La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEGUNDA PARTE: Incomunicados - CAPÍTULO 26

A la mañana siguiente, Gloria no se levantó muy feliz de tener que ir a la habitación del prisionero. Tenía miedo, mucho miedo. Sabía que hoy iba a estar peor y que había grandes posibilidades de que la culparan a ella. Se despidió de su madre con más afecto que de costumbre, como si no la fuera a ver por un largo tiempo, y se fue a las cocinas a buscar la bandeja del desayuno.

Los guardias le abrieron las puertas, y ella respiró hondo y avanzó tentativamente. Los guardias cerraron las puertas detrás de ella, y ella no pudo evitar sobresaltarse. Se quedó un momento allí parada, con la bandeja en las manos. El hombre estaba parado a dos metros delante de ella, la mano derecha apoyada en el respaldo de una silla.

—Hola, Gloria— dijo el hombre suavemente.

Gloria suspiró aliviada, pero no se movió de donde estaba. Entonces, vio que el hombre doblaba las piernas y se ponía de rodillas con gran esfuerzo. Ella lo miró azorada, sin comprender.

—Por favor, te ruego que me perdones por mi comportamiento de ayer— le dijo él de rodillas—. He estado toda la mañana angustiado, pensando que tal vez no vendrías después de que quise atacarte.

Ella sonrió, dejó la bandeja sobre la mesa, y con lágrimas en los ojos, se arrodilló junto a él y lo abrazó. El respondió abrazándola también con fuerza, como si nunca quisiera dejarla ir. Luego lo ayudó a ponerse de pie y los dos se sentaron a la mesa.

—¿Cómo se siente hoy?— le preguntó ella.

—Me duele todo el cuerpo— respondió él—, pero mi cabeza está más despejada de lo que nunca ha estado. Ayer me sentía perdido, no comprendía dónde estaba o por qué, pero hoy todo está claro en mi mente. Cuando entraste, te reconocí de inmediato.

—¿Cómo es posible?— le preguntó ella. Pero la verdadera pregunta era: ¿Cómo era posible que estuviera mejor si no había tomado la medicina?

Él se encogió de hombros.

—Tal vez la golpiza de los guardias tuvo un efecto inesperado— dijo, riendo.

Ella solo le palmeó la espalda y comenzó a darle el desayuno.

—Creo que anoche recordé algo— dijo el hombre con un pedazo de pan con manteca en la mano. Ella le apretó la mano libre, instándolo a continuar.

—Soñé con un bosque. Nunca sueño nada, o al menos, nunca recuerdo lo que sueño, pero esta vez sí. Era un bosque hermoso de vívidos verdes, árboles majestuosos. Yo iba por un sendero y estaba vestido de forma magnífica con una túnica blanca y una capa que parecía de plata. El sendero me condujo a una pequeña cabaña de madera muy bien cuidada. En el sueño yo llamaba a alguien, no sé a quién, pero no había nadie. Luego escuchaba un sonido de cascos detrás de mí y al darme vuelta vi que eran dos unicornios blancos y hermosos.

—Los unicornios no existen— le escribió ella en la palma de la mano.

—Lo sé, lo sé, tal vez solo fue un sueño y nada más, pero tuve la fuerte sensación de que había estado antes en ese lugar. Creo... creo que esa era mi casa.

—¿Sabes dónde está ese bosque?

—No tengo idea— negó él con la cabeza—. ¡Es tan frustrante! Ni siquiera sé mi propio nombre.

—Eso podemos solucionarlo— le escribió ella.

—¿Cómo?

—Hasta que recuerdes tu nombre, podríamos darte otro. ¿Qué te parece Joram?

—Me agrada, suena bien.

—Era el nombre de mi padre.

—¿Era? ¿Murió?

—Sí. Era guardia en el Cuarto Paso, lo mataron los enemigos.

—¿Qué enemigos?

—Enemigos del norte.

—¿Dónde queda el Cuarto Paso? ¿Lejos de aquí?

—Unos cincuenta kilómetros al norte, cruzando el Valle Verde. El Cuarto Paso es uno de los Cinco Pasos que cruzan las montañas de la Gran Cordillera.

—Nunca había oído hablar de ninguno de esos lugares. ¿Qué hay de este lugar donde estamos?

—Éste es el palacio del rey Dresden. La ciudad se llama Colportor y es la más cercana a la frontera norte. Dresden reina sobre la ciudad y todo el Valle Verde, también administra los puestos de guardia de los Cinco Pasos.

—¿Hay bosques cerca?




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