Llegando a casa no era de dudarse, mi madre corría a preguntarme como me había ido, mi familia siempre fue muy unida, así que mi madre siempre estaba al tanto de nosotras, por lo que preguntaba con curiosidad como había sido mi día, mi bendito primer día. A lo que no dude en contarlo lo que habíamos hecho, lo que había pasado y que solo tenia dos amigas. Mi madre, después de escucharme a diestra y siniestra con una risita en la cara y un tono burlesco me respondía.
-¿Y que tal los niños?, ¿Alguno te gusto?, ¿Hablaste con alguno?, ¿Alguno se te quedo viendo?
-No mamá, no hable con nadie, nadie me miro, no me gusto ninguno y no, no me preguntes de eso.
De inmediato corrí a mi habitación a cambiarme, solo quería cambiarme, comer y salir a jugar al parque y así fue, como siempre me gustaba jugar futbol, no lo hacía bien pero patear ese balón me daba mucha paz y distraía mi cabeza de cualquier tontería, era feliz corriendo tras ese balón. Por lo tanto salí y todos los demás empezaron a llegar, mis vecinos que ya eran mis amigos, salían listos para jugar como todos los días, ese momento era nuestro, era la gracia de ver pasar el tiempo mientras jugábamos, era perfecto y nunca nos dimos cuenta.
La noche llego y era hora de ir a casa, llegando a casa, solo cene, me bañe y me acosté, estaba lista para terminar mi día, no sin antes cuestionarme, porque Liria y María se empeñaban en hablar de “Los chicos”, que tenia de interesante, claro no sin antes recordar los cuestionamientos de mi madre, ¿porque tanto énfasis en hablar de ellos?, yo jugaba con varios de ellos futbol y nunca llegue a verlos atractivos. Nuestro grupo de juego estaba conformado por chicos y chicas todos de edades similares pero no iguales íbamos de los 9 a 16 años y éramos felices.
Para mi observarlos con otros ojos no era viable, yo solo veía un montón de pubertos, unos con más granos en la cara que otros pero a final de cuentas pubertos.
No se si yo estaba bien, pero para mi, observar a los chicos con otros ojos no era posible, quizás me creía demasiado insuficiente como para esperar ser observada, me acomplejaba mi cuerpo ese que esas niñas de sexto grado ya se habían encargado de juzgar, yo me veía chiquita, débil, fea, inofensiva, insignificante, alguien que no podía ser relevante pues nunca había buscado serlo y definitivamente no me gustaba que los demás vieran en mi un grado de altanería que no tenía.
Ser vista por los chicos no era una de mis posibilidades, nunca me había visto a mi con tal amor, así que menos esperaba darlo de regreso, si anhelaba que alguien me elogiara, pero no lo buscaba, era bella para mis padres y eso era suficiente, era bella para mi abuela aquella hermosa señora de cabello blanquecino que tanto adoraba.
Para mi, mi abuela era una mujer de mucho valor, era fuerte e inteligente por las arduas tareas que realizaba, no había cosa que esa mujer no pudiera hacer, ella sola había criado a mis tíos, no diré que lo iso del todo bien, pues cada quien elige su camino, ella era la madre de mi padre y era una mujer muy apegada a nosotras, mi hermana y yo siempre fuimos amadas por ella, ella no dudaba en demostrarlo, mi hermana era su adoración, pero eso no me importaba. Porque aunque mi abuela la adoraba a ella por ser la más pequeña, yo cada que la visitaba me recibía con un plato de comida caliente, una rica bebida y una nueva moraleja por aprender.
Entre mi abuela, mi madre, mi padre y mi hermana llenaban mi mundo, mi mundo de niña que era perfecto, un mundo que no quería que se acabara, pero estaba bien, mi mente debía de descansar, así que simplemente opte por calmar mi cabeza. Envolví mi cuerpo con el cobertor que cubría mi cama y cerré los ojos, dejándome en claro que no sabía si había algo mal en mi por no pensar como el resto, pero que mientras estuviera mi familia estaría bien y simplemente me dormí.
Aquella noche comencé a tener sueños que después tendría constantemente, siempre era lo mismo, aunque en cada sueño había una ligera variación. Me veía a mi en un cuarto con fondo negro, siempre había de tres opciones, caminar enfrente a la izquierda o a la derecha, pero era sin rumbo pues no se veía el tope de aquella habitación.
Era como si aquel cuarto nunca tuviera un limite, por lo tanto caminaba hacia enfrente, siempre daba solo unos cuantos pasos, pero caminaba, porque estar en ese cuarto me aterraba, no había ruido y no se veía nada, además se sentía frio. Al caminar terminaba cayendo, como si fuera una caída libre, podía sentir el aire pegando en mi rostro, no tardaba mucho y veía un montón de arboles agrupados, prácticamente un bosque, pero extremadamente oscuro, daba miedo, podía sentir como cada poro de mi piel se erizaba.
Daba miedo la caída, siempre me han dado miedo las alturas, así que soñar esto aceleraba mi corazón, me daba miedo y taquicardias, me imaginaba que una vez que tocara el piso mi existencia se abría acabado. De pronto gritaba por la impresión de tocar pronto él piso y al abrir los ojos, notaba que estaba levitando unos cuantos centímetros del piso, apoyaba mis manos y de inmediato tocaba el piso mi abdomen.
Me sentaba en aquel bosque y observaba por todos lados, me sacudía mis manos y al sacudirlas las vi, se sentían diferentes, eran pequeñas como si fueran las manos de una niña de unos cinco años quizás. De repente un aullido se escuchaba, así que me levante y sin pensarlo dos veces comencé a caminar hacia la nada.
De la nada un miedo invadió todo mi cuerpo, así que comencé a correr, no lograba percibir bien de que corría, pues estaba demasiado oscuro, corría con demasiada desesperación, hasta que veía una luz blanca, no se percibía muy bien, pero mi vista la captaba, así que me detenía, y comenzaba a tomar aire, de esa luz provenía un lobo negro, un cachorro yo lo observaba con asombro y quería acercarme, pero al dar unos pasos hacía el lobo, escuchaba voces en mi cabeza diciéndome estas mal, estas asiendo todo mal.
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Editado: 23.10.2024