana, visible solo para Amara. Su vestido parecía flotar, como hecho de luz y sombras, y sus ojos brillaban con la intensidad de siglos de conocimiento y sacrificio.
—Abuela… —susurró Amara, con un hilo de incredulidad y emoción—. ¿Eres tú?
—Sí, querida —dijo Elaria, su voz un eco suave que parecía brotar desde dentro de la memoria de Amara—. He estado esperando este momento.
Amara dio un paso hacia ella, conteniendo las lágrimas:
—No puedo creer que estés aquí… y solo yo pueda verte.
Elaria asintió, con una sonrisa triste:
—Así es como funciona. Mi esencia quedó entre los fragmentos y los recuerdos. Solo la duodécima guardiana puede percibirme.
—¿La décima… —Amara tartamudeó—? Entonces tú eres… mi guía para liberar el próximo fragmento?
—Exactamente —dijo Elaria—. El fragmento que guardo contiene la memoria del sacrificio que selló el eco después de mi generación. Pero no es solo memoria: es la clave para comprender cómo conectar todos los fragmentos y finalizar el ritual.
Amara asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad:
—Entonces… debo ir sola a buscarlo, ¿verdad?
Elaria puso su mano espectral sobre el hombro de Amara:
—No estás sola. Mi voz, mis enseñanzas y todo lo que hemos hecho juntas te acompañan. Pero debes sentirlo, tocarlo y comprenderlo tú misma. Solo así el fragmento se liberará.
La neblina pareció abrirse ligeramente, mostrando un sendero iluminado tenuemente por los fragmentos en manos de Amara.
Su abuela, la décima guardiana, desapareció suavemente en la bruma, dejando tras de sí una sensación de calma y dirección, y el grupo continuó avanzando mientras Amara sentía que la presencia de Elaria la seguiría hasta el próximo fragmento.
El grupo se detuvo en un claro del bosque, la neblina abrazando cada árbol, cada sombra. Amara sostuvo los nueve fragmentos que ya habían liberado, respirando profundamente.
—Tengo que ir sola —dijo finalmente, su voz firme pero cargada de tensión—. El fragmento de Elaria… solo puedo liberarlo yo.
Elias frunció el ceño, con preocupación visible:
—Amara, no podemos dejarte ir sola. El bosque, la Casa… todo es peligroso. Incluso con los fragmentos, no sabes lo que puede pasar.
Amara lo miró con determinación:
—Elias, lo sé. Pero es parte del ritual. Solo yo puedo tocar este fragmento, solo yo puedo sentir la memoria de mi abuela. No hay otra forma.
Elias bajó la mirada, visiblemente conflictuado. Antes de que pudiera replicar, un resplandor surgió entre la neblina, y allí apareció Elaria, la décima guardiana, pero esta vez visible solo para Elias. Su figura flotaba suavemente, con un aura cálida que contrastaba con la tensión del bosque.
—Elias —dijo Elaria, con voz que combinaba gratitud y solemnidad—. Gracias por todo lo que has hecho por Amara. Tu protección, tu paciencia, tu fuerza… no han pasado desapercibidos.
Elias respiró hondo, sorprendido:
—¿Tú… me estás hablando?
Elaria asintió, sus ojos fijos en él:
—Sí. Pero escucha con atención. A partir de este momento, Amara ya no es solo tu amiga, tu protegida o tu compañera. A partir de ahora, ella es únicamente de su propio destino, y su lucha… es solo de ella.
—Pero… —comenzó Elias, sintiendo un nudo en la garganta—
—No hay “pero” —interrumpió suavemente Elaria—. Cada fragmento que resta liberar es un peso que solo ella puede cargar. Tú has hecho tu parte; ahora, observa, protege desde la distancia, pero no intervengas. Su camino es suyo, y su fuerza… también.
Amara, sintiendo la presencia de su abuela guiándola, asintió lentamente:
—Está bien… debo hacerlo.
Elias apretó los puños, con una mezcla de miedo y orgullo:
—Solo prométeme que volverás…
—Lo haré —susurró Amara, mientras comenzaba a avanzar entre la neblina, hacia el lugar donde el décimo fragmento aguardaba—.
La luz de Elaria se desvaneció suavemente ante los ojos de Amara, dejando a la joven guardiana sola, pero con la certeza de que su abuela la acompañaría en espíritu, y de que la lucha por liberar el fragmento de Elaria sería un punto crucial hacia la confrontación final con el eco de la Casa del Silencio.
La neblina del bosque parecía más densa a medida que Amara avanzaba sola. Cada paso resonaba como un eco de siglos, y el peso de los fragmentos que ya sostenía parecía latir al compás de su corazón.
Finalmente llegó a un claro oculto por raíces y lianas, donde el aire olía a humedad y a memoria retenida. En el centro, sobre un pedestal de piedra cubierto de musgo, descansaba un medallón de plata con incrustaciones de ónix, emitiendo un pulso lento y profundo: el fragmento de Elaria Vitteri, su abuela.
Amara extendió las manos con cuidado, y un resplandor oscuro y azulado comenzó a emanar del medallón. Cerró los ojos, dejando que la memoria de Elaria fluyera hacia ella, y de repente fue transportada al pasado...
FLASHBACK ELARIA VITTERI
El sótano de la Casa del Silencio estaba envuelto en penumbra absoluta, apenas iluminado por el resplandor de velas negras y verdes, cuyos reflejos danzaban sobre las paredes húmedas y cubiertas de símbolos ancestrales. La madera crujía bajo la fuerza invisible del eco que se agitaba, intentando devorar cualquier indicio de memoria.