La clave de Sol

26. Trauermarsch en DO menor

 

Uno no decide que día morirse, así como de cierta manera tampoco elige el instante en que el corazón decide dedicarle un latido especial a una persona. Simplemente pasa. Para bien o para mal, después lidias con las consecuencias o los más afortunados, pues ajá ya tu sabe'.

Te jodiste.

Soledad, mi supuesta lanza, a quien creía mi compañera de guerra, saluda con renovado afecto a la culpable de mis últimos acordes tristes; esa mujer que ha convertido mis tonadas caribeñas en azulados blues.

René se adueñó de mi música.

—Perdóname por aparecerme así sin avisar —comenta algo nerviosa a mi parecer—, pero es que no me pude aguantar. ¿Vos escuchaste la maqueta que te mandé en la noche?

Por la cara de confusión que coloqué, ella se respondió sola.

—¡Oh! —dijo en voz baja evidentemente desilusionada—, imagino que debes estar saturado de trabajo, con esto de la lluvia de ideas para el nuevo álbum. Yo solo envié mi pista anoche, pero no te preocupes vuelvo cuando lo hayas escuchado.

René hace un ademán para irse, pero definitivamente se estaba tomando su tiempo. Me mantuve en silencio fiel a mi voto, o al menos lo intenté hasta que ella sonrió girando para marcharse; ver su labio curvarse formando una sonrisa era en últimas mi extraña adicción.

Maldita abstinencia.

—Si la enviaste anoche, no la escuché porqué estaba algo entonado y pues que te digo, dormí temprano —digo posando mi mano sobre su hombro para evitar su lenta marcha—, después de todo tampoco era horario laboral. Si quieres, entramos a la casa y la escuchamos juntos; de hecho, podemos editarla en el cuarto de sonido de Tahiel.

Obtuve mi tan anhelada recompensa, nuevamente una sonrisa. Definitivamente soy un jodido adicto, es irónico como una sola persona puede ser enfermedad y a la vez cura.

Entro a la casa con René siguiendo mis pasos, al pasar por la sala hecho un vistazo al cuarto de Soledad y la veo revisando su closet. ¿Será que va a salir? Tal vez se encontrará con Tahiel, quien evidentemente no está en casa.

Entramos al cuarto y rápidamente recojo mi computadora, para guiar a René a la sala de música; al final es mejor pedir perdón que permiso y sé que Tahiel entenderá que entré por cuestiones de trabajo.

Paso una hora haciendo los arreglos de sonido y voz, correspondiente a la pista de René, me parece una buena canción, muy ella. Trato de mantenerme profesional, de no recaer, pero los planes de ella siempre han sido otros.

—Domingo —dice hastiada—, yo vine porque de una vez quiero arreglar las cosas contigo, quiero que intentemos estar juntos. Solo tú y yo.

Sabía que la ranita René algo se traía entre manos, pero no espere que fuera tan directa.

—Según recuerdo, la última vez que lo intentamos fue un desastre —digo girándome a verla directamente a los ojos—. Además, que no aceptas mi relación con Soledad.

—Te vi besarla Domingo. ¿Cómo querías que me tomara eso?

—Necesitaba que creyeras en mí. Soledad ocupa una parte importante de mi corazón, pero solo tú eras capaz de hacer que se detuviera y volviera latir a tu gusto; eso fue algo que nunca comprendiste.

—¿Por qué hablas en pasado? Acaso, ¿Ya no me quieres? —pregunta acercándose lentamente a mi rostro, rompiendo la distancia de seguridad.

—No hagas preguntas, cuyas respuestas no quieres saber. Tú nunca has podido con todo lo que siento por ti.

—No en ese entonces, pero esta vez déjame demostrártelo.

Como buen adicto, recaí ante el opio que destilan los besos agridulces de René.

Ahora estoy en su apartamento, rememorando viejos tiempos con la esperanza de que en esta ocasión sea diferente. La reconciliación nos tomo parte del día, la noche, y quizá robamos algunas horas de la madrugada. Acordamos apagar nuestros teléfonos, para dedicarnos exclusivamente a este nuevo nosotros, pero antes de desconectarme del mundo, le envíe un mensaje a Soledad para que no se preocupara por mi ausencia, como respuesta a las llamadas perdidas que tengo de su parte.

Al salir de casa, no pude despedirme de ella; me dio cosita despertarla pues estaba rendida en el sofá, parecía exhausta la pobre. Así nos pusimos al día con René, por cada hora que estuvimos lejos. Solo que esta vez soy yo quien mantiene distancia, no sé si mi corazón roto soportaría más puntos de sutura.

Despierto casi al medio día, con un pálpito de mal augurio en mi pecho. Desecho ese sentimiento y, aprovechando el pesado sueño de René enciendo mi teléfono encontrando varias llamadas perdidas por parte de mi mejor amiga y, un mensaje de infarto que me hace marcarle de inmediato.

Necesito respuestas. El teléfono de Sole timbra una y otra vez, pero ella no da señales de vida.

Algo raro estaba pasando, ¿por qué después de enviarme un mensaje con una prueba de embarazo en positivo se atrevería a deshonrar nuestra añeja amistad dejándome con el tono como único confidente del otro lado del contestador? Esa no era la Soledad que yo eduqué, no, no señor.

Se merecía una lección: el chisme es libre y entre amigos se respeta. Me hacen falta un mundo de detalles.



#30317 en Novela romántica
#4999 en Chick lit

En el texto hay: romance, drama, musica y romance

Editado: 26.11.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.