La Consentida.

PRÓLOGO

LA CONSENTIDA

PRÓLOGO

Una mujer caprichosa, mimada al extremo por un esposo que no sabe decirle que no, en el corazón de esa Francia romántica y turbulenta que tanto gusta a muchos. Siglo XVII o principios del XVIII... salones perfumados, vestidos de seda, intrigas de palacio y, en medio de todo, una mujer encantadora cuya voluntad es la única ley.

¿Qué le ocurre a una mujer acostumbrada a que se cumplan todos sus deseos cuando se enfrenta a algo —o a alguien— que no es tan fácil de conseguir? Ahí es donde surge el conflicto que le da vida a la novela.

Permíteme describirte algo de esta Consentida:

La heroína es Isabelle de Montalais, hija única de un viejo noble que la crió como a una princesa en la corte de Versalles, con acceso directo al mismísimo Rey Sol. Su belleza es famosa, su ingenio es temido y su humor cambia tanto como el viento de abril.

A los dieciocho años la casan con el marqués Armand de Vaucelles, un hombre de cuarenta años, viudo, inmensamente rico y valiente en la guerra, pero de carácter dulce y complaciente hasta la debilidad. Armand la ama con locura desde el primer momento en que la ve y jura para sus adentros que jamás le negará nada. ¡Y cumple su promesa con una constancia asombrosa!

Si Isabelle desea un collar de perlas que pertenece a una duquesa italiana, Armand lo compra. Si quiere un palco permanente en la Ópera, Armand manda construir uno nuevo. Si se encapricha con un leopardo domesticado, Armand envía expediciones a África para traérselo.

Pero de pronto entra en escena el joven conde René de Saint-Vire, oficial de los mosqueteros; un hombre pobre, orgulloso y que se niega a doblegarse ante nadie. Isabelle se propone conquistarlo, pero René no cede.

Ahí empieza el verdadero drama: los caprichos de Isabelle ya no son juegos inocentes, se convierten en armas. Ella comete un gran error: despreciar un regalo de una manera humillante frente al conde. Armand, herido en su honor, jura no volver a consentirla. Pero como su naturaleza es dulce, cada vez que sienta el impulso de darle algo a ella, consentirá a otra persona, ya sea una sirvienta o una dama de la sociedad, ignorando por completo los deseos de su esposa.




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