Cuando los dos policías lo recogieron, su piel morena estaba brillante por el sudor como impregnada por aceite, el color de la falta de sangre le confería un tono amarillento semejante a los libros viejos; no dejaba de jadear y no podía ni mover un dedo.
le echaron atrás en la cabina donde pudo distinguir borrosamente una silueta delgada uniformada de verde oliva. El traslado no duró mucho, tal vez unas dos cuadras, al parar, el sujeto con uniforme, lo cubrió con algo parecido a una manta, la cual apestaba a sobaquina, luego lo cargó sobre sus hombros. Rique cerró sus ojos, esperando la anhelada ayuda médica.
Pero el crujir de las botas sobre cristal roto, le comunicó: el infierno no acabó. Al ingresar sobre los hombros del oficial, fingiendo estar inconsciente, distinguió la puerta de cristal, hecha añicos en uno de sus extremos y el escritorio astillado por las balas.
Pero no sé iba a rendir, si iba a morir, lo haría peleando, se llevaría a esos hijos de puta al más allá con él. La mitad superior de su cuerpo estaba invertida, sobre la espalda del policía; con rapidez y jugando su última baza, se apoderó del arma adosada a la cintura del uniformado, luego saltó como pudo para separarse del cuerpo de su captor. Este sorprendido, viendo como aquel miserable andrajo de carne le robaba su arma y saltaba con alientos al piso, le mandó una patada para desarmarlo.
Rique intentó bajar el percutor, pero tenía seguro, por lo que recibió el fuerte impacto sobre su hombro izquierdo, al poner por reflejo su cuerpo en posición fetal para no ser golpeado. A pesar del impacto, pudo bajar el seguro y accionar el arma; dos disparos, uno al pene y otro en la garganta.
Luego escuchó varios sonidos como palmadas. No sintió nada. Al registrar su cuerpo observó el agujero del abdomen y la rodilla, pero no existía dolor o impresión, como si aquellas heridas las observara en otra persona, no a él.
Despreocupado por su maltrecho cuerpo, seguía su turno. Apuntó sin distinguirlos bien; disparó cinco balas, encajo tres. Al hombre del overol herido en el brazo le dio en el esternón, la bala finalizó su trayecto en la garganta, muriendo de la misma forma del policía; ahogado en su propia sangre. Al otro le despachó con un balazo en su pulmón derecho y otro en el hígado.
Giro para responder un posible ataque del conductor del automóvil, pero este se marchó a toda velocidad apenas inició el tiroteo. La sangre manaba de la parte baja de su abdomen a cántaros, se iba a morir. Tanta mierda para nada, lo hubieran matado en el potrero, pensó.
Se arrastró con los brazos, hasta llegar a la entrada. cerró los ojos harto de sufrir; estaba frío, mareado y con ganas de orinar pero no podía. Una risa nerviosa le acompañó para paliar la extraña confusión sentida, deseaba engañar a su mente cada vez más ansiosa.
Después de un rato, todo se volvió oscuro, a pesar de que amanecía.