CAPÍTULO PRIMERO: FLASHBACK
Episodio 5: Noticia sorpresiva.
—¡Joven Argo! —exclamó Aldhara, al verlo entrar.
Sus ojos brillaron y sus alas se estremecieron. Su cuerpo, por completo; desde las antenas hasta las fracciones finales de sus patas, temblaron por la anticipación.
—Mi Reina —contestó Argo, reverenciando.
—Ya sabes que no es necesario que me rindas pleitesías, bello Argo —dijo Aldhara, levantándose con dificultad de su asiento y alzando sus manos para alcanzar el rostro del zángano, con delicadeza.
—Mi querida Aldhara —dijo suavemente Argo, sintiendo como la felicidad absoluta se multiplicaba y ramificaba por su cuerpo al pronunciar tan bellas sílabas—. Tengo un presentimiento respecto de todo esto —agregó.
—Estás en lo cierto, querido, si estas pensando en eso.
La mirada cómplice de Aldhara se lo dijo todo. Los ojos perlados; bondadosos. la observaron directo a los suyos, y en un instante, supo que se estaban comunicando casi a través del aire, pues sus pensamientos, la unión tan cercana de aquella noche, y la sensación de permanencia tan marcada, se lo dijo. Supo, Argo, en un instante, que aquel encuentro había resultado fecundo. Luego de una pausa, y con un filoso escozor en sus ojos, anegándose rápidamente, habló.
—¿Cuándo, Aldhara?, ¿Dónde, mi Reina? —preguntó Argo, tomando sus manos con ternura, y mirándola fijo a los ojos, sin saber qué más preguntar.
—Es mejor que lo sepas solamente tú. Es mejor así —dijo, con lágrimas cayendo.
Las dos perlas del joven Argo, ya completamente anegados, miraron al piso. Rebosaron de agua cristalina, y su voz, parcialmente quebrada, quiso decir algo, mientras una lágrima caía y colisionaba con el piso rompiéndose en mil gotículas.
—¿Huevos?, ¿Cuántos son? —preguntó, con dificultad.
—Los huevos están a salvo, querido. Son dos.
—¡Oh, Piadosa!, ¿Sólo dos?
—Amado, he desovado el linaje de Lengo hace muy poco. La generación será grande y prosperará. Los huevos nuestros son solamente dos, por razones de fertilidad y fecundidad básica[1], querido Argo.
—Sí, lo sé. Pero, ¿qué haremos entonces? —preguntó, sollozando—. ¿Y dónde están?
—Los he ocultado en las cubas de huevos en el depósito ovario. Tras una de las grietas principales, junto a los demás de ese depósito.
—¿En el mismo depósito de todos los demás?
—Sí, el depósito ovario, Argo.
—No te preocupes, yo los cuidaré. —Argo le calmó, con una caricia.
Acariciaba su rostro suavemente y clavaba su mirada una vez más en sus ojos.
—Añoraba acariciarte, Reina mía. Deseaba tanto que estuviéramos junto…
Un sorpresivo ruido se dejó oír fuera del despacho, proveniente desde la puerta de la entrada. Era como una respiración tras la división que separaba el despacho del pasillo por donde había entrado Argo.
—¿Nos han oído? —interrumpió Aldhara, nerviosa, levantando la mirada hacia la puerta.
—Es posible. —Sin soltarle la quijada.
—Mira hacia afuera, detrás de la puerta —le pidió Aldhara, susurrándole al oído.
Al abrirla no se veía rastro de abeja alguna, sin embargo, cuando Argo levantó la vista hacia el final del pasillo, pudo ver a Erno, casi volteando la esquina de éste. No estaba lo suficientemente lejano como para suponer que no había oído la conversación, pero sí lo suficientemente cercano como para deducir que había huido recién de la puerta, temiendo haber sido descubierto fisgoneando. Argo y Erno intercambiaron una mirada, corta y fugaz, y en ese preciso instante Argo lo supuso: el soldado los había oído.
Cuando Argo dio un paso para acercarse a él y, muy diplomáticamente investigar y corroborar si era cierta su suposición, Erno corrió, dio tres saltos y se elevó en sobrevuelo perdiéndose lejos del lugar. Luego desapareció en la oscuridad.
—Creo que un soldado nos escuchó —dijo Argo cerrando la puerta—. El soldado que me ha traído aquí…
—¿Hablas de Erno?
—Desconozco su nombre, Aldhara —agregó.
—Tendremos que hacer algo al respecto —dijo Aldhara en un tono conciliador.
—¿Y qué podemos hacer? —preguntó Argo, preocupándose de inmediato por la seguridad de los huevos.
Aldhara le propinó una mirada profunda y calmante. Con sus ojos abiertos y sus cejas levantadas, inclinó su cabeza y le sonrió.
—Tengo un plan. Creo que podría funcionar. Debes confiar en mí… ¿Bueno, mi joven y hermoso Argo?
—Claro que confío en ti. —Le abrazó—. Sé que sabrás qué hacer.
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Notas:
[1] La Reina, luego de desovar, puede dar origen sólo a un número reducido de huevos, por lo general uno o dos, o hasta tres