PRIMERA PARTE: Desaparecidos - CAPÍTULO 11

La brisa salada enredó su larga cabellera. Abrió la bolsa y miró adentro. No era mucho, pero sería suficiente para una buena cena. Recogió sus cosas y emprendió el regreso con las olas murmurantes del mar a su espalda.

Al entrar a su morada, escondida entre las rocas de la playa, la vio. Solo estaba allí parada, su larga cabellera rubia cayendo en cascadas por debajo de sus hombros, su mirada azul y límpida, su vestido negro ceñido con un corsé de cuero. Cormac dejó caer la bolsa con la pesca del día y llevó la mano a su espada.

—¿Qué haces aquí?— preguntó, entre sorprendido y furioso.

—Mi nombre es Dana, soy…

—Sé quién eres— la cortó Cormac—. Te pregunté qué hacías aquí.

—Vine a buscar tu ayuda. Lug está en problemas— respondió ella.

—Mis deberes para con Lug terminaron hace muchos años.

—Lug nunca te describió como alguien con deberes hacia él, sino como a un amigo.

—Lug no debió describirme de ninguna forma, debió mantener la boca cerrada sobre mi existencia.

—Y lo hizo— aseguró Dana—, excepto conmigo. Nadie más sabe que estás vivo y nadie más sabe que yo estoy aquí buscándote.

—¿Cómo encontraste mi casa?

—Lug me contó que sus encuentros fueron en esta playa, no fue difícil encontrar tu morada.

Cormac comenzó a murmurar una serie de improperios mientras recorría la sala, cargando mantas y ropa en una mochila.

—¿Sabes cuánto tiempo he permanecido de incógnito aquí? Y ahora tu llegas de buenas a primeras y lo arruinas todo— le reprochó, abollando una camisa y empujándola para que entrara en la ya abultada mochila—. Me gustaba el mar… y ahora tendré que mudarme lo más lejos posible de aquí.

—Cormac, ya te dije que nadie sabe que estás aquí. No necesitas mudarte a ninguna parte.

—Tú sabes que estoy aquí, eso es suficiente. Solo tengo dos opciones, mudarme o matarte para que no reveles mi paradero. Como sé que Lug va a encontrarme dondequiera que vaya para despellejarme vivo si te hago daño, elijo la primera opción.

—Cormac, por favor, al menos escucha lo que vine a decirte antes de irte.

—No me interesa— gruñó él, apartándola con una mano para llegar a un odre que estaba colgado en la pared detrás de ella.

—Algo pasó en Cryma— comenzó ella de todas formas, mientras Cormac seguía recogiendo objetos de la habitación—. Lug fue a investigar y desapareció. He estado tratando de contactarlo, pero el canal parece llegar tarde, como si Lug ya no estuviera allí, como si estuviera conectándome con un Lug del pasado, con una sombra de él.

Cormac detuvo su mano con una taza a medio camino de su mochila. La volvió a apoyar sobre la mesa y levantó la vista hacia Dana.

—Eso no es bueno— murmuró.

—Yo también lo pensé. ¿Sabes lo que significa?— preguntó Dana, esperanzada.

Cormac no contestó. Se pasó las manos por el cabello, como intentando domar su enmarañada cabellera, y se sentó en una silla que estaba junto a la mesa, en silencio, pensando.

—¿Por qué me buscaste a mí?— preguntó Cormac de repente.

—Porque tú tienes toda la información del Círculo en tu cabeza, y necesito encontrar a mi esposo.

—Yo no sé dónde está Lug, no puedo ayudarte.

—Lug me dijo que tenías una especie de visión remota, que si conocías a alguien, podías verlo dondequiera que estuviese. Por favor, Cormac, necesito que uses tu habilidad y me digas dónde está.

Cormac lanzó una amarga carcajada.

—Creo que Lug olvidó mencionarte que mi visión remota era parte de mi habilidad extendida, la cual perdí cuando él desterró a Wonur.

—Lo sé, pero tenía la esperanza de que tal vez aun tuvieras algún vestigio de ese poder. Si solo lo intentaras, tal vez…

—No lo entiendes— la cortó él—, no hay nada que intentar. Mi habilidad me permite la conexión con la mente de una persona por medio del tacto. Podría ver dónde está Lug si pudiera tocarlo, pero si pudiera tocarlo, ya no necesitaría usar la visión remota para saber a dónde está, ¿no te parece? Con mi habilidad extendida podía realizar la conexión a la distancia, pero eso ya no lo puedo hacer más.