El 16 de enero de 2004 marcó el inicio del fin, aunque nadie lo supo al principio. Todo comenzó con rumores aislados: extrañas manchas negras apareciendo en cortes de carne en mercados de Asia, Europa, luego América. Científicos pensaron que era solo un brote de moho mutado, algo controlable. Pero se equivocaron. Este hongo no solo contaminaba la carne: la devoraba desde dentro, alterando su estructura, reproduciéndose a una velocidad antinatural y liberando esporas capaces de sobrevivir incluso en ambientes extremos.
A las pocas semanas, el hongo —bautizado informalmente como "Myco-X"— comenzó a afectar animales vivos. Los infectados se comportaban de forma errática, violentos, hasta que sus cuerpos colapsaban y se convertían en focos de infección móvil. Luego vino la transmisión a los humanos. No por consumo, sino por simple contacto.
Los gobiernos cayeron uno por uno, incapaces de contener la infección.
Las ciudades se vaciaron, los cuerpos se apilaron, y la atmósfera misma empezó a oler a descomposición y esporas.
Esta es la historia de quienes aún resisten.
En un mundo donde la carne ya no se pudre: se transforma.