Tal vez era por la sangre perdida o la tensión, pero Rique al llegar al escritorio no tenía idea alguna del paso siguiente a tomar. La clínica pobremente iluminada estaba inundada en silencio, solo roto por la constante apertura y cierre del ascensor, pues las piernas del amante de Adela, no permitía cerrar la puerta Consciente Rique de la falta de balas, rebuscó sin suerte en el escritorio las llaves para salir a la calle. El hilo de sangre de su hombro era constante y la fatiga, manifestada como piedras en el estómago no le permitían pensar con claridad, su piel estaba pegajosa y sudaba a cántaros; a parte tenía sueño, no era lógico pensar en dormir en una situación como esa, con espanto supuso lo peor: era la pérdida de sangre, la cual lo tumbaría en cualquier momento.
Incómodo al estar en cuclillas bajo el escritorio, Rique se levantó un poco, asomando ligeramente su cabeza. El disparo zumbó cerca a su oído derecho y fue a dar a la puerta de cristal. Pero la partícula plástica de seguridad evitó la caída del vidrio en miles de esquirlas; otros dos proyectiles astillaron la madera del escritorio, y pararon también en el cristal. on la culata del arma, el vagabundo comenzó a romper el vidrio, pero sus fuerzas no hacían ceder la puerta. Los hombre del overol, convencidos de la ausencia de balas en el tambor de Rique pues no respondió a sus tiros, decidieron acercarse con cautela, yendo a refugiarse en la cabina del ascensor, por si este esperaba tenerlos más cerca para dispararles.
Al notar el vagabundo la estrategia a seguir de sus atacantes, supo que era su final, no le quedaba más sino pelear hasta caer o forzar la caída de la puerta. Con más vehemencia intentó lo segundo, preparando su embestida en caso de no poder, igual algo si sabía: pelearía hasta morir. Con una fuerza inusitada sacada sólo de la esperanza en emprender la huida, golpeó de nuevo con la culata el vidrio en repetidas ocasiones, haciendo ceder la resistencia de la partícula de seguridad en una angosta grieta. Se abalanzó de inmediato por la grieta, abriéndose aún más, rasgando su piel en especial de su tronco y piernas; cuando salió al exterior, exhibía cientos de rasguños y algunos pedazos de vidrio se adosaron en su piel.
Y corrió, como pudo, corrió sin aliento, el dolor del bazo no lo dejaba avanzar; la sangre y el sudor sobre sus párpados no le permitían ver las desnudas calles, todo se convirtió en una carrera hacia la nada, pero no dejó de moverse. No supo cuanto tiempo lo hizo pero al caer rendido, escucho a un automóvil acercarse.