La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 44

Lug apoyó la mano sobre el hombro de Humberto para detenerlo.

—¿Qué pasa?— inquirió Humberto.

—Doce personas al frente. Humanos— respondió Lug.

—¿Estás seguro? No es fácil encontrar la entrada desde el otro lado.

—Seguro— confirmó Lug.

—¿Qué tan lejos?

—Unos doscientos metros y tienen intenciones hostiles.

—No lo dudo— masculló Humberto. Y luego a los fomores: —Dejen las lámparas en el suelo y prepárense.

—Yo puedo...— comenzó Lug.

—Tú apártate y mantente fuera de esto. Yo me encargaré— lo cortó Humberto.

Lug intentó protestar, pero los fomores lo empujaron hacia atrás y desenvainaron sus espadas, poniéndose a los lados de Humberto. Lug asomó la cabeza por entre los hombros peludos de los fomores y vio cómo el décimo Antiguo abría los brazos con los dedos de las manos separados, como tratando de abarcar el espacio del túnel. Los pasos apresurados y el golpeteo del metal de armaduras y armas comenzaron a escucharse con claridad, retumbando en el silencio del túnel. Humberto cerró los ojos y respiró hondo. Los fomores apretaron sus manos alrededor de las empuñaduras de sus espadas. Lug se preparó para intervenir, no estaba seguro de que ellos seis pudieran repeler a doce soldados bien armados y entrenados sin algún tipo de ayuda especial.

Lug cerró los ojos para concentrarse mejor. Separó los patrones de Humberto y los fomores de los de los atacantes. Notó que avanzaban un tanto inseguros en la oscuridad del túnel, con palpable fatiga. Buscó los patrones que necesitaba, solo sería cuestión de un momento, alineó los patrones necesarios para enviar la orden. Trató de que los sonidos del avance de los soldados no lo distrajeran. Casi listo. Se dispuso a enviar la orden y...

Los patrones de los atacantes desaparecieron por completo. Su conexión se cortó de repente, dejando solo los patrones alertas de Humberto y los fomores. ¿Qué...? Lug abrió los ojos y lo que vio le pareció parte de un sueño. Los atacantes con sus lámparas estaban frente a Humberto. Lo habían visto y avanzaban hacia él, pero era como si tuvieran que pelear con una suerte de halo invisible que aletargaba sus movimientos. Sus manos fueron a sus espadas con lentitud infinita. Las lámparas que llevaban cayeron al suelo, no, flotaron hasta el suelo como plumas mecidas por la brisa. Humberto permanecía quieto, de pie frente a ellos, las manos aun extendidas. Los fomores pasaron por los costados de Humberto y se lanzaron contra los soldados a velocidad normal, lo cual en contraste con la lentitud de los soldados parecía vertiginosa. Los atacantes no tuvieron oportunidad. Los fomores los hicieron pedazos antes de que siquiera pudieran terminar de desenvainar sus armas.

Humberto bajó los brazos y se apoyó jadeando sobre una de las paredes del túnel. Los doce soldados yacían muertos en un mar de sangre y miembros mutilados. Los fomores saqueaban sus pertenencias.

—¿Qué fue eso?— preguntó Lug, intrigado.

—Burbuja temporal— respondió Humberto, aun tratando de recuperar el resuello.

—Eso es lo que me hiciste a mí, ¿no es así? Así fue como lograste capturarme— comprendió Lug.

Humberto asintió.

—Tuve suerte de recuperarme de la sorpresa de verte en la sala privada de Dresden antes de que tú te recuperaras de la sorpresa de verme a mí. Actué con rapidez antes de que pudieras detenerme. Una vez que te envolví en la burbuja temporal, reduje casi a cero tus movimientos y tus procesos mentales. Eso me dio tiempo para desmayarte con la cloralina.

—Buen truco.

—Gracias— respondió Humberto, recogiendo su lámpara del suelo.

Lug paseó la mirada por los cuerpos inertes.

—Aunque debo decir que yo hubiera podido detenerlos sin terminar en esta carnicería— comentó, serio.

—¿Cómo? ¿Desmayándolos? ¿Y después qué? ¿Estaríamos mirando por sobre nuestros hombros el resto del trayecto, temiendo que volvieran en sí y nos alcanzaran mientras seguramente sus compañeros nos bloquearían el paso por el frente atrapándonos sin remedio?

—No era necesario matarlos— insistió Lug.

—No pretendas venir a hablarme sobre lo que es o no es necesario. He tenido años para aprender sobre eso y no de la manera más grata— retrucó él, irritado.

Lug no contestó.




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