La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

PRIMERA PARTE: Desaparecidos - CAPÍTULO 12

Lo primero que escuchó fue el chisporrotear del fuego y el murmullo lejano del mar. Abrió los ojos lentamente y vio el rostro de Dana encima de él.

—¿Qué pasó?— dijo con la voz pastosa.

—Te desmayaste— le respondió Dana.

Enseguida lo ayudó a sentarse sobre el piso, apoyando con cuidado su espalda contra la pared, y le dio una taza humeante de té.

—Toma esto, necesitas calentarte— le dijo, sentándose a su lado en el suelo.

Cormac tomó la taza y vio las magulladuras en sus manos. No hizo ningún comentario. Miró hacia la ventana y vio que era de día.

—¿Estuve inconsciente toda la noche?

—Sí— le confirmó ella—. Tu cuerpo estaba frío y pálido, y tu respiración y tu pulso eran débiles. Te envolví en mantas y encendí un fuego para calentarte. Lamento no haber podido subirte a tu cama. Ahora tienes mejor color. ¿Cómo te sientes?

—Un poco mareado y débil.

—Me diste un gran susto— dijo ella, levantándose para ir a vigilar algo que estaba cocinando en el fuego.

—Te dije que este experimento era peligroso.

—Tenía que intentarlo. ¿Pudiste ver algo?

Cormac apretó los labios y suspiró.

—No exactamente— dijo.

—¿Qué significa “no exactamente”?

—Está en un lugar oscuro.

—¿Prisionero?

—Eso creo.

—¿En alguna especie de cueva? ¿Bajo tierra?

—No lo sé.

—¿En una celda?

—No lo sé— repitió Cormac, apoyando la taza a su lado en el suelo. El olor a pescado asado lo distrajo. Sentía como si no hubiera comido nada en años, estaba famélico.

—Cormac, tiene que haber algo, algún detalle, cualquier cosa puede servir.

—Había ratas— dijo Cormac, e instintivamente escondió sus manos bajo la manta.

—Ratas— repitió Dana—. ¿Y las paredes? ¿Eran de piedra, de madera? ¿Qué hay del piso?

—No lo sé, ya te dije que no se veía nada— insistió Cormac, casi perdiendo la paciencia.

—Pero viste las ratas…— objetó Dana.

—No las vi, las… escuché— dijo Cormac, apretando los puños.

—¿Escuchaste alguna otra cosa?

—No— mintió Cormac, desviando la mirada.

—Tiene que haber algo más, por favor, dímelo.

—Tiene grilletes en sus muñecas y en sus tobillos— dijo Cormac con la voz apenas audible.

Dana palideció.

—Cormac… Por favor, dime dónde está, ayúdame— le suplicó, tomándolo de los hombros.

—Dana, no te estoy mintiendo, lo envolvía una negrura total, no había ni un atisbo de luz, nada. Estaba sentado en el suelo, encadenado. El lugar era húmedo y frío y había ratas, pero no tengo idea de dónde puede estar, podría ser cualquier lado.

Dana se secó las lágrimas de los ojos con el dorso de la mano. Luego extendió una mano hacia Cormac.

—Muéstramelo— le pidió.

—No— negó Cormac, terminante.

—Cormac, por favor, te lo ruego.

—No me importan tus ruegos ni tus lágrimas, no voy a hacer otro contacto contigo. Con uno es más que suficiente. No pienso ponerme al borde de la muerte otra vez.

Dana bajó su mano, suspirando.

—¿Qué otra cosa me puedes decir?— le preguntó Dana suavemente.

—Sentí el desfasaje temporal que describiste. Lo que vi puede haber sucedido en el pasado o en el futuro, es confuso, pero algo es seguro: Lug está vivo y está en serios problemas.

—¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a encontrarlo?— murmuró Dana para sí.

Cormac apartó las mantas e hizo un esfuerzo por ponerse de pie. Las piernas le temblaban tanto que apenas podía tenerse en pie. Dana lo ayudó y lo acompañó hasta la silla.




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