El Negro fue el primero en ser inspeccionado. Aún seguía con vida, pero agonizaba, sus ojos cada vez más dispersos se cerraban para no abrirse nunca más. Chucha fue puesto boca abajo. Su cabeza aporreada y algo hinchada denotaba su muerte violenta. Cuando el hombre del overol le dio la vuelta, sus ojos pardos estaban abiertos como platos y su boca aba una mueca de horror. Seguía en la fila Petri. El balazo, que recibió a la altura de la oreja derecha, atravesó sus sesos y salió por la frente. Parecía dormido.
Rique tenía la cara algo hinchada, los ojos medio abiertos y la boca destemplada; su piel morena estaba amarillenta con apariencia de estar hecha de cera. Se había meado.
El hombre constató el pulso de Negro, pero ya no tenía. Hizo lo mismo con Chucha, obtuvo el mismo resultado. Pero quiso la suerte una vez más para Rique, que este sujeto no repitiera la operación con Petri y él.
Rique no estaba muerto. El golpe recibido no fue suficiente para matarlo, en parte por el agotamiento de su atacante- quien destrozó a Chucha a batazos- y le impidió ejecutar un golpe contundente, aparte su brazo amortiguó el golpe. Su apariencia mortuoria y la facilidad al ser derribado, fue gracias a los días de excesos y la falta de hidratación. Sus ojos medio abiertos y la boca caída, eran característicos de él al estar completamente drogado.
Fueron entonces cargados en un carrito de ropa sucia en dirección al sótano del hospital, al llegar allí, los ingresaron en la morgue donde los acomodaron individualmente en camillas de aluminio. Luego el encargado del lugar, enjuto y desgarbado personaje, vestido con bata y delantal médico rasgó las ropas con tijeras y las echó sobre una gran cesta, junto a sus pertenencias.
El lugar estaba frío para preservar los cadáveres; unas potentes luces blancas iluminaban la estancia. Todo se encontraba limpio y ordenado: yacían seis camillas de aluminio junto a las neveras para depositar cadáveres; a su costado se encontraban refrigeradores para preservar medicamentos y tejidos. En frente, se hallaba el lavamanos de pedal al lado de unas mesas de aluminio. sobre estas mesas, empotraron estantes para guardar implementos de disección; al costado de la puerta de entrada se ubicaba el escritorio, ocupado por una computadora y carpetas.
Apenas el hombre de la bata hubo desnudado los cuerpos, se dispuso a lavarlos y escudriñar sus propiedades. Buscaba marihuana o dinero para comprarla. De vez en cuando contaba con suerte y hallaba teléfonos celulares o joyas. Su experiencia le enseñó a requisar bien antes de desechar sus cosas, pues los vagabundos, a pesar de la apariencia desecha, cargaban siempre con algo de valor. Encontró la marihuana de Rique, un pedazo de anillo de oro en la maleta de Petri, bolsitas de cocaína en las prendas de Chucha y un revólver con cuatro balas, envuelto en el fondo del costal de Negro. A todos les halló dinero principalmente en monedas. Guardó el botín en su maleta y el revólver lo dejó sobre el escritorio, para mostrarlo a sus secuaces.
Después de terminar su inspección, se dispuso a fumarse un porro. Una pausa activa como él decía.
Cuando el hombre salió, Rique, se movió con cautela; llevaba unos diez minutos conciente, pero su instinto le indicó, más bien le suplicó, quedarse quieto sin moverse un ápice. Su piel estaba como de gallina por el frío, el dolor de cabeza era insoportable. Pero no era tiempo de quejarse. Volvió a su posición inicial al escuchar pasos.