Era un primero de Octubre, una Tarde Gris y vacía como casi todas las otras habían sido para Julián, que llevaba 3 días, casi en la misma pose, inconsciente, inmóvil y casi muerto. No moría sólo de hambre y aunque dormía, estaba tan cansado qué no podía descansar; estaba encima de un cartón, en la calle, con una costilla rota y un ojo lastimado.
El pequeño Julián abrió los ojos, pensó que ya era su fin, pero estaba muy equivocado. Y justo cuando se iba a volver a dormir, Julián sintió un fuerte golpe en el cráneo, pensó que había vuelto el hombre de la ventana a matarlo, pero no era así.
- Discúlpame. ¿Estás bien?, lo siento mucho, ando con prisa y no te vi. ¿Necesitas ayuda. - escuchó la voz de una decente dama, que accidentalmente chocó con Julián la punta de sus tacones con su cabeza. Llevaba un vestido elegante ajustado y rosado.
Para Julián sólo fue un golpe más, pero ese golpe casi que lo había hecho volver a quedarse dormido, más que un golpe, fue como un arrullo. Julián no abrió los ojos cuando lo sintió, se quedó con la voz de la dama en su cabeza, el chico quería pedirle ayuda, pero definitivamente no tenía fuerzas para hacerlo.
La decente dama, de noble corazón, se arrodilló al lado de Julián, le quitó el cabello húmedo de la cara y vio su ojo sangrante, lo cual la hizo abrir una boca enorme de asombro y preocupación.
- Señora, es mejor que se vaya. - se oyó una voz ronca de lejos, era un tipo asomado por una ventana del edificio de al lado.
La dama lo observó desde donde estaba, y el hombre cerró la cortina y no dijo más palabra.
Cosas así, le sucedían a Julián casi diariamente.
Las personas amables que querían ayudarlo, se marchaban justo cuando ese hombre se asomaba a la ventana, los miraba y les decía algo, cualquier cosa para que no ayudaran a Julián, era como un monstruo que las espantaba. Y así fue, la dama simplemente se levantó y se marchó.
Cuando ya se oyeron los pasos un poco lejos, Julián quiso abrir los ojos, y por el ojo que podía ver menos, pudo discernir qué de la mano de la señora de hace un momento iba aprendido un chico, que lo miraba mientras se iban alejando los dos caminando.
En su visión borrosa, vio que el niño tenía un rizado, mono y hermoso cabello.
Una sonrisa se le dibujo a Julián el rostro y aquel chico la devolvió. Julián volvió a caer en el sueño profundo que llevaba.
Ya estaba tarde, llovía, tronaba. Julián dormía en la lluvia por tercera vez, ya no fue capaz de abrir los ojos, ya no podía. Sintió un chuzón profundo en su espalda, era una punzante aguja que se le enterraba y que el hombre de la ventana insertó sin su consentimiento, cuando terminó de aplicarle quién sabe qué cosa, se marchó; Julián no se quejó, tampoco entendía que pasaba, ese hombre llevaba las tres noches haciéndole eso, y no le daba ninguna explicación. Julián empezó a temblar.
Sintió una mano caliente encima de su rostro, no abrió los ojos. Era él, el chico rubio rizado. lo supo desde el primer momento de su contacto, y aunque nunca había sentido su mano, casi era cómo se había reconocido su calor, toda la noche sintió su calor, no sólo en su rostro, sino que también en todo su cuerpo, no supo si lo abrazó, era más bien que se había adueñado de su alma, tal vez ya sabía que Julián iba a morir, y por eso la tomó, para calentarla antes de que se fuera.
Julián intentó abrir el ojo bueno, pero entre la lucidez que se reflejaba en la calle en los charcos de agua, y el agua misma que tenía en los ojos que no se podía quitar, pudo diferenciar una sombra, que era la sombra menos oscura que jamas había visto.
Paró de llover, Julián seguía tirado en el piso, seguía con el acogedor calor que el chico le brindaba y su dolor en el tórax casi que se perdió y sintió que su ojo reventado sanaba.
Al otro día, Julián se sintió estafado, su costilla seguía rota, y su ojo estaba peor, ya por ahí no veía nada.
Sintió el calor del Sol en su cara, un par de perros pasaron y lamieron sus heridas, y ante el disgusto de Julián, los perros se fueron, les gritó con la mente, y le hicieron caso. Esa misma tarde, dos chicos le tiraron latas como a un basurero, Julián seguía consciente, aunque no abría los ojos, se enteraba de todo, de los autos, de los niños, de la lluvia y del sol. Y todo el día pensó en esos brillantes rizos, que lo había dado tanto calor.
Julián quería morir más que cualquier cosa, pero era como si la vida se burlara de él, lo humillaba, no le daba suficiente para vivir pero tampoco para morir.
Cuando iba cayendo el sol de nuevo, a eso de las seis de la tarde, se acercó de nuevo, era él, el chico rubio; el Crepúsculo le permitió observarlo por el ojo bueno, era tan espectacular, su piel se sentía suave solo con observarla, y su cabello desprendía tanta luz y energía, que casi él sentía que volvía a la vida.
El rubio se sentó en el piso, al lado de la cabeza de Julián. Y con sus manos rosas y tibias subió lentamente la cabeza de Julián a su pierna, y en su regazo acarició el cabello indio y oscuro del niño; con la poderosa fuerza que él a Julián le daba, Julián ladeó la cabeza para poderlo ver mejor, abrió un poco su boca reseca por el frío y el calor, y suavemente musitó: