Uno de los hombres de overol, ya con ropa de calle, se disponía a marcharse, no sin antes reclamar su paga al doctor, por eso se dirigía al sótano. Tenía prisa pues su amante le envió provocativas fotos en lencería, lo esperaba. Mientras detallaba las fotografías en su teléfono, la puerta del ascensor se abrió. Cuando levantó el cabeza aún entretenido, vio al indigente cubierto de sangre; siguió el fogonazo sobre su rostro. Aún sonaba la canción balada para Adelina.
Curioso porque su amante se llamaba Adela.
El ruido del balazo y la caída del cuerpo, alertó a los otros dos hombres de overol que jugaban al dominó, cerca al automóvil. Abandonaron la partida para ver qué pasaba, pero se imaginaron un disparo, porque al entrar a la clínica, se realizaban chanzas entre ambos. La escena los petrificó y los tomó sin preparación para reaccionar.
Rique previendo la llegada de más personas, se arrastraba apoyado contra la pared, en dirección a la puerta de salida de la clínica hecha de cristal, a unos veinte metros donde se encontraba. Junto la puerta se alzaba el escritorio de recepción, según sus planes posible trinchera ante los posibles ataques. Al distinguir a los dos hombres, la sorpresa le llevó a descargar los tres disparos restantes sobre estos; dos fallaron, pero uno se posó sobre el musculoso brazo de uno, pero no logró inmovilizar al hombre.
Ambos corrieron en dirección al camión a buscar sus armas. El hombre herido tapando la abertura del brazo, pidió un torniquete a su compañero. Este le improvisó uno con su propia camiseta. Luego tomaron el arma con silenciador y el bate. El herido, eufórico se aprestaba a atacar, sosteniendo con fuerza el bate para no sentir dolor. Su compañero más claro en ideas, le hizo señas para aguardar e identificar con cautela dónde estaba el vagabundo.