La clave de Sol

17. Ignore changes

        

«¿Qué le habrán hecho mis manos, ¿qué le habrán hecho..., para dejarme en el pecho tanto dolor?».

Una vez, cuando era chico, quise construir un mundo de canciones para escapar del mundo real tan doloroso, duro, arisco, a veces frío. Encontré en la música un refugio, encontré en el refugio mil ideas, y recorriendo esas ideas mi mente volaba, suspiraba, creía, crecía; pero entonces necesitó volar más y más alto, y ese anhelo de superación, la ambición constante y hambrienta propia del ser humano, se transformó en la puerta de entrada para las drogas.

El mundo se resumió en un castillo, el castillo en un cuarto, el cuarto en una pequeña esquina. Y esquinado al margen de mis propios sentimientos comencé a crear la melancolía y el caos donde luego aprendí a pasar el resto de mi vida.

Y mi vida se hizo caos.

En ese momento, esa madeja de emociones negativas no tenía nombre ni apellido; tenía un curso, como el curso que sigue el agua. Un curso de agua podrida, seguramente, pero era mi vida al fin, y la tenía que llevar.

Entonces, la fui llevando de a poco, sin importarme lo que los demás decían. Hubo muchos insultos de personas que no me querían, que insistían en que músicos drogadictos sobraban, que mejor me rindiera. Tuve también una mano de apoyo: mi madre... ¿le puedo seguir diciendo mamá?, porque entonces nadie más creía en mi música.

Mi padre... No, pará... ¿quién es mi papá?

Freno del auto despacio y, tras oír el concierto de bocinas que exigen que me orille, accedo a las obligaciones colectivas tal como había aprendido a hacer durante toda mi vida.

—Si mis viejos son mis abuelos y mi hermana es mi mamá, entonces ¿quién mierda es mi papá?

Golpeo el volante con la frente uniendo una nueva voz a la catarata de bocinas que ya estaba cesando, me reconozco vulnerable en la medida que desoyó mis propios pensamientos para evitar caer en el caos que soy, que siempre fui, qué nunca voy a poder dejar atrás, y grito desgarrando mi propia voz, con la seguridad de que nadie me oye, un poco como siempre, pero más permisivo, quizás.

Entonces, la secuencia de los hechos pierde lógica y comienzo a enumerar los sucesos que me llevaron a estar acá, intentando comprenderlos: entré a casa, tomé la caja y en esa caja decía lo que todos sabían, pero yo ignoraba... La gente que me sigue dice que sabe todo de mí, pero entonces ¿ellos lo sabrán? Me siento angustiado al tiempo que la paranoia en torno a mi persona crece, y con ella el caos. No tiene sentido que lo sepan, eso no puede ser verdad, debo estar alucinando. Respiro.

Recuerdo que mi hermana me encontró jugando con sus carpetas, arrancó las hojas que había dibujado y las rompió en mi cara diciéndome que desearía que yo jamás hubiera nacido. Me odiaba. Siempre me odió. Quizás lo decía en serio. Seguramente lo decía en serio.

Pero papá —aquel hombre al que había llamado con ese título— siempre fue una persona tan conservadora... ¿Habrá sido él quien me salvó de mi hermana y su deseo de que yo no naciera? Ella siempre iba a marchas a favor del aborto... quizás me estuviera queriendo decir algo.

Las ruedas de mi automóvil giran y el ruido del motor intenta tranquilizarme, aunque resulta ser en vano. Soy consciente de que los medios de comunicación se saben de memoria hasta mi número de patente, no me extrañaría tener un rastreador pegado al caño de escape o algo por el estilo, no me conviene seguir quieto.

Apuro el paso hacia mi hogar de la infancia, pero repentinamente giro el curso y busco otro sitio donde llegar primero. Haría una breve parada para no tener que afrontar esto solo.

Frente a una escuela, a altas horas de la noche, un niño acompaña a sus padres a recibir a su hermana recién graduada de profesora y esta, notando la presencia del menor, se acerca a él y derrama el contenido amargo de su vaso de vino para luego retirarse junto a sus compañeros ignorando las quejas de sus progenitores. Nunca le importé, me queda claro, pero ¿por qué? ¿Qué historia existiría detrás de mi nacimiento? ¿No le bastó con que fuera un exitoso músico con reconocimiento internacional? ¿Nunca te arrepentiste, aunque fuera un poco, siquiera para manguearme algo de plata, mamá?

Freno y por la inercia me haga un chichón contra el volante. Venía muy rápido y me había olvidado de ponerme el cinturón. El ruido de las llantas derrapando contra el suelo hizo que mi corazón se sobresaltara: estaba perdiendo el control de mí mismo.

Necesitaba a alguien capaz de controlarme. Evito pensar que es triste ni siquiera ser capaz de eso.

Subí corriendo las escaleras ignorando completamente la existencia de un ascensor, liberando algo de adrenalina en el proceso lo cual me hizo sentir bien, lo que me trajo a la mente recuerdos de ciertas efímeras sensaciones. Por eso, aunque el aliento no me alcanzara, me sentí más tranquilo al tocar el timbre del departamento al que había llegado. Una cara conocida me abrió la puerta.

—Tahiel, ¿qué hacés acá?

—No te ofendas, Milán, pero justo hoy no estoy con tiempo para dar explicaciones. René está con vos, ¿no?

Me miró con desconfianza, intentó inquirir algo más sobre el asunto, pero al ver que me mantenía terco decidió ceder e ingresar a buscar a mi amiga con la cual me fui sin decir nada. Ella también estaba sorprendida, pero de alguna forma me entendía sin palabras, cualidad que ni siquiera con Fabián compartía, y por eso la quería junto a mí.



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En el texto hay: romance, drama, musica y romance

Editado: 26.11.2020

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