La ciudadela del silencio

EL INICIO DEL TERROR

Lucas fue llevado por dos enfermeros por un pasillo colapsado. Aunque apenas podía mover el brazo, levantó una mano temblorosa y delgada para despedirse. Jordan lo observaba con los ojos llenos de miedo, sin decir palabra, simplemente abrazando sus propios brazos. La sala estaba llena de gente, de gritos contenidos, susurros desesperados, madres llorando, niños dormidos en el suelo, paramédicos entrando y saliendo empapados en sudor y sangre. Doctores con el rostro cansado, la ropa manchada y los ojos al borde de las lágrimas corrían por los pasillos como si se estuvieran desmoronando por dentro.

El ambiente estaba saturado… no solo de desesperación, sino de algo más. Algo que nadie sabía cómo explicar.

Entonces se escuchó una voz desde afuera:

“¡Ayuda! ¡Por favor, alguien ayúdeme!”

Varias personas, entre ellas dos enfermeros y un paramédico, salieron a ver. Pero lo que encontraron los dejó paralizados. No fue la voz lo que los impactó… fue lo que aquella mujer cargaba entre sus brazos.

El cuerpo decapitado de un niño, aún vestido con su pijama de dinosaurios, chorreando sangre. Su madre gritaba, desfigurada por el dolor, con la garganta quebrada por la desesperación.

Nick apenas pudo reaccionar. Tapó los ojos de Wendy y empujó suavemente a Jordan para alejarlas. “No… no pueden ver eso”, murmuró con voz grave, llevándolas hasta un banco metálico arrinconado. Apenas se sentaron, intentó sonreír un poco.

—Voy por algo a la máquina expendedora… ¿quieren algo? —dijo mirando a ambas.

Jordan asintió en silencio, y Wendy pidió agua o algo para comer. Nick asintió y se fue, caminando rápido, intentando respirar, intentando que todo eso no lo derrumbara.

Mientras presionaba los botones de la máquina, una figura se le acercó desde el costado. Un hombre con una venda sucia en la mano y los ojos extrañamente rojos.

—Hey, me asustaste, amigo —dijo Nick dando un paso atrás, aun tratando de sacar la botella de agua—. ¿Necesitas ayuda con algo?

El hombre lo miró con frialdad.

—Nosotros llegamos primero —espetó con voz ronca—. Llevo horas esperando que me atiendan, y tú entras y a tu amigo se lo llevan enseguida. No es justo, ¿no crees?

Nick parpadeó, confundido por el tono agresivo, pero trató de calmarlo.

—Lo siento, amigo. Él venía mal… sangrando mucho. Seguro pensaron que era prioridad. Tú solo tienes una venda en la mano…

El hombre lo interrumpió con una risa amarga.

—Si ya está casi muerto… ¿para qué ayudarlo?

Nick frunció el ceño, notando ahora el sudor frío del sujeto, el temblor en sus labios.

—No es mi culpa, hermano —dijo cansado.

Entonces, sin previo aviso, la nariz del hombre comenzó a sangrar profusamente. Y sus ojos… fue como si estallaran en oscuridad. Una sombra negra pareció tomar las venas, expandiéndose por el rostro, serpenteando con rapidez.

Nick dio un paso atrás.

—¿Estás… bien?

El hombre lo miró, sin parpadear… y de repente, se abalanzó. Golpeó a Nick contra la máquina con tanta fuerza que el cristal se agrietó con un crujido aterrador. Nick apenas logró alzar los brazos para evitar que lo mordiera. El sujeto gruñía como un animal rabioso, con espuma en la boca y los dientes manchados de sangre seca.

—¡¿Qué demonios…?! —jadeó Nick, luchando con todas sus fuerzas.

Con una patada desesperada, Nick logró impulsarse y estampar al sujeto contra la pared. Cayó al suelo. Nick se tambaleó hacia atrás, temblando. Pero el hombre ya se estaba levantando, con un gruñido bajo y sordo.

Entonces, una voz rugió tras ellos:

—¡¿Qué está pasando aquí?!

Un guardia de seguridad, con uniforme sucio y una expresión de confusión y miedo, apuntaba con su arma.

—¡Al suelo! ¡Ahora!

—¡Espera! ¡Él me atacó! ¡Yo…! —trató de decir Nick, levantando las manos.

¡BANG!

Un solo disparo retumbó por todo el hospital.

Jordan y Wendy escucharon el sonido y se levantaron de inmediato. Varias personas se acercaron, alarmadas. Cuando llegaron a la escena, vieron al hombre tendido en el suelo con un charco oscuro bajo su cabeza… y a Nick jadeando contra la máquina, con los ojos desorbitados.

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Mientras tanto, en otro lugar de la ciudad...

El auto avanzaba por una carretera apenas iluminada. El silencio dominaba el interior, solo roto por el leve gemido de Estefani, que presionaba su pierna herida. Marcus, con la mirada fija en el frente, murmuró de pronto:

—¿Y si es cierto lo del brote? Lo que dijo ese tipo… su comportamiento… no era normal.

Héctor asintió, manteniendo ambas manos en el volante.

—Si tenía razón… —agregó Marcus con tono grave—. Entonces puede infectarnos a nosotros.

Todos quedaron en silencio.

—Para el auto —dijo de pronto Marcus, firme.

Héctor giró a verlo.

—¿Qué?

—Te dije que lo detengas —insistió—. ¿Vas a esperar a que sea demasiado tarde?

Héctor apretó los labios y comenzó a bajar la velocidad. Se orilló. El coche se detuvo en la oscuridad del arcén, bajo una farola parpadeante.

Nickole los miró confundida desde el asiento trasero, cubriéndose con su camisa apenas.

—¿Qué pasa? ¿Por qué nos detenemos?

—Sí, tengo una maldita herida en la pierna —se quejó Estefani, molesta y adolorida—. Necesito un hospital.

—Y Melissa… tal vez puedan hacer algo allá —susurró Samantha, mirando al cuerpo cubierto.

Pero Marcus ya había salido del auto. Abrió la puerta de Nickole.

—Baja —le pidió, tendiéndole la mano.

—¿Qué…? ¿Por qué?

Héctor hizo lo mismo con Samantha. Ambas, confundidas, bajaron. Entonces Marcus y Héctor, en completo silencio, abrieron la puerta trasera y comenzaron a sacar el cuerpo de Melissa, envuelto en la manta.



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En el texto hay: zombie, postapocalipsis, hongo

Editado: 12.08.2025

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