Milán estaba loco. Nunca nos llevamos mal, pero tampoco bien. Él era la causa de que más de una vez haya querido dejar la banda, y ahora se pensaba que compartiría algo así de íntimo con él. Definitivamente estaba loco.
—Gracias, pero en estos momentos preferiría ir con gente lo más cercana posible. No te ofendas, pero nuestra amistad no da para tanto.
—Justamente; la cagué y quiero arreglarlo. Ya me peleé con el sonidista, necesito estar bien con la banda. Ya escuchaste a Méndez el otro día: tenemos un contrato que cumplir, no podemos estar todos peleados.
—Vos lo que estás queriendo es hacer buena letra conmigo para que te apoye en echar a Domingo de la banda.
—¡Te juro que no!
Pasé mi mano por el cabello despeinándome en un acto reflejo por el nerviosismo que me generaba aquella cuestión. Él no es de rogar, pero tampoco es un tipo de tramoyas y planes a escondidas. Si te tiene bronca, te faja. Así de sencillo.
—Tal vez compartir este viaje fortalezca lazos y podamos andar mejor como banda.
—¡Exacto! Yo te apoyo, me distraigo de René, y si tenés una prima de ese padre nuevo que pase los dieciocho, después de conocerla me la presentás.
—¡Ni en pedo!
—¡Dale, Tahiel, seamos familia!
—Vas a quitarle pureza a mi estirpe.
—Creo que desde ahora, por si las dudas, te podría empezar a llamar primo.
Me reí con sinceridad y luego le mostré en el mapa la zona a la que nos dirigiríamos, un poco esperanzado, vale aclarar, con que al ver la lejanía del lugar y que antes de volver deberíamos pasar una noche juntos en algún hotel de esa provincia para no manejar a oscuras, renunciara; pero lejos de eso, la aventura lo motivó.
—Hay una cosa, sí, que te voy a pedir a cambio. Si no me la das, no vengas nada.
—¿Qué eso?
—Quiero que te lleves bien con el negro. —Su rostro se arrugó ante esa mención—. Si vamos a ser banda, lo vamos a ser todos. ¿Estás de acuerdo?
—No sé si él me perdone por dejarlo con los ojos morados. Es un tipo orgulloso también.
—Bueno, en eso se parecen. Pero bueno, no podré incitar a René a pensar lo que quiero, pero quizás pueda conseguirte una chance con Domingo. Después de todo, todos merecemos otra oportunidad.
Aceptó y luego de arreglar los pormenores, partimos. El camino fue mil veces más ameno de lo que esperaba; Milán de verdad estaba preocupado por su permanencia en la banda, porque sabía reconocer que era él quien inició la pelea, y Méndez lo vio, de modo que ahora debía tratar de estar bien con todos para poder seguir trabajando en Los Zorzales. Tan sencillo como egoísta, pero estaba bien para mí; siempre valoré su sinceridad.
Llegar a la finca donde mi padre había puesto su hotel no fue nada fácil, parecía no ser precisamente una figura conocida en el lugar. Nos perdimos dos veces antes de caer en una especie de palacio en medio de la nada, con las paredes blancas, el techo de tejas rojas, casi treinta ventanas dando al frente y un viñedo infinito alrededor.
Con un demonio, mi padre era rico.
—Ya fue, vámonos a la mierda —le dije a Milán, que estaba más contento que perro con dos colas.
—¡¿Qué?! Pero si ni siquiera lo viste, ¿ya te entró el cuiqui?
—No, no es eso, es que yo pensaba mirarlo a la cara y decirle «mirá lo que te perdiste por no criarme», pero resulta que tiene más plata que yo. Toda la vergüenza, va a pensar que vine a manguearle plata.
El pelotudo de Milán se empezó a cagar de risa de mis preocupaciones. Sabía que no tenía que dejar que viniera.
—Mirá, chabón —dijo después de que lo golpeara en el hombro—, ese tipo siempre supo que tenía un hijo y aún así no te buscó. No te quiere, no esperes caerle bien sólo por no pedirle plata. Andá, hacete cargo de tu historia y sacate la duda de si valía la pena conocerlo o no.
¡Pucha, tiene razón! Voy a ir, le voy a hablar y después de escucharlo, diga lo que diga, lo voy a mandar bien a la mierda. No me importa lo que piense de mí, lo voy a mandar a la mierda, y eso es un hecho. No tengo que preocuparme por nada.
—Gracias, enfermito.
—Un placer. Si ves la oportunidad, le robamos un vino. A él le sobran.
Quise protestar, pero después de pensarlo mínimamente me gustó la idea y acepté. Dale que va, soy muy malo, ¡y me encanta!
Entramos con paso resuelto encontrándonos con una señora cincuentona en la recepción, algo mucho menos formal de lo que esperábamos.
—¿Los puedo ayudar en algo? —inquirió al notar que nos quedábamos mirándola sin reaccionar.
—Sí, buscamos al señor Joel Pintos —dije de inmediato.
—No se encuentra disponible por el momento; pero si gustan, yo los puedo atender.
—De verdad necesitamos hablar con él. —No creía que mis insistencias fueran a menguar aquel gesto férreo en su rostro, suposición que se encargó de confirmar de inmediato.