La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEGUNDA PARTE: Incomunicados - CAPÍTULO 23

Hacia el mediodía, Gloria volvió a apretarle la mano como para que entendiera que debía estar tranquilo, y salió de la habitación hacia las cocinas para buscar su almuerzo. Todo el tiempo que ella estuvo ausente, el prisionero tembló angustiado, tirado en la mullida cama. Cuando ella regresó y lo tomó de la mano, él la agarró con alma y vida, como si nunca más fuera a soltarla. Qué soledad desesperante, pensó Gloria, debía plagar el alma de aquel pobre hombre.

Gloria lo ayudó a ponerse de pie, y lo guió hasta la mesa donde lo hizo sentar y le dio de comer en la boca. Después de cada bocado, el hombre le agradecía profusamente y esperaba ansioso el siguiente. Ella se preguntó cuánto hacía que el hombre no comía una comida decente.

Cuando el hombre pidió agua, ella le sirvió de la jarra especial, y él bebió con avidez. Después de comer, el hombre comenzó a sentirse un tanto soñoliento, y Gloria lo acompañó otra vez a la cama y lo hizo acostar. El se durmió rápidamente, y ella aprovechó para juntar la bandeja de comida con los restos y llevarlos otra vez a las cocinas. Aprovechó a procurarse algo para comer para ella y fue a su habitación para alimentarse. Desde su mutilación, comer le resultaba dificultoso y prefería hacerlo en privado.

Cuando ya estaba terminando, su madre llegó de improviso. Al verla sana y salva, corrió a besarla y a abrazarla. Luego se sentó a su lado, y tomando las manos de su hija entre las suyas, la urgió a que le contara todo. Gloria le hizo señas para que le trajera papel y pluma. Quería contarle todo, pero era muy complicado hacerlo con señas.

Le contó a su madre sobre aquel hombre misterioso, sobre su aspecto y su estado, y sobre cómo le habían arrancado los ojos. Su madre le preguntó quién era, de dónde había venido, pero Gloria se encogió de hombros.

—¿Crees que es alguien que el rey rescató del enemigo? ¿Alguien a quién él protege?— preguntó la madre.

Gloria se encogió de hombros y luego escribió:

—Pero entonces, ¿por qué mantenerlo aislado, prisionero en una habitación? ¿Por qué asignarme a mí para atenderlo y así asegurarse de que no pueda comunicarse con nadie?

—Tienes razón. Tal vez está enfermo... recuerda el agua con la medicina.

Gloria negó con la cabeza y escribió:

—A mí no me pareció enfermo, solo débil por la falta de alimento, y sucio por haber estado pudriéndose en alguna celda. Las heridas de sus ojos estaban cicatrizadas desde hacía mucho, pero tenía heridas frescas en las muñecas y en los tobillos. Estoy segura de que estuvo encadenado hasta hace muy poco. Me dijo que mantenerlo incomunicado era parte de su tortura, que no había tenido contacto humano por mucho tiempo.

—Pero, ¿dónde estaba? ¿De dónde lo trajeron?

—No lo sé.

—No puede haber sido desde afuera. Las cocinas son el centro del chisme de todo el palacio, y algo así no habría pasado desapercibido.

—¿Crees que haya venido de las mazmorras del palacio? ¿Qué Dresden lo cegó y lo mantuvo allí por quién sabe cuánto tiempo?

—Pero entonces, ¿por qué subirlo al palacio ahora? No tiene sentido.

—Algo debe haber cambiado. Este hombre debe ser importante de alguna manera. Trataré de averiguar más.

—Oh, Gloria, ten cuidado. Importante significa peligroso. No te involucres con él, mantén la distancia o las cosas van a terminar mal.

—No te preocupes, madre, sé de lo que Dresden es capaz, no voy a exponerme. Debo volver. Te veré esta noche.

Su madre la abrazó otra vez y la despidió con una sonrisa. Esta era la primera vez en años que veía a Gloria tan entusiasmada con algo. Su rostro se iluminaba cuando hablaba de aquel extraño hombre, y el odio y el resentimiento hacia Dresden que la carcomía por dentro parecían esfumarse por un momento cuando aventuraba teorías sobre el origen del extraño. Por un lado, su madre estaba feliz de que Gloria hubiera recuperado el interés por la vida una vez más, pero por otro, sabía que esta asignación era más peligrosa que servir en el Concejo. Le había advertido a Gloria que no se involucrara, que mantuviera la distancia, pero al ver cómo sus ojos brillaban al hablar de él, sabía que su advertencia había llegado tarde. De alguna forma, en pocas horas, Gloria había hecho algún tipo de conexión especial con aquel hombre, una conexión que no sería fácil de romper.

Su madre tomó los papeles donde Gloria había escrito sus ideas con respecto al extraño y los tiró al fuego de la chimenea para deshacerse de la evidencia.




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