La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

PRIMERA PARTE: Desaparecidos - CAPÍTULO 6

—Bienvenidos— dijo Eltsen, abriendo los brazos.

—Qué gusto verlos— dijo Tarma a su lado con una sonrisa.

Dana abrazó a Tarma y luego a Eltsen.

—También me da gusto verlos— dijo, emocionada—. Ha pasado mucho tiempo.

—Demasiado— asintió Tarma, y luego desvió la mirada al jovencito de cabellos largos y rubios que estaba parado detrás de Dana—. ¿Es éste…?

—Sí— sonrió Dana, apoyando la mano en la espalda de su hijo y animándolo a avanzar hacia sus anfitriones—. Éste es Llewelyn.

—Se ha convertido en un joven magnífico— aprobó Tarma, mirando al muchacho de pies a cabeza—. ¿Cuántos años tienes?

—Quince, señora— respondió Llewelyn.

—Por favor, llámame Tarma— dijo ella con una sonrisa.

—¿Llegó mi padre?— preguntó Dana.

—Hace varios días ya— respondió Eltsen—. Le ofrecí alojamiento en el palacio, pero prefirió acampar con su gente en tiendas en los Jardines del Oeste.

—Es su estilo— explicó Dana—. Nunca le han gustado las residencias que parecen demasiado permanentes.

Eltsen asintió.

—De todas formas he tratado de proveerlo con todo lo necesario para que esté cómodo— dijo.

—No lo dudo, Eltsen, gracias.

—¿Qué hay de Lug? ¿No vino contigo?

—Se nos unirá pronto— dijo Dana sin elaborar demasiado.

—Madre— los interrumpió Llewelyn—, ¿será posible que pueda dar un paseo por la Nueva Faberland?

—Llew…— comenzó a objetar Dana.

—Por supuesto— intervino Eltsen—. Pol estará encantado de mostrártelo todo.

—No quiero incomodar a Pol— dijo Dana—. De seguro está muy ocupado para…

Eltsen rió de buena gana.

—Conoces a Pol, estará feliz de tener la oportunidad de escapar de sus aburridos deberes. Ser un guía es lo que siempre ha llevado en el alma, y será un honor para él guiar a Llewelyn, tal como una vez guió a su padre— señaló Eltsen.

—Gracias, Guardián Eltsen— se inclinó Llewelyn.

—Nada de reverencias, querido— le dijo Eltsen, frunciendo el ceño—. Creí que tu padre te había enseñado eso.

Llewelyn lo miró sin saber cómo reaccionar.

—Ven conmigo— le extendió la mano—. Te llevaré con Pol. Dejemos a tu madre y a Tarma que seguro tienen mucho de qué hablar.

Llewelyn lo siguió, radiante.

—Llew— le advirtió Dana—, no abuses del tiempo de Pol. Te veré en el campamento, tu abuelo querrá verte.

—Sí, madre.

—Tiene la mirada de su padre— comentó Tarma, viéndolos salir del salón de recepciones.

—Y mi temperamento— suspiró Dana—. Cada vez nos cuesta más mantenerlo a salvo en el bosque.

—Es la edad. Necesita un poco de aventura, salir a ver otros lugares, estar expuesto al peligro— comentó Tarma.

—Eso es lo que más me asusta. Solo queremos protegerlo, pero él se empeña en hacerlo cada vez más difícil.

—No puedes tenerlo bajo tu ala para siempre. La mejor forma de protegerlo es enseñarle a defenderse solo, tal como tu padre lo hizo contigo.

—Supongo que tienes razón. Pero Lug no opina lo mismo, piensa que es posible vivir una vida tranquila y sin sobresaltos en el bosque, alejados de todos los problemas.

—Tarde o temprano, los problemas llegan y es mejor estar preparados. Tú sabes bien eso o no estarías aquí.

Dana asintió suspirando.

—Ven, te llevaré con Nuada.

Tarma y Dana bajaron por una rampa móvil hasta la entrada este del palacio.

—Es increíble lo que ha logrado Eltsen en tan pocos años— observó Dana, admirando la ciudad.

El espacio de cinco kilómetros que separaba el palacio de la antigua Cúpula y que había servido como campo de batalla hacía solo dieciséis años, estaba ahora plagado de construcciones grises de un material que Eltsen llamaba cemento. Había miles de casas iguales de dos plantas, con techos azules, separadas por prolijas avenidas estrictamente planificadas, con plazas con árboles y fuentes de agua cada trescientos metros. El orden y la magnificencia que una vez habían reinado en la Cúpula, se extendían ahora a cielo abierto, erigiéndose donde no hacía mucho había reinado la muerte y la desesperación. A lo lejos, hacia el este, todavía se podían ver los restos de la Cúpula, transformada ahora en una cuña de vidrio y metal que servía simplemente como monumento recordatorio de otro tiempo, tiempo en el cual la Cúpula que los había protegido por tantos años se había convertido de repente en una trampa mortal. Miles habían muerto atrapados por el incendio y el derrumbe de las estructuras, provocados por las explosiones, antes de que Calpar conjurara una gigantesca tormenta que terminó con el fuego. Sin la protección de la Cúpula, los faberlandianos se habían visto obligados a construir en la intemperie. Algunos propusieron reparar la Cúpula o incluso levantar una nueva, pero la mayoría comprendió que vivir encerrados ya no era más una opción válida. La intemperie no era segura, pero la Cúpula lo era menos. Era irónico y casi blasfemo, pero Math había logrado lo que Eltsen había estado planeando por mucho tiempo: sacar a los faberlandianos del encierro. El precio de ese triunfo, sin embargo, había sido demasiado alto, y Eltsen nunca habría consentido tales tácticas si no hubiese sido forzado por las manipulaciones de aquel Antiguo sediento de venganza. Sin embargo, al mirar la ciudad con sus techos azules, con sus miles de ventanas iluminadas, con sus plazas y flores, parecía como si toda la angustia y el terror se hubieran esfumado, dando lugar a una nueva era, a una era de paz y tranquilidad.




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