Desde hace tres años que me recibí como médica, he tratado con toda clase de heridas, ¡Eh! Para qué miento a eso le debería sumar al menos los tres últimos de la carrera, cuando eres el esclavo personal de los colegas de planta.
Bueno, pero me estoy alejando de la idea. Lo que quiero decir es que sé todo lo que debería saber sobre las heridas, el tratamiento del mismo dolor y ahora, debo decir que subestimé las lesiones físicas versus las emocionales; no existe analgésico que cure el último tipo de dolor. Es algo más de reencuentro personal y tiempo. Porqué claro está, existen fármacos que pueden alejar la sensación de tristeza, pero nunca curarla; y sabe Dios que no quiero andar dopada por la vida.
—Esas miradas nostálgicas hacia el horizonte están prohibidas en este carro —dice Domingo sacándome de mis minutos de lamentos.
El automóvil se ha detenido y cuando elevo la mirada me percato que hemos llegado a mi antiguo conjunto residencial, al lugar que en otros tiempos consideré mi hogar y ahora esa idea se me hace tan lejana.
—Perdóname Dom, fui débil solo por el trayecto. ¿Sabes qué? Pensándolo bien, creo que mejor dejamos esto para otro día —expreso bajo la mirada atenta de mi mejor amigo, mientras me niego a quitarme el cinturón de seguridad—. Es más, por mi, Mads se puede quedar con todo lo que faltó por recoger; ni falta que me hace.
—Ajá, mujer ¿Sabes que más está prohibido en este carro? —inquiere elevando una ceja esperando una respuesta que nunca llega—, pues la cobardía, así que me haces el favor y te vas bajando del carro que haremos esto en menos de lo que canta un gallo; recuerda que tenemos que ir a mi trabajo.
—¡Ahg! —grito con frustración mientras intento desbrochar el cinturón de seguridad —. Definitivamente necesito amigas mujeres que hagan drama conmigo.
—De acuerdo, las necesitas, pero hoy no es el día —dice mi amigo mientras baja del carro, camina hasta mi abriendo la puerta y me ofrece su brazo como soporte—, deberías cumplirme como amiga y tener un circulo intimo de mujeres que yo me pueda coger y después me odien porque no les devuelvo sus llamadas. No lo invento yo, lo dice la constitución; me siento en desventaja con esta amistad.
—Olvídalo cariño —digo entre risas— si yo no puedo alardear que fui la primera, no existirán en mi círculo social, segundas ni terceras.
Dom ríe algo confuso como si yo estuviese omitiendo algo, sus labios se curvan tratando de darme una respuesta, pero al final lo deja estar y su sonrisa se diluye despacio. Luego ríe a carcajadas contagiándome y ahora soy yo la confundida, las cosas con él siempre han sido así, cuando estamos juntos todos los espacios los llenamos con risa y alegría aun los más incomodos. Aunque al final, a veces no entendamos por qué.
—Bueno, acá estamos —digo cuando nos plantamos a unos cuantos metros de la entrada del edificio— ¿Cómo vamos a hacer para entrar? No creo que podamos ingresar como Pedro por su casa; debo tener alguna orden en la recepción de no dejarme entrar, además la estúpida recepcionista me odia.
—Para que veas que no, la vez pasada solo con decir tu nombre me dejaron entrar sin peros. Tanta facilidad me dio sospecha de que Mads dejó instrucciones precisas de que le avisaran si pasabas por aquí.
—Estamos de acuerdo de que eso no puede pasar, ¿cierto? —comento dejando relucir un poco de ansiedad—, se supone que él no está en la ciudad hoy, pero no quiero arriesgarme.
—¿Sabes que es más sano que lo enfrentes? Es como quitar una curita, es más doloroso cuando lo haces despacio, contando del uno al tres. Es mejor arrancarla de una. Algún día tendrás que hacerlo. Pero aja qué sé yo, aquí entre los dos yo no fui quien se sacó el título en medicina.
—No si yo puedo evitarlo —respondo tratando de sacar a relucir fortaleza, Dom como respuesta trata de sonreír, fracasando en el intento. Puedo engañarme a mí misma, pero con él no puedo siquiera intentarlo.
—Bueno, lo que tú digas mi dama. Deja que yo me encargo de la recepcionista —dice mientras se acomoda su ropa— mientras, tú te escabulles por las escaleras y me esperas al lado del ascensor, en el segundo piso. Ruega para que se atreva a darme un cumplido —dice cruzando sus dedos—, ya sabes a lo que me refiero.
—¡Asco Domingo!, omitiré lo último. Esperaré por tu señal.
Antes de irse, me guiña un ojo y se acerca a la recepción con parsimonia destilando masculinidad. Desde mi ubicación logro visualizar como la recepcionista se sorprende al verlo y deja a un lado todo lo que está haciendo para concentrar su atención hacia él, no puedo evitar reír al verla pegar un respingo cuando Dom besa su mano y murmura un par de cosas a su oído. Definitivamente el tipo sabe lo que hace.
Mi amigo aprovecha el instante en que la fémina besa su mejilla, para hacerme señas invitándome a entrar, a continuación, se ubica de tal forma que ocupa todo el campo visual de la chica, pues la atención de ella ya es toda suya. Con prisa, en un trote suave cruzó toda la estancia y subo hasta el segundo piso al comprobar que está desocupado.
Minutos después, las puertas del elevador se abren de par en par dejando ver a un Dom algo agitado. Sin mediar palabra entro en este y presiono el botón que me llevará al séptimo piso, al instante siento como poco a poco mi respiración se hace más rápida, pero me calmo al sentir a mi amigo tomar suavemente mi mano en un gesto cálido.