La Coneja Me Pertenece

Capitulo Veinte

—¿No te parece maravilloso ver cómo los niños juegan? —escucho una voz a mis espaldas.

Me giro con rapidez y la veo. La anciana que habíamos encontrado junto con Asra está allí, de pie, observando con una expresión tranquila a un grupo de niños que corretean entre las cabañas, sus risas mezclándose con la brisa fría.

Mi primer impulso es alejarme. Pero algo en su presencia me detiene, una extraña mezcla de inquietud y curiosidad. Aprieto los puños, tratando de estabilizar mi respiración.

—Los niños tienen un don —continúa ella sin apartar la vista del juego—. No cuestionan el presente. Simplemente lo viven. No como los adultos, que siempre están buscando respuestas… incluso cuando no están listos para escucharlas.—

La miro con recelo. ¿Está hablando de mí? ¿De lo que insinuó antes? Mi piel se eriza. Siento el peso de su mirada cuando finalmente se vuelve hacia mí.

—Sigues sin recordarlo, ¿verdad? —pregunta con un dejo de melancolía.

Mi garganta se cierra. No sé qué responder. ¿Qué se supone que debería recordar? No tiene sentido. No puedo recordar algo que nunca viví.

—No sé de qué hablas —digo al fin, con más firmeza de la que siento.—

La anciana sonríe con tristeza, como si esperara esa respuesta.

—Está bien —dice—. Todo llega en su debido momento.—

Un escalofrío me recorre la columna. No me gusta cómo suena eso, como si un destino ya estuviera escrito para mí y yo fuera la última en enterarme.

Antes de que pueda decir algo más, ella se aleja, caminando lentamente entre las cabañas, perdiéndose entre las sombras de la tarde.

Me quedo allí, con el corazón latiéndome en los oídos, la mente enredada en preguntas para las que no tengo respuesta. Pero hay algo que no puedo negar: la sensación persistente de que, de algún modo, en algún tiempo… ya nos habíamos encontrado antes.

Me quedé allí, viendo cómo la anciana desaparecía entre las sombras de las cabañas. Mi piel aún hormigueaba con la extraña sensación de sus palabras. "Todo llega en su debido momento." ¿Qué demonios significaba eso?

Suspiré con frustración y me pasé una mano por la cara. Tal vez estaba leyendo demasiado en esto. Tal vez la anciana simplemente estaba loca y yo solo estaba dejando que mi imaginación jugara conmigo. Sí, eso tenía que ser.

—¿Qué, ahora también hablas con fantasmas? —la voz de Asra interrumpió mis pensamientos de golpe. Me giré y lo encontré apoyado contra un árbol, mirándome con una ceja alzada y una expresión de burla en el rostro.

—No es nada —murmuré, evitando su mirada.

—Claro, porque verte ahí, parada como una estatua con cara de idiota, es completamente normal. —Su tono goteaba sarcasmo mientras se despegaba del árbol y caminaba hacia mí—. Vamos, suéltalo. ¿La vieja te leyó la suerte? ¿Te dijo que en tu vida pasada eras una gloriosa reina coneja o algo así?—

Bufé, sintiendo el calor subir a mis mejillas. —No es gracioso, Asra.—

—Oh, claro que lo es —replicó con una sonrisa torcida—. Te has puesto pálida. ¿Acaso la anciana te dijo que morirás trágicamente o algo por el estilo?—

Fruncí el ceño, cruzándome de brazos. —Dijo que me conoce. Que no es la primera vez que nos cruzamos… pero lo dijo de una forma extraña, como si hablara de… otra vida o algo así.—

Asra me observó por un instante y luego soltó una carcajada seca. —Dioses, qué dramática eres. Y yo que pensaba que ya te conocía todos los traumas.—

Apreté los puños, intentando contener mi irritación. —Te estoy diciendo que había algo en su mirada, algo que me hizo sentir… rara.—

Él bufó y pasó una mano por su cabello, exasperado. —¿Y qué? ¿Quieres que le pida un árbol genealógico para confirmar que no son familia? Vamos, coneja, deja de actuar como si el destino estuviera conspirando contra ti.—

Lo fulminé con la mirada. —Eres un imbécil.—

—Y tú una lunática —replicó sin perder la sonrisa burlona—. Pero hey, si empiezas a recordar tus vidas pasadas, avísame. Tal vez en otra era yo también era un noble guerrero lobo destinado a fastidiarte.—

Rodé los ojos, mordiéndome la lengua para no responder. Asra podía ser insoportable cuando quería, y claramente este era uno de esos momentos. Pero no importaba cuánto intentara burlarse, la sensación seguía allí, clavada en mi pecho como una espina imposible de ignorar. Algo estaba pasando. Algo que ni él ni yo entendíamos aún.

Asra me miraba con esa expresión burlona que tanto odiaba, con los brazos cruzados y el peso de su cuerpo inclinado ligeramente hacia un lado, como si todo esto le divirtiera demasiado.

—Entonces, ¿qué me estás diciendo exactamente? —preguntó con fingida curiosidad—. ¿Que ahora las ancianas tienen visiones proféticas sobre conejas fugitivas?

Apreté la mandíbula y solté un suspiro, sintiendo el calor del enojo subirme por la nuca.

—No estoy diciendo eso —bufé—. Solo que… algo en su voz, en su forma de mirarme… Era como si realmente me conociera. Como si supiera algo sobre mí que yo no.

Asra soltó una carcajada corta y seca, como si mi respuesta fuera lo más ridículo que había escuchado en su vida.

—Claro, claro. Seguro te confundió con su mascota de la infancia. O mejor aún, tal vez fuiste su nieta perdida en otra vida. Qué tragedia.

—¿Puedes dejar de ser un idiota por cinco segundos? —le espeté, sintiendo el calor subir a mis mejillas, no de vergüenza, sino de pura frustración.

Él inclinó la cabeza, como si de verdad lo estuviera considerando. Luego sonrió con suficiencia. —No.

Le di un empujón en el hombro con más fuerza de la necesaria, pero él ni siquiera se inmutó, solo arqueó una ceja, disfrutando de mi molestia.

—Mira, coneja, no sé qué esperas de mí —continuó—. Pero si estás esperando que te tome en serio con estas tonterías místicas, vas a tener que intentarlo mejor. Aquí tienes dos opciones: o la vieja está loca, o tú lo estás.

Me mordí el interior de la mejilla con fuerza. No iba a discutir más con él. No ahora. No cuando yo misma ni siquiera entendía lo que había sentido al escuchar las palabras de la anciana.




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