La condesa Rumicche

Episodio 4

Los ojos de aquel hombre la persiguieron en sus pesadillas. Aquella mirada rojiza similar a la sangre en sus manos aquella noche hicieron que se despertara en la madrugada aquel día de primavera. Suspirando se quedó observando las ventanas de su habitación, esperando a que el amanecer hiciera presencia. Siquiera sabía que buscaba, solo empezaba a contar las horas que le quedaban de vida, fueran muchas, pocas o insignificantes. El solo pensar en ello era una cárcel. 

A la primera hora del día se preparó para salir al invernadero con Lord Greco, ese anciano que afirmaba ser su familia. Entre charlas y risas recordaron a Gloria, la mujer a la cual Dafne le debía la vida. 

Como si fuera una rutina, empezó a sentirse vacía en las noches, trataba de llenar el espacio de sus pensamientos con la imagen de su madre mientras era atormentada por su final. Algo tenía que hacer para cambiar su destino, pero no había opciones. El fin estaba cerca, no tenía más. 

―Ese día fue la primera vez que la escuché molesta ― comentó ― Tomó uno de mis zapatos y se lo arrojó a la madre de Dorotea. Escuché que era una venganza por lo ocurrido una noche antes en la cena, pero resultó que entre la segunda reina y ella tenían una relación así. A la mañana siguiente mi madre fue cubierta de miel y plumas. 

―Ja, ja, ja ¿Mi hermosa Gloria siempre fue así de problemática? 

― Bueno, es diferente. Mi madre tenía un carácter muy explosivo, todos dicen que heredé el mío de mi padre.

― El rey Demetrio era siempre sereno, no me sorprende que muriera de forma tan legendaria.

Dafne miró alrededor, más soldados de lo normal, incluso los sirvientes estaban alborotados. Vio hacia una ventana, su hermana Desiré la veía desde la distancia. Sintió tal vez la necesidad de preguntarle si sabía sobre su destino, pero no podía hacerlo. El solo conversar con ellas luego de estar separadas podía ser perjudicial. 

― ¿Él ya está aquí? ― preguntó desviando la mirada.

―Llegó esta mañana.

―Lo de ejecutarme, ¿Él lo dice de broma?

―Por supuesto que no. Nunca lo he visto bromear sobre ese asunto. Creo que fue gracias a Dorotea que ustedes sobrevivieron― tragó saliva ― La casa de Vitali como la de Rizzo perdieron a todos los herederos de la corona cuando fueron conquistados por el imperio hace ya diez años. 

―Ninguno sobrevivió. Los generales se apropiaron del territorio― Comentó ― Y fueron coronados virreyes. 

―Yo aún tengo esperanza que perdone su vida. 

―Estoy agradecida de sus oraciones, Lord Greco. Pero mi destino está escrito en un documento, y el futuro es demasiado incierto para pensar en una esperanza.

―Él le pidió que se reunieran hoy.

―¿Cómo es que lo sabe?― se sorprendió

―Estoy informado de cada cosa en este castillo. Para mí es normal conocer todo de todos. Sé que se ha comentado sobre lo que conversamos entre sus hermanas. 

―Ellas ya saben… 

―En efecto. Ellas están en parte enteradas. Por eso debe ser inteligente. Aunque le queden menos de diez días de vida. Aprovéchelos.

―¿Cómo podría sacar ventaja? ― Mirando a su alrededor pudo notarlo ― ¿Quiere que sea la amante del príncipe? ¿Está loco?― susurró en furia.

―No estoy loco. Tiene que hacer lo posible para meterse en su cama. 

―Alto. Eso es inapropiado. No puedo hacer algo así. Es el prometido de mi hermana.

―Dafne. Debes sobrevivir. El mundo que conocías ya no te protege.

―Voy a morir. Nada importa. 

―Reconsidérelo, condesa. Cada año son escogidas por la Rosa para que el emperador pueda tener herederos, pero en este caso es solo el príncipe heredero. Aunque tengo fe en que su hermana le dé un pequeño duque antes del año, me daría honor si mi nieta fuese seleccionada para que tenga un hijo de él.

―En realidad no quisiera tener hijos de él, me sentiría extraña si mi hermana y yo compartiéramos un hombre.

―Sus madres compartieron un hombre también.

― Es diferente. No sé cómo explicarlo. Digamos que siempre he tenido celos de mi hermana Dorotea, no sé cómo ella se sienta, pero lo que yo siento por ella es eso. Me alegré cuando me dijo que podía vivir, pero cuando no me dijo que sería de mí, me dio coraje.

―Ya veo, lo siento mucho, Dafne. Pero no tienes más opciones. Mueres o dejas tu orgullo y celos.

Tras de ella sintió algo extraño, todo comenzaba a ponerse frío y difícil de describir, la brisa por poco se llevaba las rosas que sostenía en sus manos y con enojo la tomó para aplastarla después. 

―Tendrás que matar tus celos. Tu orgullo me es atractivo.

Lo único que podía mirar tras de ella fue aquella sonrisa, la mirada ámbar del príncipe de hispania se asomaba sobre los arbustos y caminaba lentamente hacia ellos. El aura amenazadora comenzaba a adueñarse del lugar, se podía decir que les quitó las ganas de seguir conversando. A diferencia de aquel día no llevaba su caperuza negra, esta vez llevaba una gris oscura, de la cual emanaba cenizas a medida en que caminaba.

―Lord Greco, por favor retírese y vaya a descansar. Tengo que hablar a solas con la condesa.

El sacerdote hizo una reverencia y se marchó. Dafne le siguió con la mirada hasta que no se vio más por el camino que conectaba el castillo con el invernadero cerca de ellos. Viendo todo este lugar, a las criadas que iban de un lugar a otro, a los soldados dando su ronda a lo lejos e incluso ciertos carruajes llegando a la entrada del castillo, ella lo comprendió, lo único que cambió fue el gobernante. Aquellas tradiciones con las que creció, las mentalidades de los hombres con los que compartió alguna vez una taza de té, no se perdieron, continuaban siendo aquella cadena que le imploraba vivir, aunque no le gustara.

―Tropecé con su hermana al venir, ahora comprendo por qué es la segunda opción.

―Lo sé, ella es hermosa, ¿Desea caminar un poco conmigo?― dijo tratando de sonreír.




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