La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEGUNDA PARTE: Incomunicados - CAPÍTULO 28

Cuando las puertas se cerraron detrás de Gloria en la habitación de Joram al día siguiente, él avanzó hacia ella con una sonrisa y la abrazó, casi haciéndole caer la bandeja del desayuno.

—Tengo una esposa y un hijo— dijo, entusiasmado.

Gloria dejó la bandeja sobre la mesa y guió a Joram hasta la silla para darle el desayuno. Él estaba tan excitado que apenas podía comer.

—¿Estás seguro?— le preguntó ella.

Él asintió insistentemente con la cabeza.

—Muy seguro. Recuerdo sus rostros, pero no sus nombres.

—¿Soñaste con ellos?

—No. Sus imágenes vinieron a mi mente esta mañana.

—¿Y el bosque?

—He intentado recordarlo, pero no he logrado más de lo que vi en mi sueño. Oh, Gloria, siento como si mi mente se fuera aclarando, como si poco a poco mi memoria estuviera volviendo de a pedazos. Solo desearía que el proceso fuera más rápido.

—Paciencia— escribió Gloria en su palma. Joram asintió.

—Creo que todo te lo debo a ti, mi querida Gloria. Antes de conocerte, solo pensaba que quería morirme, pero ahora... siento que mi vida me está siendo devuelta.

Ella sonrió con satisfacción. No se había equivocado con respecto al agua. Con solo dos días sin tomarla, Joram parecía más alerta, coherente, y su memoria no había vuelto a fluctuar. Lo que es más, pedazos de su vida antes del cautiverio comenzaban a volver a su cabeza. Pronto podrían armar entre los dos el rompecabezas de su vida, y así estar listos para enfrentar a Dresden.

Mientras él comía una fruta que ella había puesto en su mano, ella fue a la ventana a tirar el agua de la jarra y reemplazarla por agua limpia. Más tarde, calentó agua y llenó la bañera. Joram escuchó sus movimientos y fue hasta la cama para desvestirse. Ella miró sorprendida cómo caminaba por la habitación como si pudiera ver los objetos que estaban en su paso.

—Te manejas bien— le escribió en la palma.

—He estado practicando— dijo él, orgulloso—, contando los pasos, calculando las distancias y aprendiendo dónde está cada cosa.

Ella le apretó la mano para mostrar su aprobación y lo ayudó a meterse en la bañera. Frunció el ceño al ver los moretones negros en las costillas y en la espalda.

—¿Todavía duele?— preguntó, pasando la esponja jabonada con cuidado.

—Sí, pero creo que al menos no hay nada roto— respondió él—. Una vez me rompieron dos costillas y...— se detuvo en seco, dándose cuenta de que otro recuerdo estaba aflorando a su memoria.

—¿Y?— lo instó Gloria.

—Un hombre me sanó— dijo él despacio—. En la cabaña, la que vi en el bosque en mi sueño.

—¿Un Sanador?

—Sí.

—¿Recuerdas su nombre o su aspecto?

—Su nombre... tenía varios nombres... No, no recuerdo ninguno de ellos. Sí recuerdo que amaba ese bosque. Era delgado y alto, el cabello blanco y largo, los ojos grandes y la mirada profunda... Era él... él cuidaba de los unicornios...

Gloria frunció el ceño. Otra vez esa tontería de los unicornios. Sus recuerdos estaban claramente mezclados con fantasías. Pero al menos recordaba algo más: un Sanador. Los Sanadores no eran tan abundantes, si lograba identificarlo mejor, tal vez podrían encontrarlo para que ayudara a Joram a recordar más. Por el momento, y con la descripción que Joram había dado, Gloria sabía que no se trataba de Legas, el Sanador del palacio. Eso es, tal vez Legas conociera a un Sanador que vivía en un bosque y respondía a esa descripción. ¿Pero cómo planteárselo? Tendría que involucrar a su madre en el asunto. ¿Sería eso conveniente? ¿Ponerla a ella en peligro? ¿Y cómo lograrían hacerlo sin levantar las sospechas de Legas?

Terminado el baño, Gloria lo ayudó a salir de la bañera, y Joram se secó y se vistió prácticamente solo. Ella le escribió la palabra “almuerzo” en la mano y él asintió.

—Buena idea, tengo hambre— dijo él.

Ella se fue a las cocinas mientras él terminaba de abotonarse la camisa. Cuando iba por el último botón, escuchó las puertas abrirse otra vez. Se puso de pie y estuvo a punto de preguntarle a Gloria qué se había olvidado, pero algo lo detuvo. Sin saber por qué, tuvo la sensación de que no era ella la que había entrado.




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