―Condesa Rumicche, he escuchado mucho de usted debido a rumores. Por supuesto, el sirviente que la asiste ha sido respetuoso en cuanto a elogios.
―Muchas… gracias ― dijo incómoda.
―Su verdadera madre fue una plebeya extranjera y se le aceptó como una hija legítima, sabiendo que era una bastarda.
―Eso no lo sabía ― su piel empezaba a tornarse pálida― Realmente no me lo esperaba.
―Yo conocí a su madre. Gloria fue una mujer risueña, le encantaba cantar y bailar.
―Si, eso hacía. Recuerdo muchas cosas antes de que falleciera. Ella solía llevarme por todo el castillo.
―Gloria es mi hija. Por lo que tú eres mi nieta.
La joven se quedó mirando al hombre. En sí tenía los mismos ojos verdes de su madre y ella, pero su cabello era tan diferente. Podía tal vez ser una mentira solo para aliviar la presión antes de su muerte. Suspiró y decidió seguirle la corriente con esperanza.
―Quiero que entienda de que estaré de tu lado, no importa las decisiones que vaya a tomar el emperador. Eres mi nieta. Pero no puedo ir en contra de la iglesia ni del imperio.
―Lo entiendo. Sé que mis hermanas tienen su destino y yo el mío. Sé que ellas se irán, es lo que ellas siempre han deseado. Vivir lejos de casa es doloroso, yo ya o hice hace menos de nueve meses, puedo asegurar de que no es el camino fácil para ellas, pero sí el necesario.
―Dafne. El emperador ha ordenado su muerte debido a que no se beneficiaría al comprometerla con los nobles o sus hombres. Eres ahora viuda de un traidor de la corona de Laforet, en sus pocos meses como esposa no pudo quedar en cinta y en este mundo es preferible la muerte a la inutilidad.
Dafne sabía desde hace mucho de que el mundo es tal como aquel hombre que decía ser su abuelo, lo describía, su error desde el comienzo fue su ambición, quería tomarse a sí misma y golpearse, pensó muchas veces en algo para contrarrestar su destino trazado, pero le fue imposible decir un plan lógico en este momento.
―Nadie en la corte del anterior rey desea pelear por ti, mi niña. El caballero que tenía de escolta cuando era joven ha muerto también, incluso todas las personas que conoció todas están muertas.
― ¿Cuándo moriré?
―Será ejecutada el mismo día en que sus hermanas juren lealtad al emperador.
― ¿Mis hermanas tendrán que verlo?
―Por supuesto que no.
Lágrimas cayeron de sus ojos, trató de ser serena por aquel momento y no hallaba una solución. Sus hermanas no la extrañarían si no se enteraban de su destino, siquiera sabía si las volvería a ver en unas semanas antes de separarse.
Recordó aquellos rostros llorosos que tuvo que soportar el día en que aquel hombre la llevo al altar con la excusa de la creación de las vías férreas al país, lo cual nunca hizo. Tanta fama tuvo aquel sujeto que su padre quedó encantado con la propuesta, por tal razón le ofreció casarse con una de sus hijas, aunque había escogido a Desiré, su padre se negó debido a la edad de la chica, Dafne fue la opción más aceptable para este, antes de que Dorotea empezara a escribirle días después de la boda de ambos.
Lo pensó aquella noche en que los vio, el odio estuvo en su interior y la hizo sentir poderosa por unos instantes efímeros. Quiso ir hacia ambos y arrebatarles su felicidad, pero se detuvo antes de hacerlo. Sin Dorotea, ella sería la heredera al trono, ella podría decidir si se volvía a casar de nuevo y sobre todo a su heredero, tal y como hizo su padre con sus hermanas y ella.
Lo creyó por mucho tiempo hasta que lloró mientras pensaba en un futuro sin la hermana que tanto amaba, sin aquel hombre que le quito su pureza y sobre aquel hijo que no podía concederse, lloró tanto que cuando se despertó se dio cuenta de que este era el presente y su plan se estropeó gracias a las órdenes de un emperador extranjero.
―Disculpe por llegar tan tarde Lord Greco. He venido desde el palacio yo mismo a traer estos documentos que requiero con urgencia.
Aquel hombre la despertó de su inconsciente, terminó de llorar de inmediato apenas se topó con aquellos ojos rojos que la veían de arriba abajo analizando cada lugar de ella. La incomodidad se hizo presente, el joven soltó una pequeña risa que dejó a los hombres tras de él sin color en sus pieles.
― ¿Cómo se llama la dama? ―dice controlando su pequeña risa.
―Mi señor, ella es Da…―habló con nervios Lord Greco.
―Soy Dafne San Valente, segunda princesa de Laforet, señor.
―Ya veo. Mi nombre es Adam, por ahora no me corresponde decir quién soy en realidad. Pertenezco a los mercenarios reales, ya sabe, la orden de la Rosa. ― Dijo el caballero con tono burlón ―Si usted gusta, podríamos salir el domingo y quien sabe, terminar todo en sus aposentos.
―No sé a qué se refiere.
―Lo dije en su lengua, ¿no?
―Sí, pero no lo entiendo, ¿qué es lo que quiere hacer?
―La casa San Valente está extinta, siquiera sé por qué se presentó de tal manera, ya que estuvo casada, condesa.
―Mi casa fue mi orgullo, incluso ahora que ya no existe, es la única conexión que tengo con mis hermanas ahora. Ellas se casarán, yo no podré hacerlo y si el emperador me lo permite me gustaría conservar el apellido que me corresponde hasta mi muerte.
― ¿Cómo sabrías que él aceptará tal petición?
―No lo sé. No quiero volver a usar el apellido Rumicche, preferiría que el emperador me matase en este momento antes de pertenecer a tal escoria.
―No me gusta ver a las damas llorar. Por favor respóndame Daphne San Valente ¿Dónde ha quedado el orgullo de su casa para que tenga que llorar frente a los hombres que ha matado a su rey?
― ¿Qué?
La joven no supo responder en aquel momento. Tras de aquel hombre estaban sus sombras, de sus caperuzas comenzaron a salir diferentes tipos de objetos, entre ellos, luces, pétalos y hojas secas. Algo en el pecho comenzaba a seguir creciendo, tenía miedo e ira. Ellos eran los causantes de su fallido plan de ser la reina de Laforet.