La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEGUNDA PARTE: Incomunicados - CAPÍTULO 33

—Ana, ¿estás bien?— preguntó Lug, preocupado.

Ella asintió con una débil sonrisa y se pasó la mano por la frente, secando el sudor.

—Eso fue vertiginoso— dijo ella—. Necesito un vaso de agua.

Lug la ayudó a ponerse de pie y la llevó hasta la silla. Gloria le sirvió agua en un vaso y se lo alcanzó.

—Gracias— dijo Ana y bebió unos sorbos. Luego levantó la vista hacia Lug: —¿Resultó?

—Sí, Ana. Gracias. Me salvaste una vez más. Besarte los pies no fue exagerado— le respondió él.

—Pero por favor no lo hagas nunca más— le dijo ella.

El rió de buena gana. Luego se volvió hacia Gloria.

—Hola, Gloria. Mi nombre es Lug— le dijo, extendiendo su mano—. Gracias por cuidarme.

Ella se la estrechó, asintiendo con una sonrisa.

—¿Cómo hiciste para encontrarme?— preguntó Lug intrigado a Ana.

—Casualidad. No fue a ti a quién vine a rescatar.

—¿Oh?

—Mi hermano fue secuestrado. Seguí su rastro hasta aquí. Lo último que pensaba encontrarme era a ti, pero me alegro que así haya sido.

—¿Dónde está Randall?

—En Aros.

—¿Viniste sola? ¿Cómo permitió eso Randall?

—No sabe que estoy aquí. Cree que estoy en Polaros, visitando a Akir y a Frido. De hecho estuve con ellos allí un día, pero luego desaparecieron sospechosamente.

—¿Sospechosamente?

—Conoces a Frido, no dejaría La Rosa en plena alta temporada con todo el lugar saturado de clientes, y Akir no se iría sin despedirse de mí. Cuando desaparecieron, enseguida supe que habían sido llevados a la fuerza. Bueno, el hecho de que hubiera signos de violencia en su habitación me ayudó también a llegar a esa conclusión.

—El Randall que conozco no te habría dejado ir sola a Polaros tampoco— comentó Lug, suspicaz.

—Sí, tuvimos una fuerte discusión al respecto antes de mi partida. Una discusión con espadas— aclaró Ana.

—Auch— comentó Lug—. Espero que no lo hayas dejado morir desangrado.

—Sobrevivirá— se encogió de hombros Ana.

Las puertas de la habitación se abrieron de golpe. Lug giró sobre sus talones y vio a los dos guardias que custodiaban la puerta, entrando con las espadas en alto. Alcanzaron a dar tres pasos en dirección a Lug y cayeron desmayados.

—Me preguntaba cuánto tiempo tardarían en darse cuenta de que algo no estaba bien— comentó Lug, cerrando las puertas y arrastrando los cuerpos al otro lado de la cama.

—¿Y ahora qué?— preguntó Ana.

—Tenemos que salir de aquí rápido— contestó Lug.

—No me voy hasta no encontrar a mi hermano— declaró Ana con firmeza.

—Por supuesto. Dame un minuto— le dijo Lug.

Respiró hondo y cerró los ojos. Su cuerpo se relajó visiblemente. Estuvo así por un largo instante.

—Akir no está en el palacio— anunció Lug, abriendo los ojos.

—¿Sabes dónde está?

—No, lo siento, no lo percibo.

Ana suspiró, decepcionada.

—No sé más dónde buscarlo— comentó, angustiada.

—Tranquila. Lo encontraremos. Lo prometo— la tomó del brazo Lug.

Ella asintió.

—Toma una de las espadas de los guardias— le indicó Lug a Ana—. Solo por si acaso— agregó a modo de advertencia.

—Tengo mis propias armas, gracias— dijo ella, levantando la falda de su vestido.

Lug pudo ver un largo puñal colgando de la cintura, una daga en una vaina de cuero sujeta al muslo derecho de un pantalón ajustado que llevaba bajo la falda y una pequeña daga en su tobillo izquierdo.

—Veo que Randall te entrenó bien— comentó Lug.

—Demasiado para su propio bien— sonrió ella.

—Vamos— dijo Lug, dirigiéndose a la puerta.




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