Las luces parpadeaban como si ya no tuvieran fuerzas. En el hospital, todo era una mezcla de ruidos distorsionados: el pitido agudo de alguna máquina desconectada, pasos frenéticos, voces llorando, súplicas… y a lo lejos, un llanto infantil, acompañado de gruñidos. El caos ya no era un rumor: se había desatado por completo.
Nick respiraba por la boca, empapado en sudor, guiando a Wendy y Jordan entre camillas volcadas, charcos de sangre y paredes rayadas con las uñas por pacientes que ya no estaban allí. Sus ojos se movían sin parar, calculando, evaluando.
—¡Por acá! —ordenó, empujando una camilla oxidada que bloqueaba el paso.
—¿Dónde estamos? —preguntó Jordan, con la voz temblando.
—Por el ala este —respondió Nick, sin dejar de mirar hacia los lados—. Esta parte no está tan infestada… por ahora.
A lo lejos, en el corazón del hospital, los gritos eran diferentes. Ya no eran solo de miedo, eran de puro pánico. Como si las gargantas de decenas de personas hubieran sido arrancadas al mismo tiempo.
—Dios… —murmuró Wendy al ver un cadáver en el suelo, con un destornillador clavado en el ojo—. Esto no puede ser real…
—No lo mires —dijo Nick, tomándola por el brazo con suavidad—. Solo sigue caminando.
Y entonces, de entre un grupo de sombras, una figura se lanzó corriendo hacia Jordan. Era un hombre alto, con bata de hospital, la piel grisácea, temblando, babeando sangre espesa.
Jordan se congeló. Solo alzó las manos, petrificada por el terror.
—¡JORDAN! —gritó Nick.
Sin pensarlo, alzó una silla metálica que estaba apoyada contra la pared y la estampó de lleno contra la cabeza del infectado. El impacto fue brutal. Un chorro de sangre saltó al rostro de Nick. El cuerpo cayó al suelo como un costal, haciendo un ruido sordo.
Nick jadeaba, con las manos temblorosas.
—¿Estás bien? —preguntó mirando a Jordan, que aún no podía hablar.
Ella solo asintió, aún sin moverse.
—¡Rápido, muévanse! —rugió Nick, sacudiéndola.
Siguieron avanzando. El hospital ahora era una zona de guerra. Por las ventanas de las puertas se veían peleas: doctores peleando con pacientes, pacientes atacando a los suyos, gritos apagados por mordidas.
Cuando llegaron al pasillo de emergencias, Nick se detuvo.
—Lucas debería estar aquí —dijo, mirando la placa borrosa en la pared.
Empujó la puerta. Un quejido metálico les dio la bienvenida. Adentro, la escena era dantesca.
El piso estaba cubierto de sangre, charcos oscuros donde resbalaban las pisadas. Las paredes salpicadas como si alguien hubiera agitado un balde rojo. Instrumentos quirúrgicos por todos lados. Una camilla rota. Batas arrancadas.
—Santo Dios… —susurró Wendy.
Un sonido los hizo voltear.
—P… por favor… —gimió una voz en el suelo.
Un enfermero. Tenía los intestinos fuera del cuerpo. Su rostro estaba blanco como una sábana.
—Mátenme… mátenme… —suplicó con los ojos en blanco.
Jordan no aguantó. Se giró y vomitó en una esquina. Wendy se tapó la boca, conteniendo las arcadas.
—¿Dónde está Lucas? —preguntó Wendy, con la voz cortada—. ¡¿Dónde está?!
Nick caminó lentamente hacia una de las cortinas del fondo. Algo se movía detrás.
—Lucas… —murmuró.
La cortina se abrió con un suspiro.
Y ahí estaba.
Lucas.
Lento. Con el pecho empapado en sangre. Los brazos colgando. Su rostro pálido. Y sus ojos… negros. Completamente.
—¿Qué… qué me está pasando, Nick? —preguntó con voz apagada, como si hablara desde un lugar muy lejano.
—Lucas… —Nick tragó saliva, avanzando con cautela—. Amigo, tranquilo, ¿ok? Todo va a estar bien. Solo… siéntate, por favor. Estoy aquí.
Lucas bajó la mirada, levantó sus manos. Estaban cubiertas de trozos de carne. Sangre aún caliente.
—Los maté… los maté a todos. Yo no quería… ¡yo no quería! —dijo, respirando con dificultad.
—No es tu culpa —murmuró Jordan, secándose las lágrimas—. Solo necesitas… un poco de sexo… ¿recuerdas? —intentó bromear con una sonrisa rota.
Lucas alzó la mirada. No rió.
—¡Mírenme! —gritó, temblando—. ¡Soy un maldito monstruo!
—¡No lo eres! —replicó Wendy, dando un paso—. ¡Estás enfermo! Pero vamos a ayudarte. ¡Salgamos de aquí!
Nick avanzó otro paso.
—Amigo… vamos a salir de esta. Como siempre. ¿Recuerdas?
Lucas miraba alrededor, como si no reconociera nada. Como si estuviera en un sueño.
—Ya no hay nadie que me salve aquí…
Y fue como si su alma se apagara. Sus ojos se vaciaron. Su expresión se volvió… nada. Como un rostro sin emociones. Sin recuerdos. Solo… vacío.
—No… no, por favor… —susurró Jordan, llorando—. No te vayas…
—Lucas… —murmuró Nick, con la voz quebrada.
Él lo supo en ese instante. Ese ya no era su amigo. Su hermano. Solo quedaba un cascarón.
—¡Vámonos! —gritó Nick, tomando a las chicas de la mano.
Salieron corriendo.
Lucas soltó un gruñido. Y los siguió.
Por los pasillos, las luces parpadeaban como si el propio hospital respirara con dificultad. Cada sombra parecía moverse. Los chillidos de otros infectados se oían de fondo, mezclándose con sirenas lejanas.
Lucas corría tras ellos, veloz, imparable.
Nick se detuvo un instante en una curva y, en el momento justo, dejó que Lucas lo rebasara.
—¡Ahora! —gritó.
Lucas se estrelló contra un carro de medicamentos, tirando todo. Gritó con furia, ya sin rastro de humanidad.
—¡Corran! —rugió Nick.
Doblaron por otro pasillo. Pero Lucas ya se levantaba, más rápido que antes. Sus músculos parecían tensos, como si fueran de alambre.
En la siguiente esquina, Jordan y Wendy lograron girar. Pero Nick, un segundo más lento, fue embestido de frente por Lucas.