Apenas amanecía. El lugar estaba desolado.
—Nunca me han gustado los pueblos fantasmas— gruñó Cormac por lo bajo.
—Te advertí que Lug no quería que viniera aquí— le contestó Dana.
—¿No te habló de lo que había pasado aquí? ¿No te dio ningún dato?
—Nada— negó ella con la cabeza.
—¿Cómo vamos a saber por qué huyeron todos? ¿Por qué ese empeño en hacer las cosas más difíciles?— protestó Cormac.
—Su intención fue protegernos— lo excusó Dana—. Y si te molesta tanto, deberías haber dejado que incluyera a mi padre y a su gente en esto. Faberland estaba de paso. Ni siquiera me has permitido comunicarme con ellos en todo el viaje. Así que no tienes derecho a reprochar el accionar de él cuando tú haces lo mismo.
—Eso es solo auto-preservación. Sabes muy bien que tu padre me atravesaría una flecha en el corazón si me viera, y eso solo si estuviera en un buen día— se quejó Cormac.
—Creaste un halo de misterio en torno a tu habilidad, eso los tiene desconcertados y temerosos. No puedes culparlos por estar a la defensiva— le retrucó Dana—. Además, ya te dije que puedo abogar por ti frente a Calpar y a mi padre, las cosas no tienen por qué ponerse sangrientas.
—No, gracias.
—Si Lug no pudo manejar esto, ¿cómo crees que podremos hacerlo nosotros dos solos? Tienes que dejarme pedir ayuda, avisarles dónde estamos.
—Mi única condición para acompañarte en esto es cero comunicaciones, Dana. Si descubro que les has hablado, no tendré más remedio que abandonar esta investigación y salir huyendo al lugar más remoto que se me ocurra y además…
—¡Por el Gran Círculo!— murmuró Dana de repente, señalando el desastre frente a ella.
Cormac detuvo sus protestas y dirigió la mirada hacia donde Dana apuntaba su mano.
—¿Pero qué…?
Dana desmontó y avanzó lentamente, llevando a su caballo de la brida. Cormac la imitó.
—Ahora sabemos lo que los hizo huir despavoridos de este lugar— dijo Dana.
Cormac ató su caballo a la rama de un árbol que se alzaba enorme en medio del pueblo de Cryma, el árbol de cuyas ramas, no hacía muchos años, había colgado Lug del cuello por un momento antes de que su cuerpo se desplomara al cortarse inesperadamente la soga. Dana decidió también atar su caballo al árbol. El roce con su corteza le produjo un escalofrío al recordar la función de aquellas ramas en tiempos de la Nueva Religión.
Pero el horror que los rodeaba empequeñecía el que había engendrado en su momento aquel amasijo de tétricas ramas retorcidas y añejas. Los dos avanzaron por la zona del desastre para ver las cosas más de cerca.
—Debieron estar realmente asustados para huir y dejar los cuerpos así— comentó Cormac—. ¿Qué piensas?
—Que ahora me doy cuenta de la verdadera razón por la que Lug me prohibió venir aquí— contestó Dana.
—No se trataba de protección, ¿entonces?
—Sí se trataba de protección, pero no contra este lugar. Lug no quería que yo viera esto porque entonces sabría exactamente a dónde se había dirigido después. Lo último que quería era que lo siguiera.
—¿Sabes a dónde fue?
—Oh, sí, lo sé muy bien.
—Y supongo que ahora más que nunca vas a insistir con meter a tu padre en esto— suspiró Cormac.
—Todos los ejércitos del Círculo son inútiles contra esto— dijo Dana, señalando las ruinas en derredor—. Lo mejor será que no se enteren, de otra forma, entrar en guerra con quienes hicieron esto resultará en una masacre de nuestra gente. Lug lo sabía, por eso decidió intentar arreglar las cosas por su cuenta antes de recurrir a mi padre.
—¿Qué quieres hacer ahora?
—Iremos donde Lug fue, seguiremos sus pasos.
—¿Te importaría decirme a dónde iremos exactamente?
—El Paso Blanco— anunció Dana—. Cruzaremos por el bosque de los Sueños— explicó, volviendo hasta su caballo y desatándolo del árbol de la muerte—. Si hacemos buen tiempo, podemos llegar a nuestra cabaña mañana al anochecer, dormir allí, recoger provisiones y seguir.
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Editado: 12.10.2019