La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEGUNDA PARTE: Incomunicados - CAPÍTULO 22

Mientras se dejaba llevar para evitar un moretón innecesario en el brazo, Gloria, con el corazón acelerado y el estómago revolviéndosele inquieto, no pudo evitar recordar el horror de su mutilación. Trató de mantener la compostura, pero no tardó en comenzar a temblar bajo el brazo del guardia. Comenzó a sentir que le faltaba el aire, pero cuando el guardia dobló por la galería que llevaba a las cocinas, se calmó un poco y logró respirar mejor.

—Todo está bien— pensaba, respirando hondo—. No me lleva a las mazmorras, solo me lleva con mi madre.

En efecto, Gloria tenía razón, el guardia volvió a doblar a la derecha, y pronto se encontraron frente a la habitación que compartía con su madre. El guardia golpeó la puerta, y cuando la madre de Gloria abrió y los vio frente a ella, pensó lo peor.

—¿Qué pasó? ¡Por Alaris! ¿Qué pasó?— exclamó la madre, alarmada.

—Cálmese, señora— pidió el guardia—. El rey tiene nuevas órdenes para su hija y necesita que usted se las explique.

—¿Nuevas órdenes? ¿De qué se trata?

Gloria se giró hacia el guardia y observó sus labios de soslayo.

—Su hija debe atender a un hombre en el ala este del palacio.

—¿Un hombre? ¿Qué hombre?

—Este hombre está confinado a su habitación y no tiene permitido salir de ella a menos que el rey lo ordene. Ella debe servirlo en todo lo necesario para que esté cómodo—  explicó el guardia, ignorando las preguntas de ella.

—¿Pero qué pasará con el Concejo?

—El rey estima que este servicio es más importante por el momento. Él decidirá cuándo es tiempo de que su hija vuelva a su trabajo de siempre. Tendrá que estar con él durante el día, ayudándolo en lo que necesite, asegurándose de que coma y beba. La comida que coma no interesa, pero solo deberá beber agua de una jarra especial que será provista cada mañana. Si ella le prepara té o cualquier infusión, deberá también usar esa agua. Ella no puede beber de esa agua bajo ninguna circunstancia.

—¿Cuál es el problema con el agua?— preguntó la madre, intrigada.

—Contiene medicinas que son indispensables para este hombre. Su hija no ha de tener ninguna comunicación con él. No debe hablarle del agua con medicinas ni contestar ninguna de sus preguntas. Solo debe ayudarlo en lo que necesite.

—No se preocupe, oficial, mi hija no puede escuchar ni hablar, como bien sabe, y tampoco entiende otra cosa que no sean gestos simples de los demás. Solo tiene una comunicación un poco más fluida conmigo porque soy su madre y he vivido años con ella— aseguró la madre.

—¿Está segura de que podrá hacerle entender todo lo que le he dicho?

—La mayoría, sí.

—Esperaré afuera hasta que le explique— asintió el guardia.

La madre le sonrió amablemente y cerró la puerta, volviéndose hacia Gloria.

—¿Qué pasó? ¿Por qué este cambio?— le dijo su madre solo moviendo los labios, sin articular sonido alguno para que el guardia no pudiera escuchar nada desde el otro lado.

Gloria negó con la cabeza y se encogió de hombros para indicar que no tenía idea.

—No me gusta esto, no me gusta nada— dijo la madre, nerviosa.

Gloria la abrazó para tranquilizarla y le hizo unas señas con las manos para indicarle que estaría bien, que no tuviera miedo por ella. Su madre se secó las lágrimas y volvió a abrazarla con fuerza.

 Cuando se recompuso un poco, se acomodó el vestido y volvió a abrir la puerta.

—Está lista— anunció, lanzando una mirada de soslayo a Gloria.

—¿Está segura de que entendió todo?— preguntó el guardia.

—Creo que sí. No le dará problemas.

—Eso espero— respondió el guardia.

El guardia le hizo una seña a Gloria para que lo siguiera, y ella lo acompañó sin resistencia alguna. Ni siquiera fue necesario que la llevara del brazo.

Después de mucho andar por amplias galerías, subiendo y bajando escaleras de mármol, Gloria y el guardia llegaron a una habitación alejada en el palacio, junto a una de las torres del lado este.




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