Han pasado cinco meses, dos semanas y tres días desde que descubrí en mi propia cama, a quien fue mi prometido engañándome con mi gemela y… su editor.
Han pasado cuatro meses y seis días, desde que encontré en mi cama a quien sería mi actual jefe, bueno en realidad era la cama de mi mejor amigo. Han pasado unos tres meses y medio desde que me mudé a Argentina.
Las manecillas del reloj solo han marcado unas cuantas horas desde que me escabullí de la cama de Tahiel. Esta vez sí era la de él, e irónicamente esta sería la tercera noche que compartimos juntos.
¿Por qué? Luego de una noche en vela, he llegado a la conclusión de que el miedo me hizo marcharme de su lado sin despedirme, solo dejando una escueta nota que sé que a Tahiel le va a saber a excusas mentirosas.
Así como las que le he dicho a mis padres, quienes todavía piensan que sigo con los planes de boda con Mads. Aunque hablamos casi a diario, no he sido capaz de decirles lo sucedido con Macarena, no tanto por ella, sino por ellos, sé que la noticia solo les traerá pena, y juzgando por lo que hemos hablado, mi hermana tampoco les ha dicho nada. Los correos de ella y de Mads me siguen llegando a diario, pero aún me niego a leerlos, pues no quiero arrancar la costra de una herida que recién empieza a cicatrizar.
Unos golpes en la puerta me sacan de mis debates mentales, a la par que el sonido de una notificación en mi teléfono la cual ignoro. El de la puerta debe ser Domingo respondiendo a mi llamado de emergencia.
—Entra Dom, deje la puerta sin seguro —grito desde la habitación para evitar la fatiga de ir a abrirle.
Lo escucho entrar tropezándose con todo, y rebuscar un par de cosas por la estancia, para luego aparecer en pijamas y con una barba de días por puerta de la habitación. En una mano trae dos tazas de café que rápidamente me hace llegar, para luego saludarme con un sonoro beso en la mejilla.
—Ajá mi Sole, ¿se puede saber qué me le hiciste a Tahiel que amaneció con un genio de mil demonios? Desde que despertó está encerrado en su cuarto de música.
—Ay Domingo. La verdad es que me fui sin despedirme, me entró la cagalera cuando desperté en la madrugada, me di cuenta que estaba en su cuarto y...
—Te diste cuenta que el corazón traicionero le estaba queriendo. Yo te dije que para esas vueltas tú no servías —agrega interrumpiendo mi discurso—, al parecer ya el mío tampoco funciona para esas vainas.
—Sí, pero es que Dom, me siento como la tipa de las películas que sabe que como se ponga a chismear donde no debe la va a pasar maluco; pero la pendeja va y lo hace. Si me permito querer a Tahiel, sé que quizá la voy a pasar mal o él reciba lo peor de mí, la parte desconfiada y herida. A veces todavía me sorprendo pensando a Mads, lo cual sé que es una estupidez, pero ¿qué puedo hacer yo?
—Soledad, mija’ la indecisión te queda mal. No todo en la vida tiene que ser meticuloso, ya déjate de vainas; por primera vez haz algo porque te sale de los ovarios y disfruta el proceso.
—Yo no lo llamaría indecisión Dom, creo que me estoy explicando mal. Yo a él lo veo muy emocionado, temo que este cambiando unas cosas por otras. Tengo temor de lastimarlo, por eso no me animo a más. Tahiel cree que soy una buena persona, ni siquiera es consciente de que puedo ser una amenaza para él. No soy la misma de antes.
—En eso sí que estamos de acuerdo cariño, tus rayitos de sol ya no tienen vitamina D, ahora mismo causarían cáncer —dice el muy tarado mientras trata de tomar sorbitos de lo que ahora dudo sea café—. Pero ahora sí, fuera de bromas; nuestros pasados no nos definen, Tahiel es mucho más que su adicción y tú eres mucho más que un corazón roto. Los llamaría sobrevivientes porque a pesar de que las cosas están jodidas no dejan que eso los hunda. Tahiel pidió ayuda, y tú, pues, te estas cogiendo una jodida estrella de rock. Brindemos por esta terapia —dice levantado su taza de café al mejor estilo brindis lo cual es secundado por mi parte—, por hacer fiesta con nuestros huevos y ovarios… Espera así no era —agrega haciéndome estallar en risas.
—¿Cómo estás tú? Me refiero después de René —pregunto ocasionando que se atragante con su trago—, es decir, ella habló contigo ese día en Bariloche y por cómo estaban ambos no hace falta ser bruja para adivinar que ella es la chica de la que no me querías hablar. —Domingo me lanza una mirada de súplica, sé que no quiere tener esta conversación, pero de verdad tiene que sacarlo de su sistema—. Mira que el despecho no te queda, además que de algún modo te cumplí, te estabas cogiendo a una de mis amigas —comento mientras examino con la mirada sus fachas.
—¡De eso nada! Yo la conocí primero. Soledad, si te cuento la historia tendría que dejarla ir de mis recuerdos, el único lugar donde fue solamente mía —afirma soltando un pesado suspiro—, donde me convencí que me quería así fuese un poquito. Lo peor es que ni siquiera puedo odiarla.
—Dom, mi vida, tú no tienes porqué conformarte con las migajas de nadie —-digo sosteniendo su rostro para mirarle fijamente—, tu mereces un amor bonito, que te quieran como Dios manda. No necesitas vivir por los recuerdos de nadie, paciencia querido saltamontes, ya llegará alguien que te merezca tanto que tu capacidad de recordar no será suficiente, dale tiempo al tiempo.
—¿Mientras qué hago con todo lo que siento por ella? Porque duele. René me rogó que no la quisiera, que siguiéramos como si nada hubiese pasado; me negué porque, aunque ella no lo quiera aceptar, a mí sí me pasa de todo con ella.