La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEGUNDA PARTE: Incomunicados - CAPÍTULO 20

—Comencemos— anunció Dresden a los miembros del Concejo.

El primero en pedir la palabra fue Vianney:

—Deseo reportar un asesinato— anunció.

Aquellas palabras llamaron la atención de todos de inmediato.

—Adelante— lo animó Dresden, pensando que sería uno más de los relatos misteriosos y escalofriantes para sumar al clima de miedo general a la invasión del norte.

Pero el relato de Vianney, aunque escalofriante, no era misterioso.

—El hijo de uno de los aldeanos de mis tierras fue asesinado anteayer por una de esas bestias asquerosas de lord Huber.

—¿En serio? ¿La muerte de un mero campesino es tema de Concejo?— se burló Filstin, despectivo.

—Supongo que si hubiese sido atacado por una sombra maligna de fantasía que venía del norte, sí te interesaría— dijo Vianney, sarcástico.

—Si tuviera que reportar cada campesino muerto por animales en mis tierras, estaríamos de reunión por toda la eternidad— se quejó Kerredas.

—No hablamos de meras bestias, éstas son bestias asesinas entrenadas por lord Huber— retrucó Vianney.

—¿Me estás acusando directamente de haber enviado a uno de mis guerreros a matar a…? ¿A quién se supone que mató?— el tono de Huber era más divertido que enojado.

—Al hijo de uno de los aldeanos, y no es una suposición— protestó Vianney—. El hombre vio con sus propios ojos como ese maldito animal subhumano le cortaba la cabeza con un hacha a su hijo y luego devoraba… devoraba…— Vianney ni siquiera pudo terminar la oración.

—¿Por qué me interesaría mandar a matar a uno de tus campesinos?

—No digo que tú lo hayas mandado, Huber— aclaró Vianney—, pero ese maldito tiene que pagar por lo que hizo.

—¡Ah! Quieres juzgarlo— comprendió Huber.

—Sí, exijo que lo entregues a mi corte para que sea juzgado y condenado— dijo Vianney, terminante.

—Me parece bien— se encogió de hombros Huber—. ¿Dices que tienes un testigo?

—El padre del muchacho, sí.

—Muy bien. Te propongo lo siguiente— comenzó Huber con gran tranquilidad: —Puedes ir con tu testigo hasta mi palacio. Pondré a todos mis guerreros y sirvientes en fila para que tu testigo los examine. Cuando tu testigo lo identifique, puedes llevártelo y juzgarlo en tu corte como mejor te convenga.

—¿Cuántas de esas bestias tienes trabajando para ti?— preguntó Vianney.

—Varios miles— sonrió Huber.

—¿Cómo esperas que el testigo pueda distinguirlo entre miles de ellos? ¡Son todos iguales!— protestó Vianney.

—Ese no es mi problema— se volvió a encoger de hombros Huber.

—Te exijo que lo encuentres y me lo entregues, Huber.

—¿Cómo puedo encontrarlo si no vi quién fue, Vianney? Esta es tu investigación. Si quieres encontrar quién fue el supuesto asesino, las puertas de mi palacio están abiertas para que investigues lo que quieras.

—¡Eres un maldito!— le gritó Vianney con los dientes apretados.

—¡Ya basta!— intervino Dresden—. Si identificas al asesino, tienes la libertad de ejecutarlo— le dijo a Vianney. Luego se volvió hacia Huber: —Deberás pagar una suma de mil darianos a la familia damnificada, y si no restringes a tus bestias, tendré que hacerlo yo mismo.

—¡Mil darianos!— protestó Huber—. ¡Pero si ni siquiera….!

—¡Cállate, Huber!— le advirtió Dresden—, o serán dos mil darianos y un mes para ti en mis calabozos.

—Esto es inaudito— murmuró Huber para sí, pero no se atrevió a seguir protestando. Lord Huber solo se limitó a mirar a Dresden con furia contenida.

—¿Alguien más tiene algo que presentar?— preguntó Dresden, paseando la mirada entre los nobles.

El anciano duque Tiresias, que hasta ahora se había mantenido en silencio, perdido en sus angustiosos pensamientos, se inclinó hacia adelante y levantó una mano temblorosa.

Dresden suspiró. Sabía muy bien que si Tiresias quería hablar, sería del único tema del que hablaba en todas las reuniones: la desaparición de su hija. Todos los nobles hicieron gestos de fastidio, excepto Vianney, que le brindó a Tiresias una mirada compasiva, y Franz que solo parecía tener ojos y oídos para la puerta.




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