—Te ves preocupado. ¿Qué pasó?
Humberto ignoró la pregunta de Lug y ensayó una sonrisa.
—Me alegro de encontrarte entero. Veo que te portaste bien— dijo con aprobación.
—El olor nauseabundo de tus guardias me mantuvo a raya de mi lado de la habitación— replicó Lug—. ¿Te importaría poner guardias humanos la próxima vez? ¿En lo posible que se hayan bañado?
Humberto se levantó y abrió dos de las ventanas para ventilar la habitación. La brisa que entró desde los jardines trajo consigo un refrescante olor a pino.
—Gracias, muy considerado de tu parte—sonrió Lug. Se levantó de la cama y caminó hasta la mesa. Dejó lo que quedaba del racimo de uvas en la frutera y se sirvió un poco de agua en una copa de plata. Se llevó la copa a los labios, pero se detuvo a medio camino, observando el agua por un momento.
—Sin drogas— le aseguró Humberto.
Lug sonrió, pero apoyó la copa en la mesa, sin beberla. Luego tomó la silla y la puso de cara al sillón de Humberto, sentándose. Humberto hizo lo propio, quedando cara a cara con Lug.
—Me gustaría seguir conversando contigo— comenzó Humberto.
—No tengo otra cosa que hacer de momento— se encogió de hombros Lug.
—Cuéntame cómo recuperaste a Dana de la muerte.
¿Recuperar a Dana de la muerte? ¿Entonces Humberto no sabía...?
Lug mantuvo el rostro impasible, tratando de no delatar información que Humberto pudiera usar luego en su contra.
—Dana sigue muerta, tal como me repetiste hasta el cansancio cuando nos conocimos en el otro mundo— dijo, serio.
—Lug, Lug, Lug, no es conveniente que me mientas. Sé que ella está viva. A menos que hayas tenido un hijo con otra mujer con el mismo nombre.
Esta vez Lug no pudo evitar dar un imperceptible respingo en la silla.
—¿Qué hiciste? ¿Volviste en el tiempo?
Lug no contestó.
—La manipulación del tiempo es algo peligroso, Lug, especialmente con el Círculo roto. Lo que sea que hiciste podría provocar una catástrofe.
Lug permaneció en silencio.
—Yo conozco de estas cosas, si abriste una grieta temporal, hay que cerrarla antes de que las cosas se pongan feas. ¿Qué fue lo que hiciste?
—Nada.
—Siempre me pareciste una persona responsable, Lug. No creo que quieras ser el causante de la devastación que podría devenir con una manipulación temporal como la que hiciste.
Silencio.
Humberto suspiró.
—De acuerdo, entonces háblame de tu hijo.
Lug apretó los dientes sin responder.
—Al menos, dime su nombre— insistió Humberto.
Silencio.
—Espero que te des cuenta de que tu falta de cooperación puede resultar muy perjudicial para ti— lo amenazó.
—¿Qué vas a hacer? ¿Torturarme mientras me juras que no eres adepto a los métodos violentos?— le retrucó Lug, irritado.
—¿A ti? No— contestó Humberto.
Lug tensó la mandíbula y le clavó una mirada furibunda a Humberto.
—¿Qué significa eso?— gruñó.
—Que otros sufrirán las consecuencias de tu mal comportamiento.
Lug sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. ¿Habría Humberto capturado a Gloria y a Ana? ¿Planeaba torturarlas para hacerlo hablar? ¿O tal vez solo estaba tratando de hacer que él las delatara?
—¿Otros? ¿Quiénes?— quiso saber Lug.
La conversación fue interrumpida por golpes en la puerta. Era un fomore con una enorme bandeja con el almuerzo. El fomore apoyó la bandeja en la mesita al lado del sillón de Humberto. Luego fue hasta donde estaba la mesa de Lug y la levantó con todo, llevándola hasta posicionarla frente a la silla donde Lug estaba sentado. Después, sacó un plato con vegetales de la bandeja y lo puso sobre la mesa roja. A continuación, le alcanzó cubiertos, servilleta, pan y una botella de vino sin abrir.
—Gracias— le dijo Lug—, pero yo hubiera podido ir hasta la mesa.
El fomore no contestó. Acomodó la mesita de hierro de Humberto delante de su sillón y procedió a ordenar también los elementos de su almuerzo. El plato de Humberto no tenía vegetales sino un trozo de carne asada con papas. Luego, el fomore procedió a abrir la botella de vino en la mesa de Lug, llenando la copa de Humberto primero y después la de Lug.
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Editado: 12.10.2019