Rique, tomó aliento cuando finalizó con el tipo; su respiración era estertorosa y su brazo izquierdo estaba entumido, pero no sentía dolor, solo hormigueo. Su cuerpo estaba cubierto de sangre y cuando tragó saliva tosió con fuerza, tenía la garganta seca.
Se levantó aún agitado, tosiendo, pero no había tiempo para quejarse; estaba cojo y tenía el tobillo derecho hinchado. Se lavó las heridas en el lavamanos de pedal y tomo algo de agua para aclarar su garganta. Con ayuda de las tijeras, despojó al doctor de sus ropas de la mitad superior, realizó un torniquete en su hombro herido y se amarró con un pedazo de tela la nalga perforada. El hombro le preocupaba más, pues la abertura era más grande y profunda, además no paraba de emanar sangre, a pesar del torniquete.
Se calzó con las botas del ayudante y se dirigió al escritorio a buscar un telefóno. No encontró ninguno, solo dio con el arma de Negro. Se arrastró por el pasillo y tomó el ascensor; pensaba usar las escaleras de emergencia, pero estaban cerradas con llave.
Mientras bajaba el elevador, el tiempo se hizo eterno: cada segundo se convirtió en una hora y un mareo amenazaba con tumbarle. el timbre de llegada sonó, por esto preparó el arma bajando el martillo percutor; la puerta se abrió lentamente y al hacerlo una tonadilla de piano invadió el pasillo, balada para Adelina de Clayderman. La cabina estaba vacía.