La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

TERCERA PARTE: Rehenes - CAPÍTULO 36

Un año.

¿Un año completo, y nadie lo había buscado? ¿Ni siquiera Dana? No, Dana habría revuelto todo y a todos para encontrarlo. En un año habría tenido a todo el norte buscándolo debajo de cada piedra, de cada hoja. Pero Ana no sabía siquiera de su ausencia, había venido en busca de Akir, no de él. Si Ana había podido seguir el rastro de Akir y llegar hasta Colportor por su propia cuenta, ¿por qué no lo había encontrado Dana con muchos más recursos a su disposición? Tal vez Nuada y Calpar le habían negado su ayuda... No había estado en buenos términos con ellos desde que supieron que había roto el Círculo. Pero había otros que la hubieran ayudado sin pestañear: Tarma, Eltsen, Althem, Verles, incluso Ifraín.

Un año.

¿Un año en una celda de piedra y Dana no se había comunicado con él? ¿Ni una vez? No había balmoral en el palacio de Dresden, ni Ana ni él habían tenido problemas en usar sus respectivas habilidades... ¿Por qué no lo había contactado? Aun sin memoria, su voz hubiera sido un bálsamo confortante en el angustioso aislamiento que había sufrido en la húmeda oscuridad de su celda. Un año sin más contacto que con las ratas interesadas en su carne. ¿Dónde estaban todos sus amigos? ¿Lo creían muerto? No, Ana se lo hubiera dicho. No importaba. Tenía que concentrarse en el ahora. Tenía que analizar su presente situación.

Un año.

¿Qué había pasado en ese año? ¿Por qué se había arriesgado Dresden a sacarlo de su celda después de tanto tiempo? Y Akir... ¿por qué secuestrar a Akir? Algo se había estado gestando en el sur, y Lug tenía la sensación de que lo que sea que fuera estaba llegando a su punto culminante.

Humberto parecía estar en el centro de todo el asunto, pero era desconcertante que Humberto no tuviera toda la información, que estuviera interrogándolo a él. ¿Qué era todo eso de que creía que él reinaba en el norte? No sabía si creer sus alegatos de ignorancia sobre su cautiverio y la negación de responsabilidad en el ataque a Cryma, pero parecía estar diciendo la verdad. ¿Hasta dónde y qué sabía? Y luego estaba el asunto de Dresden. ¿Qué clase de relación tenía Humberto con él? Necesitaba averiguar más, saber qué estaba pasando.

—¿Cómo los trata el clima del sur?— preguntó Lug a los fomores en tono amable.

Vio las orejas de las bestias moverse hacia él, pero sus miradas siguieron clavadas en el frente, ignorándolo.

—Imagino que no es fácil adaptarse a este lugar después de haber vivido en Tír Na N Og— comentó Lug, casual.

Los fomores resistieron la tentación de responderle. Lug suspiró, considerando las enormes hachas que los fomores portaban en sus espaldas. Una de esas hachas podría cortar de un solo golpe la cadena que lo unía a la pared. Hacerse con una de ellas, sin embargo, era otra cuestión.

Lug tomó un racimo de uvas de la frutera de la mesa y se puso de pie. Dos peludas manos se posaron en las espadas de inmediato.

—Tranquilos— levantó Lug una mano—, solo quería ofrecerles unas uvas. Yo no puedo comer todo esto y es una lástima que se desperdicie.

Lentamente, arrastrando la cadena, Lug avanzó hacia el lado de la habitación donde estaban los fomores. El olor a saliva mezclado con sudor de las criaturas se hizo más penetrante. Lug evitó el reflejo de llevarse una mano a la nariz.

—No des un paso más— gruñó uno de los fomores—. Tenemos órdenes de lastimarte si intentas algo.

—¿Si intento algo como qué? ¿Cortesía?

—Para atrás— advirtió el fomore, desenvainando su espada.

Lug lo miró a los ojos por un momento, estudiándolo. Sus huidizos ojillos negros bailotearon nerviosos. Su aliento fétido llegaba hasta Lug a través de sus amarillentos y desordenados dientes. Sabía que podía provocarlo lo suficiente como para que se acercara y lo atacara, pero en su actual estado, el fomore lo triplicaba en peso y fuerza, sin contar con el hecho de que el fomore estaba fuertemente armado, mientras él solo tenía una cadena atada a su tobillo que le iba a resultar más un obstáculo que una ayuda en una lucha cuerpo a cuerpo. Y además, había un segundo fomore que se lanzaría sin pensar a ayudar a su compañero.

Lug se encogió de hombros, cortó una uva del racimo y se la puso en la boca.

—Un simple, “gracias, pero no queremos uvas” hubiera bastado— dijo, dando media vuelta y caminando hasta la cama.




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