La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

TERCERA PARTE: Rehenes - CAPÍTULO 34

—Aghgh— gruñó Lug, llevándose las manos a la cabeza. Trató de abrir los ojos, y la luz aumentó aun más el dolor. Los volvió a cerrar con fuerza, gruñendo otra vez. Sentía como si la cabeza le fuera a explotar.

—Buenos días— escuchó la voz de Humberto—. En la mesa tienes frutas, cereales, leche y pan con manteca para desayunar. Me tomé la libertad de prepararte un té con hierbas que ayudarán con ese dolor de cabeza.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?— preguntó Lug con los ojos cerrados.

—Desde ayer a la tarde. Unas catorce horas— respondió Humberto.

Lug abrió otra vez los ojos y se incorporó sobre un codo. Estaba acostado en una cama con un mullido colchón. La cama estaba hecha con una extraña madera roja. Se sostuvo la cabeza con una mano por un momento y luego miró en derredor, evaluando la situación. Estaba en una habitación amplia y bien iluminada que parecía estar decorada con dos estilos totalmente diferentes. Una mitad, la más alejada de la cama, tenía un piso de mármol con detalles de filigranas de oro. Las paredes estaban forradas con una tela verde agua con rombos dorados, y había lámparas de aceite sobresaliendo cada tanto. También había varias pinturas al óleo, representando paisajes idílicos con tonos suaves. En el centro, un poco hacia la derecha, había un cómodo sillón donde Humberto descansaba, con un libro en las manos, mientras sorbía su té de tanto en tanto, apoyándolo de a ratos en una mesita redonda de hierro labrado. Por detrás del sillón, hacia su izquierda, había una enorme puerta de doble hoja con un hermoso marco con hojas talladas en la madera y adornadas con pequeñas frutas doradas.

Pero justo de la mitad para el lado donde se encontraba Lug, el piso de mármol había sido recubierto con la misma madera roja de la cama. Las paredes y el techo de su lado también estaban forradas con esa madera, tornando su lado de la habitación un tanto opresivo. Lug descubrió que la mesa en la que Humberto le había dejado preparado el desayuno y la silla a su lado también eran de la misma madera. Lug notó además, que del lado de Humberto, las paredes mostraban ventanas que daban a un cuidado e inmenso jardín, pero de su lado, las ventanas habían sido tapiadas con madera roja.

—¿De dónde sacaste tanto balmoral?— preguntó Lug, casual.

—Sembré mi propio bosque. Algún día te llevaré a verlo, es magnífico.

Lug había pasado varios días en una celda de balmoral en Cryma, muchos años atrás, y sabía perfectamente cuál era el objetivo de usar esa madera: su habilidad no tenía efecto alguno en proximidad del balmoral. Pero esta habitación no era una celda precisamente, todo lo que Lug tenía que hacer era cruzar a la parte de piso de mármol y estaría en posesión de todas sus facultades especiales otra vez. Entonces, vio el grillete en su tobillo. Estaba unido a una cadena amurada en la pared. Levantó la cadena con la mano y vio que si bien era bastante larga como para moverse por su lado de la habitación, Humberto seguramente había calculado bien su longitud para que no le permitiera salir del piso de madera.

—¿Por qué todo esto? Creí que éramos amigos— dijo Lug, bajando de la cama y apoyando sus pies descalzos sobre el rojo piso de madera.

—¿Amigos? La última vez que nos vimos, estuviste a punto de cortarme la cabeza con tu espada.

—Espero que no sea muy tarde para disculparme por eso.

—Tu té se enfría— indicó Humberto, ignorando el intento de disculpa de Lug.

Lug asintió y caminó arrastrando la cadena hasta la mesa.

—Esta cosa es bastante incómoda, ¿es realmente necesario?— dijo Lug, señalando la cadena.

—Lo lamento. Debo mantenerte neutralizado, por el bien de todos.

—¿Quiénes son todos?

Humberto no contestó. Lug se sentó en la silla y tomó un sorbo de té.

—Esto no será más somnífero, ¿no?— preguntó Lug, apoyando la taza sobre la mesa.

—No. Te quiero lúcido. Tenemos que hablar.

—Bien— respondió Lug, tomando más té—. ¿Cómo hiciste para capturarme?

—Una tela empapada con cloralina. Es efectiva y rápida, pero deja un feo dolor de cabeza como secuela.

—No, me refiero al truco que usaste para adormecer mis movimientos— clarificó Lug.

—Un buen mago no revela sus trucos— sonrió Humberto.




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