La clave de Sol

12. La escala de Dom

 

El primer pensamiento que cruzó por mi mente cuando mis ojos vieron por primera vez a René, fue el de ella siendo la clase de mujer que volvería loco a cualquiera, en todos los sentidos, incluso los inimaginables. Podría describirla como el tipo de fémina de la que emana una belleza, un aura angelical; con sus cabellos dorados, mejillas y labios rosas, sumado a sus ojos color cielo; su carita de yo no fui, de niña de bien.

Para mi mala suerte, tiempo después descubrí que su apariencia nada tenía de ver con ella…

—No entiendo porque nos estamos vistiendo con tanto afán, si antes te desvestí con lentitud —reclamo tratando de sonar divertido mientras con un salto procuro ponerme mis pantalones—, y pareció gustarte. ¿Acaso me perdí de algo?

—Deja de hablar y apresúrate a ponerte la ropa Domingo. Fabián me mensajeó avisándome que va a venir a verme en unos veinte minutos, no quiero que mi hermano te vea acá y se haga ideas.

—¿Qué se haga ideas? Me parece innecesario seguir ocultando lo nuestro René, creo que es hora que los demás se enteren de nuestra relación —digo tratando de abotonar mi camisa—, hace casi un mes hablamos de ser exclusivos.

—Ya lo dijiste vos: hablamos solamente. Domingo, no podemos decirle a nadie que tenemos una relación justamente porque no tenemos nada. Esto —aclara ayudándome con un par de botones para luego señalarnos a ambos—, lo que llamás «nuestro», es sólo sexo casual. Divertido, por supuesto, pero sólo eso. Si querés decirles a los demás que estamos cogiendo, por mí no hay problema; pero después aguantate vos al pesado de Milán. No digas que no te advertí. Pasaron siglos desde lo que, si tuve con él y, aún no deja en paz a Tahiel porque que se enteró que casi tuvimos algo hace banda de años.

Sus palabras me caen como un baldado de agua fría, pero decido seguirle el juego. Termino de calzarme y la sigo al baño donde frente al espejo acomoda mínimamente su apariencia. Ella tiene un don para verse brillante sin siquiera maquillarse.

—Bueno ya que estamos tan simplistas, pregunta casual: ¿has estado viendo a otros? Porque al menos yo si me tome en serio nuestra conversación.

La rubia se detiene un momento y me dedica una mirada atreves del espejo, luego toma un labial carmín para pintar al menos sus labios.

—No tengo por qué decirte a quién me llevo a la cama, así como tampoco quiero que me lo cuentes vos; así de sencillo. ¿A qué viene todo esto, Domingo? Pensé que estábamos bien y que no importaban las demás personas porque esto era entre vos y yo, ahora ¿qué cambió?

René pasa de mí, y camina hasta la puerta; se muestra tan indiferente a nuestra conversación que por poco me cuesta creerle, sin embargo, sigo mi camino tras ella dispuesto a no darle más largas a esta conversación, una a la que ella varias veces ha mostrado resistencia. Ella es libre como el viento, según sus propias palabras. Vale que lo entiendo, he vivido la mayoría de mis años bajo ese credo y no soy quien para cuestionarla solo porque ahora creo tener sentimientos por ella.

Vaya forma de engañarme.

Me devuelvo al cuarto del hotel en busca de mi abrigo, yo soy colombiano de tierra caliente, allá somos gente de fuego; debe ser este jodido Bariloche y su frio de mierda que me tiene pensando semejantes maricadas. Su vida, sus reglas y ahí yo no tengo nada que hacer; si ahora quiere que me vaya de su habitación, eso es exactamente lo que voy a hacer.

Retomo ni camino hasta la puerta, donde ella serena espera para despedirme, camino despacio, tratando de aparentar la calma que ahora no tengo, porque si de algo estoy seguro en esta vida, es de mi amor propio, siempre digno nunca indigno.

—Forro, ¿no me vas a dar ni un beso de despedida? —dice René con una dulce sonrisa mentirosa—, además, no pedés irte así, sin contestar mi pregunta.

—Cómo has dejado claro antes, nuestros asuntos se basan en el deseo, y ahora mismo no tengo deseos de besarte mujer —miento con un susurro en su oído—, no contestar tus preguntas es una forma de hacer lo que tú quieres, no hablar de nosotros.

Termino la frase sosteniendo su mirada, una que trata de ser fuerte, pero en realidad es una súplica silente para que deje las cosas así, porque como de los labios de René broten las palabras correctas ya me veo rogándole por un poco de cariño. Para la suerte de mi amor propio, la única respuesta que recibo es ver como sus labios se aprietan formando una línea fina, sé que mis palabras lograron molestarla, aunque esa no fuese mi principal intención. Ante su repentino mutismo, tomo el pomo de la puerta dispuesto a marcharme, pero antes ella me toma por mi camisa y me atrae hacia ella, volviendo a unir el espacio que antes nos separaba, se dedica a mirarme por escasos segundos para luego darme un señor beso. Sus suaves labios apresan los míos ocasionando que me relaje ante su contacto, porque besarla se siente correcto, como estar en casa.

Pero no sería la primera vez que me echan de casa.

No tengo ningún problema en dejarme guiar, intento seguir su ritmo que cada vez se torna más intenso, mis manos inquietas y conocedoras de cada esquina de su cuerpo se deslizan por sus curvas hasta posarse en sus redondos glúteos, la escucho gemir, y como respuesta apresa mi cuerpo contra la puerta para terminar subiendo una de sus piernas hasta mi cadera. René sigue besándome con ímpetu, buscando respuestas, esperando que algún movimiento o gesto me delate; me dedico a corresponder su beso, succionando sus suaves labios con adoración, pero ella no me lo permite; acaba nuestro beso con un exagerado mordisco consiguiendo un gesto de dolor en mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.