La condesa Rumicche

Episodio 5

La orgullosa joven tragó saliva, acomodó su vestido mientras se arrodillaba y se inclinó ante el príncipe. Besó, pues, sus zapatos hasta que aquel hombre estuvo satisfecho. Sonrió al tomar su mandíbula y la levanto para retirar los pocos cabellos sobre su rostro.

― ¿Qué tan sumisa puede ser?

―Lo suficiente para no morir hoy, su Alteza.

―Es una mujer muy lista, pero su hermana es más inteligente que usted al tomar sus decisiones.

―Mi hermana es amada por todos, incluso por mí, no tengo palabras para odiarla en este momento, por lo tanto, estaré feliz con cada palabra que me dicte, mi señor.

―Usted piensa que es muy inteligente y piensa que fingir humildad la va a salvar, pero va a morir. Nuestro señor, el emperador de Hispania, ha decretado que no debe sobrevivir. 

―Mi señor.

―Es muy fácil de ver la razón por la decisión de nuestro emperador. Querida Dafne, no nos sirve de nada tenerla con vida. Mientras su hermana sea coronada princesa, usted será considerada una santa para los rebeldes que quedan. 

―¿Está insinuando que soy un peligro para el imperio? Yo nunca cometería traición ―Dijo exaltada.

―Usted no, pero otras personas sí. 

―Mi señor, créame. Yo no tengo poder, solo soy una mujer miserable que vive con miedo. No planeo incitar a una rebelión.

―Yo le creo. Tengo fe que su palabra es sólida, pero yo no soy la persona a la que debe jurar lealtad. 

―Lo haré. Venderé mi posición y mi título a ustedes.

―Tentador. Pero con lo que conversaron hace un momento me quedan dudas. 

―Mi señor, aunque no comparta lo que dice el sacerdote, mi lealtad siempre será con la corona de Hispania, por eso nunca abusaría del buen trato que me han dado. 

―Voy a estar siempre de viaje. Un día me levantaré con mi camino hacia el norte, en la tarde tomaré el té en el sur y quien sabe si la noche me dará asilo en algún castillo fuera de mi hogar. El mundo debe estar en completo orden y me encargo de ello siempre. Querida Dafne, si planea sobrevivir, me gustaría que aceptara mi propuesta.

―¿Disculpe?

―¿Usted mataría por mí? 

―Mi señor… 

La joven miró al suelo, era algo distinto a lo que le enseñaron, algo que era peligroso hasta para ella. 

―Mataría por usted si pudiera ―Respondió.

―Si le diera este sable ― señaló el estoque en su cintura ― ¿estaría dispuesta a matar al que yo escoja en este momento?

―Mi señor, creo que…

―Dafne ― señaló al castillo ―Hay un hombre llamado Alexandre. Ha estado entrando y saliendo de la habitación de su hermana mayor. No solo él, muchos lo han hecho últimamente. Una mujer comprometida no debe estar a solas con hombres quienes no han sido aprobados por su futuro esposo.

―¿Quiere que lo mate?

―Quiero que lo haga y le dé una lección a su hermana. Cuando termine, limpie mi espada y devuélvamela. 

Dafne estaba horrorizada, matar a una persona era algo que nunca le cruzó por la cabeza. Sus manos temblaban mientras sostenía aquel sable.

―Querida.

El príncipe sostuvo su rostro con sus manos y la empujó a la pared más cercana. Se aseguró que ella le mirara a los ojos primero antes de darle su orden.

―No tenga miedo. El miedo no hará que viva, solo la va a detener.

La joven condesa vio cómo aquel hombre mordía su cuello y poco a poco sus ojos se cerraban y lloró en furia mientras temblaba. Si él hubiera venido por la cabeza de su padre hace un año, no tendría que haber soportado tal dolor que su difunto esposo y su hermana le causaron. Tenía ira en su interior, aquel hombre que la abrazaba con fuerza y no dejaba de peinar su cabello castaño tenía cierta culpa de lo que sucedía.

―Yo no quisiera que mi hermana sufriera. No quiero que ella viva lo que sentí esa noche. No quiero que la humille tal y como lo hicieron ellos a mí.

―Condesa, el mundo no es como usted piensa. Hay dolor, todos sentimos dolor alguna vez. Nosotros somos muy parecidos, pero nuestro deber siempre va a ser lo primero. Si hay esperanza, tenemos que avivar su fuego. 

Por un momento sintió como aquel hombre lamia su cuello, el olor a sangre que emanaba su aliento la hizo querer retroceder, aquella bestia con un hermoso rostro y una mirada que la petrificaba, era más fuerte que ella. 

―No quiero solo matar en su honor ― le dijo ― Quiero ser una de las mujeres que esté en su cama.

―Eres igual a tu abuelo, condesa Dafne. Siempre creyendo que están a un paso al frente de todos. Eso los va a matar algún día a ambos.

―Su orgullo lo llevó a esa edad ―Comentó.

Sin importar el ambiente sobrio que los rodeaba, se rio de ella. Aquellas palabras fueron un golpe de aire fresco para él, una mujer agraciada y con un pasado lamentable, era como verse a sí mismo hace unos años.

―Tu hermana será una gran emperatriz y como tal debe abstenerse de tratar de cambiar nuestras tradiciones. Si el día de mañana quisiera una tercera esposa, ella no debe oponerse a ello.

― ¿Usted ya está casado?

―Desde mi corta edad de doce años. Esa mujer se llama Mary, falleció hace unos meses en el nacimiento de mi hija.

― ¿Qué?

―Yo también perdí a mi esposa, somos parecidos condesa.

―Yo… A mi hermana le gustan las cosas rojas ―continuó nerviosa― toda su habitación es de ese color. Si me lo permite mañana mismo pediré que le lleven un ramo de esas flores para que ella sepa que le tiene interés.

―Eso me parece bien condesa ― dijo sorpresivo.

―Déjeme servirle luego de esto― dice sosteniendo el sable con fuerza ― Quiero ayudar a que Romance sea un mejor país.

―Te vendiste por unos ferrocarriles, ahora te vendes por el bienestar de tu pueblo y tus hermanas. Si planea que le hagan una estatua de santa ahora que fallezca, apuesto que la tendrá.

―Solo quiero lo mejor para todos.

―Su mente dice lo contrario condesa. Yo voy a herir a su hermana tal y como se lo imagina, tendré más hijos de los que tengo ahora, una noche estaré en su cama condesa y la otra decidiré entre ir por su hermana o por una princesa de un país más al norte.




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