Gabriel se estaba desesperando y era porque Diego seguía callado y fumándose el cigarro que había traído desde su oficina con mucha tranquilidad. No sabía que tanto se demoraba una persona en decirle una respuesta porque él recordaba que nunca se habían tardado con él. Sin embargo, no podía apresurar a su amigo, sabía que a Diego no le gustaban las personas exasperantes. Y lo que Gabriel quería era gustarle.
¿Qué estará pensando? ¿Qué estará diciendo de mí? ¿Habré sido muy empalagoso? ¿O me habré apresurado mucho?
Diego bajó su cigarro e irguió su postura antes de darle una mirada.
—¿Qué es lo que te gusta más de mí?
Le preguntó.
—¿Eh?
—Bueno, algo de mí debe gustarte más que todas las cosas que me dijiste, solo quiero saber.
Gabriel había creído ser bastante claro. Estaba seguro que resaltó que lo quería por completo, desde sus manías, sus gestos y su manera de hacer sentir cómodos a todos los colegas. ¿Una sola cosa? Gabriel no se podía decidir.
—Me gusta realmente todo.
Le terminó diciendo.
—¿No hay una?
—No creo que debería ser solo una.
—Sí que la hay, por ejemplo, tú eres un hombre bastante talentoso, eres amable, trabajas muy duro y nunca mostraste ser un egocéntrico o te reíste de los demás, pero hay una cosa de ti que me gusta más: siempre estás dispuesto a ayudar a los demás incluso si estás muy ocupado. Siempre estás allí para los que cometen errores y que por la desesperación no saben que hacer.
—¿Eso te gusta de mí?
—Y mucho, ¿viste que sí es posible? Inténtalo, anda, me siento curioso.
Gabriel se tuvo que morder un poco su labio para no emocionarse mucho por lo que su amigo le había dicho. ¿Lo iba a tomar como un halago? Por supuesto, pero la felicidad lo iba a dejar para otro momento, ahora tenía que pensar en ese algo que más le gustaba de Diego.
Su amigo realmente era todo lo que le gustaba de un hombre: su franqueza acompañada de esa manera de no ser tan duro al serlo, su parte bastante amable incluso cuando se mostraba de un pésimo humor, lo bueno que era con las palabras cuando alguien le decía lo mal que se sentía.
Y por supuesto, ese detalle de él en las mañanas.
—Siempre eres atento con los demás, no hay un solo día que no te escuche decirle a todos los que trabajan que tengan un buen día.
Diego le sonrió.
—¿Es eso lo que más te gusta de mí?
—Es lo primero que siempre pienso cuando se trata de ti cada vez que vengo a trabajar.
—Básicamente lo mismo, me contento con eso.
Gabriel respiró y se tocó el cabello, no iba a negar que se había puesto muy nervioso, quizás por esa bonita sonrisa que aún le seguía mostrando. Era la misma que siempre tenía cuando andaba de coqueto con las señoritas del trabajo.
—Vaya, pues, realmente estoy sorprendido, no pensé que mi buen amigo Seminario iba a gustar así de mí.
Le dijo Diego, volviendo a fumar.
—¿Te sientes incómodo?
—No, claro que no, sentimientos así de sinceros y puros como los tuyos me hacen bastante feliz.
Gabriel sonrojó.
—¿Cómo decidiste armarte de valor para decirme todo lo que sientes? Es mi otra curiosidad, disculpa si tengo más.
Su amigo bajó su cigarro y se volteó para dejar que el humo corriera lejos de Gabriel. Mientras tanto, Gabriel sonrió porque esa pregunta si la podía responder muy rápido.
—Porque creo que esta vez va a ser muy diferente.
—¿En qué sentido?
—En que cuando se trata de ti ya no pienso en lo que viví antes, sino en lo que quiero para mi ahora.
Diego rio, pero no fue una risa llena de burla, fue pequeña, apenas mostró los dientes. Parecía ser una que buscaba decirle a Gabriel que había dicho algo que le pareció bastante agradable. Y Gabriel se sintió feliz al verlo tan contento.
—¿Entonces tú me quieres en tu ahora?
Le preguntó Diego.
—Si no puedo, entenderé que-
—Gabriel, te estoy haciendo una pregunta.
Gabriel se disculpó antes de decirle su respuesta.
—Sí, eso quiero.
Diego apagó su cigarro presionando la cola en el barandal de la terraza y se adelantó para mirar de cerca a su compañero. Los dos eran de la misma altura, pero Gabriel era un poco más ancho a comparación de su amigo, que era delgado y tenía una apropiada figura de un señor de treinta y dos años. Gabriel a veces se preguntaba si así se iba a ver cuando alcanzara los treinta, y si no había ningún problema para Diego que sea un poco llenito en los costados. Por un momento bajó sus manos para subirse un poco más el pantalón y Diego miró lo que hacía, pero no le dijo nada.
Solo le sonrió y le enseñó ese encantador hoyuelo pequeño que se escondía en su mejilla de la izquierda.
—¿Te gustan las hamburguesas?
Le preguntó Diego.
—Soy vegetariano, en realidad.
—Entonces será una cita bastante interesante porque yo soy un buen amante de las carnes.
Gabriel asintió muchas veces. Él también pensaba lo mismo.