La Ciudad Del Silencio

XVIII. Limbo del Eco

El aire era denso, pesado, casi sólido, como si la misma materia del tiempo se hubiera vuelto un río oscuro. Amara flotaba frente al ser ancestral, que emanaba un peso de siglos, un eco de memoria y hambre que podía aplastar voluntades. Sus ojos eran pozos infinitos, y en su interior, Amara veía fragmentos de todos los que habían caído bajo la Casa del Silencio.

—Has viajado por memorias que incluso yo creí olvidadas —dijo el eco, su voz como un coro de susurros y gritos—. Has tocado siglos de dolor y sacrificio… y sin embargo, aquí estás, desafiante.

Amara sostuvo la mirada, sintiendo cómo cada fragmento que llevaba resonaba con su propia sangre:
—No estoy aquí para desafiarte por orgullo. Estoy aquí para entenderte. Para comprender lo que mi linaje protegió durante generaciones y… finalmente sellar lo que Malachai corrompió.

El ser ancestral se inclinó ligeramente, y un torbellino de sombras y recuerdos surgió a su alrededor, proyectando escenas de guerras, rituales, sacrificios y traiciones. Cada visión era densa, tangible, y Amara sintió cómo su corazón palpitaba con el dolor y la memoria de todos esos siglos.

—El hombre que me encerró dentro de él pensó que podía usar mi poder —dijo la entidad—. Me usó, me ocultó, me alimentó con su ambición. Me convirtió en su arma… hasta que tú y tus antecesoras comenzasteis a liberarme parcialmente.

—Por eso tu poder aún no estaba completo —murmuró Amara—. Porque siempre hubo quien te contuviera. Cada guardiana aportó su memoria, su sacrificio, su voluntad.

—Correcto —respondió el eco—. Pero ahora estás tú, la duodécima. Eres la única que puede fusionar todos los fragmentos y contener mi esencia por completo.
Su forma se volvió más densa, casi tangible, y Amara sintió que su energía quería absorberla, fundirse con ella, probar su fuerza.

—Y si fallo —preguntó Amara, con la voz firme pero cargada de miedo—, ¿qué pasa con la Casa y los que viven en ella?

El eco dejó escapar un sonido como un grito ahogado, que vibró en la médula de su alma:
—Si fallas… todo lo que la Casa contuvo, toda la memoria de tus antecesoras, cada sacrificio, será devorado por mí. Cada niño, cada recuerdo, cada piedra y cada sombra se convertirá en parte de mi hambre.

Amara apretó los fragmentos flotando ante ella, sintiendo cómo la fuerza de todas las guardianas se fusionaba con la suya propia:
—Entonces no fallaré —dijo con voz firme—. Porque no estoy sola. Soy todas ellas. Soy la memoria, la sangre y la fuerza de quienes vinieron antes. Y ahora, tú serás contenido, no destruido, pero sí dominado por lo que debió proteger.

El eco se inclinó hacia ella, un gesto de reconocimiento y desafío:
—Entonces dime, duodécima… ¿puedes soportar todo lo que soy? ¿Puedes sostener siglos de hambre, dolor, lamentos y poder, sin que tu alma se quiebre?

Amara cerró los ojos, sintiendo cómo cada fragmento, cada recuerdo y cada sacrificio la atravesaba, pero también la fortalecía:
—Sí —dijo, con cada palabra resonando en el limbo—. Porque sé lo que es el eco. Sé lo que es contenerlo. Sé lo que significa proteger la memoria de los que vinieron antes y asegurar que los que vendrán puedan vivir sin miedo.

El ser ancestral giró lentamente a su alrededor, como probando su voluntad, y luego susurró:
—Entonces, duodécima… que comience la prueba final. Que tu fuerza se mida con la mía. Que la Casa vea si la memoria de tu linaje puede, finalmente, contener el Eco de los Siglos.

El espacio se volvió aún más denso, las sombras se retorcían, y Amara sintió que su voluntad, su sangre y la energía de los fragmentos se fusionaban. El eco la rodeaba, y por primera vez no era solo un enemigo; era un peso ancestral que debía comprender y dominar.

En ese limbo, donde tiempo y espacio se mezclaban, comenzaba la última confrontación: no con golpes, sino con voluntad, memoria y sacrificio.
Amara ya no era solo la duodécima guardiana: era el último vínculo entre la Casa y el eco que la había perseguido durante siglos.

El limbo estaba cargado de densidad, tan espeso que cada respiración de Amara parecía absorber siglos de historia. Los fragmentos de las guardianas flotaban a su alrededor, irradiando luz, sombra y memoria. Cada uno latía con la energía de sacrificios, lágrimas y fuerza acumulada, vibrando en sincronía con la voluntad de la duodécima guardiana.

El eco ancestral, liberado de Malachai, se alzó ante ella como una masa oscura, tangible, un torbellino de sombra, memoria y tiempo que rugía con hambre y poder. Sus ojos, infinitos, la estudiaban, intentando quebrar su mente y su voluntad, probando cada fibra de su ser.

—Intentas contener lo que ha durado siglos —gruñó la entidad, su voz resonando como un coro de lamentos antiguos—. ¿Crees que puedes sostener mi memoria, mi hambre, mi furia y mi fuerza?

Amara extendió las manos y reunió los fragmentos flotantes sobre ella. Cada uno emanaba un pulso distinto, pero al tocarse, formaron un círculo de luz y sombra, uniendo todos los sacrificios y recuerdos de las guardianas. Sintió cómo su voluntad se fusionaba con la energía de todas ellas, convirtiéndose en un solo hilo de fuerza que podía atravesar el eco.

—No estoy sola —dijo Amara con voz firme, resonando en el limbo—. Soy todas las que vinieron antes. Soy la memoria, la sangre y el sacrificio de generaciones. Y ahora, tú serás contenido, no destruido. Pero nunca más podrás corromper ni devorar la Casa.

El eco rugió, intentando romper el círculo, expandiéndose, arrastrando fragmentos de memoria y luz. Pero la voluntad de Amara se mantuvo firme. Con un movimiento de sus manos, los fragmentos formaron un patrón completo, alineando cada recuerdo con precisión, y la entidad comenzó a ser absorbida, arrastrada hacia el centro del círculo de luz.



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En el texto hay: paranormal, terror, suspenso

Editado: 10.10.2025

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