CAPÍTULO PRIMERO: FLASHBACK
Episodio 4: Llamado.
Aquella mañana, Aldhara despertó con el dulce sabor impreso en sus labios. El sabor del beso escondido, el gusto y la sensación profundamente arraigada en su joven corazón enamorado. El temblor nervioso de las manos que le acariciaron el rostro tan gentilmente, el escozor de la clandestinidad; necesaria, debido a las circunstancias, la potente fuerza que los atrajo desde ese corto e intenso instante en el Despacho Real, y la visión de sus ojos negros perlados, mirándole, atados juntos luego del encuentro tan cercano que les unió por un maravilloso instante en el ciclo solar[1].
—Capitán, necesito ver a uno de los zánganos de la cuaterna —dijo la Joven Aldhara, con voz fuerte.
No pudo ver al capitán, pero supo que él la había oído. El capitán Koe, capitán a cargo del pelotón de guardia y de guardaespaldas de funcionarios reales, se encontraba siempre junto a La Reina o bien a la distancia máxima de un llamado a viva voz.
—Mi Reina, mi máter —contestó, reverenciando y doblando todas sus rodillas ante ella al ingresar al despacho—. Su requerimiento, ¿podrá esperar algún tiempo? Ha desovado hace muy poco —agregó, con voz respetuosa, con la vista al piso—. Podría usted estar algo débil aún.
—Usted conoce el paradero de cada ejemplar de la cuaterna, capitán Koe. Necesito al joven Argo. Debo conversar con él, es urgente… Es importante —interrumpió Aldhara, ignorando la pregunta, y respondiendo, casi expresamente, que no; que aquello simplemente no podía esperar.
—Lo que usted diga, mi máter —contestó el capitán, asintiendo, pues supo e interpretó correctamente el tono imperativo de su petición—. El joven Argo estará aquí en su despacho tan pronto sea contactado —contestó el capitán, levantándose sin elevar la vista.
El capitán Koe salió de la sala, e inmediatamente lanzó un gesto directivo al primer soldado que pudo divisar a la distancia.
—Soldado: Vaya a ubicar a un zángano al pelotón de recolección. Su nombre es Argo —le ordenó, frotando una de sus manos—. ¿Su nombre, soldado?
—Erno, mi capitán Koe… ¡A sus órdenes! —Retiró su mano y se cuadró.
—¡Vaya de inmediato!… La Reina Aldhara lo requiere, en este instante.
—¡Sí señor! —respondió girando—. ¡A sus órdenes!
Erno se retiró sobrevolando el pasillo, repitiendo el nombre del zángano que debía contactar: Argo. Lo repitió tantas veces, que de pronto, y en un instante, le golpeó el recuerdo: Argo era uno de los zánganos de la cuaterna presentada a La Reina Aldhara hacía un tiempo atrás para reproducción.
El propio soldado había sido uno de los varios encargados de convocar a la cuaterna para ser presentada a La Reina en su despacho.
Además, se había informado a las huestes, con el paso del tiempo, que el zángano sexuado que había sido escogido por la máter Aldhara para la reproducción de la colmena había sido Lengo, y por tanto le parecía algo extraño, por decir lo mínimo, que fuera Argo convocado nuevamente al despacho de La Reina. Eso, sencillamente, no ocurría.
Pensó en restarle importancia, sin embargo, algo le decía que no podía hacerlo. Es que, en efecto, llamar a uno de los zánganos no seleccionados ya era algo realmente poco usual, y además hacerlo con tal urgencia debía ser por algún motivo especialmente particular.
Aterrizó, luego de pensarlo por unos momentos, en la entrada del pelotón recolector. Grandes receptáculos de todo tipo de pólenes se acopiaban desordenadamente en la entrada y eran custodiados por los zánganos que volvían y depositaban su cargamento, para ser relevados cuando un nuevo zángano aterrizaba en la cornisa. Un enorme melipón de espaldas a la acción, y de punto fijo, cuidaba la entrada.
—Tengo órdenes de encontrar a un recolector —dijo Erno al enorme guardia. Él, en respuesta, caminó un paso y se puso por delante.
—¿Trae la marca? —preguntó, en tono imperativo.
—Aquí la traigo. —Erno alzó su mano.
El enorme guardia levantó la mirada y elevó sus antenas. En respeto retrocedió y abrió paso a Erno.
—Pase, por favor.
—Requiero ubicar al zángano Argo, por órdenes del capitán Koe.
—Se encuentra en labores. Tal vez lo pueda hallar en un momento más, si ha de regresar. Bien puede estar atareado con alguna carga, también. Entre y revise.
Había largos pasillos detrás de los receptáculos. Se podía ver mucho movimiento, y ubicar a Argo no sería algo tan fácil como lo había pensado. Recorrió y revisó varios pasajes, interrumpiendo en ciertos momentos a más de algún zángano en su tarea, recibiendo una que otra mirada de enojo.
Tras la búsqueda, en los pasillos del pelotón recolector, halló a Argo. Se encontraba cargando un receptáculo, como lo hacía siempre. Sudado, contento y empolineado[2] entero. Se le veía entregado a su trabajo con la entereza de un guerrero a la causa de su colmena, con la fuerza de un río desbordado, muy concentrado.
—Joven Argo, nuestra máter ha requerido de su presencia en su despacho —dijo Erno.