CAPÍTULO PRIMERO: FLASHBACK
Episodio 2: Difícil decicisión.
La joven Aldhara, delgada y sofisticada, caminaba por su jardín privado, pocos momentos luego de haberse reunido con el Consejo Real, aquella tarde. Sabía en lo profundo de su alma que lo que le había sido comunicado recientemente por el consejo, formaba parte de la tradición de su colmena tan querida, y de las demás vecinas; que era su destino. Así se lo había comunicado su Reina Madre, su propia madre, Mendhara; la séptima Reina de la dinastía de las Ommhas, de La Reinas Altas. Durante toda su infancia, desplegando y orquestando grandes obras didácticas, había recibido la preparación y la sutil instrucción imperativa que aquéllo debía ser así. La reunión con el Consejo Real, por lo tanto, fue casi un trámite, y constituyó simplemente la notificación por parte del consejo que había llegado la hora. Aún a su corta edad, debía reunirse con el Consejo Real y con las nodrizas principales para hacer la elección del zángano idóneo.
Preseleccionados uno a uno por las antiguas nodrizas, verificadas sus cualidades y dotes físicos por melipones autorizados para ello y visados sus expedientes de comportamiento e inserción apisocial, la cuaterna era notificada mediante un llamado a las Oficinas Reales para ser; sólo uno de ellos, escogido por La Reina entrante para funciones de reproducción.
El profundo instinto maternal, tan necesario y tan importante en La Reina, era demostrado en este paso tan decisivo y crucial para el futuro de la colmena: la reproducción.
Tras el velo de responsabilidad descarnada, de obligación maquinal y de necesidad cuidadosa de evitar la deriva generacional; cuidando de no dejar detalle al azar, se ocultaba una profunda e intensa necesidad del alma de La Reina Aldhara: amar y ser amada.
La corona de la colmena, la categoría sino más importante en la sociedad apícola, cargo desde donde emanan las órdenes y las decisiones más importantes para el subsistir, y a quien llegan los elogios, el respeto y la admiración más pura, tenía una falencia muy fuerte y dolorosa: La Reina no debía amar al zángano sexuado escogido para procreación.
Una vez que era seleccionado el ejemplar, éste contraía de inmediato una obligación para con su colmena, para consigo mismo y para con todos sus futuros descendientes. Era el portador del conjunto génico digno de ser transmitido y, por lo tanto; el zángano que posteriormente sería el modelo a seguir por los demás, no sólo desde el punto de vista físico, sino que también social.
La cuaterna de zánganos estaba compuesta por cadetes seleccionados de los pelotones de recolección. Todos, casi por definición, mostraban gruesas patas, robustos cuerpos y hermosos abdómenes[1].
—Joven Aldhara —dijo el capitán, reverenciándose.
—Capitán —contestó La Reina, ofreciendo una reverencia de respuesta.
—La cuaterna está dispuesta en su despacho —agregó el capitán—. Hemos podido seleccionar a los mejores. Hallará usted en ellos lo mejor de nuestra colmena para desovar tan pronto lo requiera —añadió, sin salir de su marcial reverencia.
—Me parece bien, capitán. Reciba mi gratitud —contestó, caminando grácil y dándole la espalda.
—Bien sabrá usted, máter mía, que la colmena está dispuesta a recibir los nuevos integrantes cada vez que sea requerido. Hemos crecido y nuestras reservas abundan.
—Lo sé, capitán.
—Todo individuo es bienvenido, cuidado por nuestras nodrizas más esmeradas y alimentado con la mejor miel de nuestras reservas que, como le decía, están llenas —dijo el capitán Koe, caminando cabeza agachada detrás de La Reina.
—Escogeré el mejor, ciertamente —contestó, algo esquiva.
—¿Necesita tiempo? —preguntó, arrepintiéndose de inmediato de hacerlo.
La Reina se detuvo en seco.
«¡Qué extraña pregunta!», pensó La Reina Aldhara.
—¡Se hará según lo planificado! —arremetió, con palabras golpeadas—. Ingresaré en seguida, capitán.
El capitán dio la orden al soldado en la puerta de entrada al despacho de La Reina para que abriera la puerta. Estaba todo dispuesto desde hace algún tiempo y los zánganos esperaban según lo planificado. Posteriormente el capitán entró al despacho y les ordenó ubicarse en el centro de la sala.
Los cuatro zánganos se ubicaron uno al lado del otro, de pie, con la mirada fija adelante. Alguno más nervioso que otro, en una posición firme y sin mover un sólo anexo: alas plegadas detrás de su espalda, con su vientre firme y su tórax contraído, antenas tensas apuntando hacia arriba y exoesqueleto brillante como la resina oxidada del árbol listero[2].
Todos parecían como copias del mismo individuo ideal. Diferencias tan leves como el ancho de una banda negra, el número de septos en una de sus antenas o aún más sutiles como sus feromonas, los hacían muy difíciles de diferenciar uno de otro, en un primer vistazo.
—¡Atención, zánganos! —exclamó el capitán Koe, en un tono marcadamente más violento que el que usaba normalmente.
Todos los zánganos se petrificaron.
—Reverenciad a La Reina, de inmediato —exigió.