La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 47

 —¡Serpientes!— gritó Lug.

Humberto y los fomores se detuvieron en seco, tratando de escudriñar en vano las oscuras aguas a la luz de la luna. Lug cerró los ojos, estaba tan cansado, tan cansado... Pero tenía que hacer esto. Se apoyó descansando casi todo el peso de su cuerpo en el fomore y estudió más de cerca los patrones, buscando el punto de desconexión de sus sentidos. Ni bien lo encontró, se apresuró a enviar la orden. Cinco serpientes emergieron flotando en el agua. Humberto las apartó con su espada.

—Vamos, tenemos que seguir.

—¿Cuánto más?— murmuró Lug con la voz apenas audible, casi al borde de la inconsciencia.

Llevaban horas en el agua, y no había indicio alguno de tierra firme. Hacía tiempo que el sol se había ocultado en el horizonte. Una brisa fría había ayudado a despejar un poco el cielo de nubes, y había permitido así, que la luz de la luna llena iluminara a los perdidos fugitivos.

—Vamos, no debemos estar lejos— trató de animarlo Humberto.

Lug hizo un esfuerzo por continuar. Cada paso era un suplicio, como si sus pies pesaran una tonelada.

—Más...— murmuró Lug, desmayándose.

Humberto se dio vuelta a tiempo para ver a Lug desplomarse y hundirse en las estancas aguas. El fomore que lo había estado arrastrando, envainó su espada y se inclinó, buscando con sus manos el cuerpo de Lug. Algo atrapó su muñeca bajo el agua. Por un momento pensó que era Lug, tratando de asirse a él para emerger a la superficie, pero al tratar de subirlo, sus dedos resbalaron en un cuerpo blando viscoso y largo. El fomore olvidó a Lug y desenvainó su espada, dando un golpe fuerte al animal, partiéndolo en dos. Otra serpiente se enredó en una de sus piernas, haciéndolo caer de rodillas en el agua.

—¡Maldición!— exclamó Humberto al sentir el roce entre sus piernas.

Los tres comenzaron a luchar contra las serpientes que intentaban  atraparlos y arrastrarlos. Había tantas que ninguno podía darse el lujo de pensar en rescatar a Lug. Toda su atención estaba dedicada a repeler a aquellos resbalosos animales. Los dos fomores aullaban y gruñían con gritos que hubieran helado la sangre de cualquier enemigo. Lamentablemente, las serpientes eran inmunes a sus amenazantes alaridos. La lucha era desordenada, y apenas podían contener a las serpientes. A Humberto le preocupaba Lug.

—¡Uno detrás de mí! ¡Otro delante de mí!— gritó Humberto a los fomores—  ¡Defiéndanme!

Los fomores se movieron para cubrir a Humberto, y el Antiguo envainó su espada y se arrodilló en el agua, buscando a tientas a Lug. Palpó una de sus botas, y rápidamente, recorrió su cuerpo hacia arriba hasta encontrar el cinto. Tironeó del cinto hacia arriba, pero el cuerpo inconsciente de Lug era pesado e inmanejable.

—¡Toma el cinto! ¡Sácalo del agua!— le gritó al fomore que tenía adelante.

—Pero las serpientes...— objetó el fomore.

—Yo tomaré tu lugar— le indicó Humberto, desenvainando otra vez su espada—. ¡Solo sácalo del agua!

El fomore asintió e izó a Lug por el cinto, cargándolo sobre uno de sus enormes hombros. Con su mano izquierda, sostuvo el cuerpo de Lug, mientras con la derecha, seguía dando golpes a diestra y siniestra, espantando las serpientes que intentaban enroscarse en sus piernas.

—Tenemos que movernos, tenemos que salir de aquí— dijo Humberto, poniéndose al frente y guiando el camino—. Síganme.

El fomore que llevaba a Lug lo siguió de inmediato, y el otro quedó en la retaguardia. El avance era prácticamente imposible con todas las serpientes atacándolos sin cesar desde todos los frentes. Se oyó un fuerte ruido de algo cayendo al agua. Humberto y el primer fomore se dieron vuelta de inmediato, y alcanzaron a ver que el segundo fomore había caído y era arrastrado por una maraña de serpientes hacia atrás. El fomore que cargaba a Lug lanzó un alarido feroz e intentó ayudar a su compañero.

—¡No!— le gritó Humberto—. ¡Déjalo!

El segundo fomore se retorcía, rugiendo desesperado, mientras más y más serpientes se enroscaban en su cuerpo. Todas las serpientes parecían haber perdido el interés en Humberto y en el fomore que cargaba a Lug para centrarse en ayudar a sus compañeras a dominar a su presa. No podían desperdiciar esa oportunidad.

—¡Rápido! ¡Vamos! ¡Tenemos que salir de aquí mientras están ocupadas!— le gritó Humberto al primer fomore.




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